Simone Weil comentó una vez que hoy no vale ser simplemente santo; más bien “debemos profesar la santidad que demanda el momento presente”.
Tiene razón en esa segunda premisa; necesitamos santos cuyas virtudes digan algo a los tiempos.
¿Qué tipo de santo se necesita hoy? ¿Alguien que sea capaz de mostrarnos cómo podemos perdonar de verdad a un enemigo? ¿Alguien que sea capaz de ayudarnos a avanzar juntos a través de amargas divisiones en nuestras comunidades e iglesias? ¿Alguien que sea capaz de mostrarnos cómo llegar a los pobres? ¿Alguien que sea capaz de enseñarnos cómo orar realmente? ¿Alguien que sea capaz de mostrarnos cómo descubrir el “Día Santo” en el bombardeo de diez mil canales de televisión, un millón de blogs y mil millones de tweets? ¿Alguien que sea capaz de mostrarnos cómo mantener nuestra fe de la infancia en medio de la sofisticación, complejidad y agnosticismo de nuestras vidas adultas? ¿Alguien que, como Jesús, sea capaz de entrar en los bares de solteros y no pecar? ¿Alguien que irradie humanidad de cuerpo completo aun cuando sea, por la fe, dejado aparte? ¿Alguien que sea un místico, pero con un marcado sentido del humor? ¿Alguien que sea capaz de ser casto y sanamente sexual al mismo tiempo?
La lista podría continuar. Estamos en territorio pionero. Los santos de antes no hicieron frente a nuestros asuntos. Ellos tuvieron sus propios demonios que vencer y no están rodando sobre sus tumbas, sacudiendo con desgana sus dedos hacia nosotros en nuestras luchas e infidelidades. Conocen la lucha, saben que el nuestro es territorio nuevo con nuevos demonios que vencer y nuevas virtudes solicitadas. Los santos de antes permanecen, por supuesto, como modelos esenciales del discipulado cristiano, evangelios vivientes, pero ellos caminaron en tiempos diferentes.
Así pues, ¿qué estilo de santos necesitamos hoy en día?
Necesitamos santos que sean capaces de honrar la bondad del mundo, incluso como honran a Dios. Necesitamos mujeres y hombres que sean capaces de mostrarnos cómo andar con una fe viva en una cultura que cree que el mundo aquí es suficiente y que los asuntos de Dios y de la otra vida son periféricos. Necesitamos santos que sean capaces de andar con una fe firme y adulta ante las sofisticaciones del mundo, su inquietud patológica, su sobre-estimulada grandiosidad, sus durmientes distracciones y sus irresistibles tentaciones. Necesitamos santos que sean capaces de empatizar con los que se han distanciado de la iglesia, aun cuando ellos mismos, sin compromiso, mantienen su propia moral y base religiosa. Necesitamos santos jóvenes que sean capaces de volver a inflamar románticamente la imaginación religiosa del mundo, como hicieron una vez Francisco y Clara. Y necesitamos santos ancianos que hayan andado toda la gama y sean capaces de mostrarnos cómo rozarse con todos los desafíos de hoy y, aun así, mantener nuestra fe de la infancia.
También, necesitamos lo que Sarah Coakley llama “santos eróticos”, mujeres y hombres que sean capaces de traer castidad y eros juntos de un modo que hablen de la importancia de ambos. Necesitamos santos que sean capaces de modelar para nosotros la bondad de la sexualidad, que sean capaces de disfrutar en sus gozos humanos y honrar su lugar dado por Dios en el viaje espiritual, aunque nunca lo denigren al colocarlo contra la espiritualidad o lo deprecien al hacerlo simplemente otra forma de diversión.
Además, hoy necesitamos también santos que, con compasión, sean capaces de ayudarnos a ver nuestra ciega complicidad con sistemas de todas clases que victimizan a los vulnerables con el fin de salvaguardar nuestra propia comodidad, seguridad y privilegio histórico. Necesitamos santos que sean capaces de hablar proféticamente en favor de los pobres, en favor del medio ambiente, en favor de las mujeres, en favor de los refugiados, en favor de aquellos que están con inadecuado acceso al cuidado médico y a la educación, y en favor de todos los que están estigmatizados a causa de la raza, el color o el credo. Necesitamos santos, profetas solitarios, que sean capaces de presentarse como “unanimidad menos uno”, y sean capaces de apostar por la paz y apuntar nuestros ojos a una realidad más allá de nuestra propia miopía.
Y estos santos no necesitan ser formalmente canonizados; sus vidas necesitan simplemente ser lámparas para nuestros ojos y transformar nuestras vidas. Yo no sé quiénes son vuestros actuales santos, pero he encontrado los míos entre un grupo muy amplio de personas: viejos, jóvenes, católicos, protestantes, evangélicos, liberales, conservadores, religiosos, laicos, clericales, seculares, llenos de fe y agnósticos. Declaración completa: los nombres que menciono aquí no son personas cuyas vidas conozca yo al detalle. En su mayor parte, conozco lo que han escrito, pero sus escritos son una lámpara que ilumina mi camino.
Entre los de mi propia generación, estoy en deuda con Raymond E. Brown, Charles Taylor, Daniel Berrigan, Jean Vanier, Mary Jo Leddy, Henri Nouwen, Thomas Keating, Jim Wallis, Richard Rohr, Elizabeth Johneon, Parker Palmer, Barbara Brown Taylor, Wendy Wright, Gerhard Lohfink, Kathleen Dowling Singh, Jim Forest, John Shea, James Hillman, Thomas Moore y Marilynne Robinson.
Entre las voces más jóvenes cuyas vidas y escritos hablan también a una generación más joven que la mía, mencionaría a Shane Claiborne, Rachel Held Evans, James Martin, Kerry Weber, Trevor Herriot, Macy Halford, Robert Barron, Bryan Stevenson, Robert Ellsberg, Bierke Vandekerckhove y Annie Riggs.
Quizás estos no sean vuestros santos, lo justo sin más. Por tanto, apoyaos en aquellos que ayudan a iluminar vuestro camino.