A veces, ciertos textos de Biblia inducen a preguntarte: ¿Es esto de verdad la palabra de Dios? ¿Por qué está este texto en la escritura? ¿Qué lección contiene?
Por ejemplo, tenemos versos en los Salmos, en pasajes que rezamos litúrgicamente, donde pedimos a Dios golpear contra la roca las cabezas de los hijos de nuestros enemigos. ¿Cómo nos invita eso a amar a nuestros enemigos? Vemos pasajes en el libro de Job donde éste se encuentra desesperado y maldice no sólo el día en que nació sino el mismo hecho de haber nacido. Es imposible encontrar siquiera una señal de algo positivo en su lamento. De semejante modo, en un famoso texto, oímos al Qohelet afirmar que todo en nuestras vidas y en la vida de este mundo es simple vanidad, viento, vapor, de ninguna sustancia ni trascendencia. Después, en los Evangelios tenemos pasajes donde los apóstoles, desalentados por la oposición a su mensaje, piden a Jesús mandar que baje fuego y acabe con aquellos mismos a los que se suponía que eran enviados. ¡Difícilmente se puede presentar como modelos para el ministerio!
¿Por qué están estos textos en la Biblia? Porque nos dan santo permiso para sentir el modo como a veces sentimos y nos dan santas herramientas para ayudarnos a tratar las deficiencias y frustraciones de nuestras vidas. Son textos a la vez muy importantes y muy confortantes, porque -para decirlo metafóricamente- nos dan como un teclado suficientemente grande para tocar todas las canciones que necesitamos cantar en nuestras vidas. Nos dan los lamentos y las oraciones que a veces necesitamos expresar dada nuestra condición humana, con sus muchas frustraciones, y ante la muerte, la tragedia y la depresión.
Para poner un simple ejemplo: Un amigo mío comparte esta historia: Recientemente estaba en la iglesia con su familia, que incluía a su hijo de siete años, Michael, y su propia madre, la abuela de Michael. En cierto momento, Michael, sentado al lado de su abuela, expresó en voz alta: “¡Estoy más aburrido…!”. Su abuela le tomó del brazo y regañó: “¡No estás aburrido!”, como si el ambiente sagrado de la iglesia y un mandato autoritario pudiera cambiar la naturaleza humana. No pueden. ¡Cuando estamos aburridos, estamos aburridos! Y a veces necesitamos que nos den permiso divino para tantear lo que espontáneamente estamos sintiendo.
Hace algunos años, con todas las más nobles intenciones, una comunidad religiosa que yo conozco quiso sanear los Salmos que rezaban regularmente en el Oficio Divino para limpiarlos de todos elementos de ira, violencia, venganza y guerra. Tenían a algunos de sus propios expertos en Escritura para hacer el trabajo, de modo que resultara documentado y serio. Eso les salió bien, el producto resultó documentado y serio, pero lo despojó de todos los motivos de violencia, venganza, ira y guerra, lo que vino a ser algo que parecía más una tarjeta Hallmark que una serie de oraciones que expresaran la vida real y los sentimientos reales. Nosotros no siempre nos sentimos entusiasmados, generosos y llenos de fe. A veces nos sentimos airados, amargados y vengativos. Necesitamos que nos den santo permiso para sentirnos de esa manera (aunque no actuar de esa manera) y rezar en honradez fuera de ese espacio.
Mis padres y la mayor parte de su generación decían en sus oraciones estas palabras: “A ti suspiramos gimiendo y llorando en este valle de lágrimas”. Nuestra propia generación tiende a ver esto como mórbido, como algo que oscurece la belleza y el gozo de la vida y la perspectiva que la fe se entiende que nos da. Pero hay una riqueza escondida en esa oración. Orando de esa manera, se dieron a sí mismos permiso para aceptar las limitaciones de sus vidas. Esa oración lleva las simbólicas herramientas para manejar las frustraciones; algo -pienso yo- hemos dejado de dar suficientemente a nuestros hijos. A demasiada gente joven nunca se le ha dado las simbólicas herramientas para manejar la frustración, ni el santo permiso para sentir lo que sienten. A veces -todas buenas intenciones aparte- hemos puesto en manos de nuestros hijos más Walt Disney que el Evangelio.
En el libro de las Lamentaciones, encontramos un pasaje que, a pesar de sonar como negativo superficialmente, es paradójicamente, ante la muerte y la tragedia, quizás el texto que más consuela de todos. El texto establece simplemente que, a veces, en la vida ¡todo lo que nosotros podemos hacer es poner nuestras bocas en el polvo y esperar!
Eso suena a aviso, pronunciado desde la expresión de la experiencia y la expresión de la fe.
El poeta Rainer Marie Rilke escribió una vez estas palabras a un amigo que, ante la muerte de una persona amada, se preguntaba cómo o dónde podría encontrar consuelo de alguna manera: “¿Qué hago con toda esta pena?”. Respuesta de Rilke: “No temas sufrir, devuelve esa carga al peso de la tierra; las montañas son pesadas, los mares son pesados”. Lo son, y a veces así es también la vida; y necesitamos que nos den permiso de parte de Dios para sentir esa carga.