"Dios te salve, María, compasiva por ser mujer y madre", cantamos con frecuencia a la Virgen. Asilo ha reconocido el pueblo cristiano contemplando a María-. "Reina y madre de misericordia, vuelve a nosotros esos tus ojos". "Madre de piedad y misericordia", repite en cada misterio del rosario la gente buena.
Mujer compasiva
La contemplación teológica nos dice que es así. Somos los hijos de María. Ella nos ha engendrado por amor. Como formadora de apóstoles, la Madre de Jesús nos configura con el misterio de Cristo, maestro y modelo de compasión. La lumen Gentium del Concilio Vaticano II insistió en el "oficio materno" (munus matemum) de la Virgen; María es señal de misericordia y ternura. San Antonio Ma. Claret le rezaba así: "Madre de piedad y misericordia, dignaos volver esos vuestros tier-nos y compasivos ojos hacia este infeliz" (Aut. 154). No es extraño que Clemente de Alejandría repita: "La ternura que siente Dios por nosotros lo convierte en Madre",
Este "oficio materno" nos ayuda a mirar a Dios como realmente es: como Padre y como ma-dre también. Hasta la oración litúrgica invoca siempre a Dios como "Todopoderoso y eterno", subrayando menos la imagen del Dios compasivo y "todomisericordioso". ¿Quién pensaba que la Virgen nos aparta de la centralidad de Dios en nuestra vida? Será, más bien, lo contrario; que ella nos ayuda a dibujar la verdadera imagen de Dios, es decir, la del Dios clemente y compasivo.
María se convierte en espejo y pregonera de la bondad de Dios. Lo dijo en el Magníficat: "Auxilia a Israel su siervo, acordándose de la misericordia en favor de Abrahán y su descendencia para siempre". En Cana de Galilea le da pena el apuro de unos novios, y se apresura a sugerirle a su hijo: "No tienen vino". Todo lo remató junto a la cruz en la muerte de Jesús: "He ahí a tu Madre", y la ternura se hizo sacramento en María.
Madre del Hijo que se compadece
María fue formadora en dos tiempos. Ella engendró, dio a luz y educó a Jesús, como todas las madres. Mucho tuvo que ver en el corazón misericordioso de Jesús. En segundo lugar, la Virgen nos lleva de la mano a Cristo, para que de él copiemos el estilo cristiano de la misericordia.
Y el Evangelio nos muestra ese estilo. Ante las multitudes, Jesús "sintió compasión porque estaban cansados y abatidos". Ante los ciegos de Jericó, se acerca y se interesa: "¿Qué queréis que haga por vosotros? Y Jesús, compadecido, tocó sus ojos y al instante recobraron la vista". En fin, ante la viuda de Naín, con su hijo único muerto, "al verla se compadeció y le dijo: mujer, no llores".
Iglesia misericordiosa
¿Y qué tal va nuestra dieta de misericordia en nuestra vida personal y en la comunidad de la Iglesia? De entrada, y para provocar un poquito, yo creo que estamos un poco escasos. El hecho de haber identificado a Dios con la imagen del padre -y no de la madre- nos ha deslizado más hacia la justicia que hacia la compasión. (Lo padres han de mantener la autoridad en la familia, se ha creído siempre). Alguna vez hemos oído -¿sólo en gente disidente?- que la Iglesia es madre y maestra, pero ha ejercitado más su condición de maestra. En la dialéctica entre la justicia y la misericordia muchos creyentes ponen el "pero" referido a la justicia: "Dios es bueno…pero también es justo". Si quisiéramos describir ciertas sombras, podríamos traer aquí algunas muestras. Los hombres y mujeres de Iglesia pecamos de contemplar los acontecimientos con una mirada negativa y sombría; nuestros juicios y palabras quedan marcados con frecuencia por el pesimismo; expresiones frecuentes revelan una dureza de corazón, tan contraria al mandato evangélico "no juzguéis, no condenéis"; se han perseguido más otros pecados que el afán de poder y dignidades, tan lejos del lado materno de la bondad.
La Virgen María nos dice como en Cana "haced lo que él os diga". Y Jesús lo proclama: "Bienaventurados los misericordiosos", "haz tú lo mismo" que el samaritano volcado sobre el hombre apaleado en el camino. Tantos sencillos y sufrientes nos dicen como a Jesús: "Ten compasión de mí". También nosotros repetimos en la liturgia de la Misa: "Señor, ten piedad de nosotros". ¿Con qué cara solicitamos piedad si nuestro corazón está endurecido?
La etimología nos lleva al corazón. Misericordia es el corazón que se compadece. Con qué fuerza lo expresa Unamuno: "Amar en espíritu es compadecer, y quien más compadece más ama. El hombre ansia ser amado o, lo que es igual, ansia ser compadecido. El hombre quiere que se sientan y se compartan sus penas y dolores" (Del Sentimiento trágico de la Vida).
No olvidemos que ser compasivos es un don del Espíritu. Y, como don, hay que pedirlo a Dios, Siempre nos queda la tarea de recrear este don para que no se apague. Es bonito pensar que, entre los primeros documentos solemnes de los dos últimos Papas se halla esta línea programática: Dives in misericordia, Deus Caritas est": ¡Dios es amor y rico en misericordia! Queremos ser testigos de la ternura de Dios con el que sufre.
Da la impresión de que Jesús hoy diría en la despedida de sus discípulos, antes de ascender al cielo: "Id por todo el mundo… y sed misericordiosos".
Conrado Bueno, cmf.