Domingo II
Algunas veces, Señor, considero mi vida como una vieja ciudad amurallada. Y descubro, al inspeccionarla, infinidad de brechas y fallas. ¿De dónde recojo el agua que bebo, que no apaga mi sed? ¿Cuál es mi comida, que sigo con hambre todo el día? A veces, cuando me veo así, pienso que tengo más motivos para llorar que para reír. En esas condiciones, ¿la fiesta alguna vez será posible?
Me pregunto dónde está la llave que me abra y dé acceso al verdadero sentido de la existencia. Y no hay otra llave que tu Palabra, Señor. Tu Palabra, que deja abierta la puerta que nadie ya podrá cerrar: “Este es mi Hijo, el amado; escuchadlo”. Ah, si entre todos preparáramos un camino para esa Palabra, y allanáramos obstáculos y asperezas, para que llegara a nosotros y la acogiéramos. Que abramos las puertas para que esta Palabra llegue a los suyos: nosotros. Que la acojamos, y que en nosotros la Palabra ponga su morada y se quede para siempre en nuestra casa.
“Es hora ya de despertarnos del sueño, porque ahora nuestra salvación está más cerca que cuando empezamos a creer. La noche está avanzada, el día se echa encima: dejemos las actividades de las tinieblas y pertrechémonos con las armas de la luz” (S. Pablo). Concédenos, Señor, que de verdad esperemos con gozo tu llegada. Cuánto hay aún que restañar y cuánta compasión que experimentar, para saber que Tú al fin ya has llegado, que te has puesto el delantal, para comenzar a trabajar en nuestras fisuras.
Lunes II
Cantarte a ti, Señor, cantarte un canto nuevo… ¿aunque parezca que todo se pone en contra nuestra? Como si la tierra, sus pueblos y familias estuvieran bajo una maldición. ¿Cantarte a ti un canto nuevo? Se ha acabado el bullicio del los que se divertían; el vaso sabe amargo a los que lo beben. Están cerradas las puertas de las casas; se mira desde dentro con temor. ¡Cuánto dolor! No existe la alegría en nuestra convivencia. Suena aún el ruido del último atentado o el ay del hambre nunca saciada en continentes enteros de pobreza. ¿Cómo es posible cantar así al Señor un canto nuevo?
Pero vas a venir, Mesías, Cristo mío. Y cuando llegues, nos lo explicarás. Nos mostrarás los caminos de Dios, y nos enseñarás a recorrerlos. La muerte que nos amenazaba, se echará atrás y será vencida. Será posible el canto; posibles también el abrazo, y la caricia, y el perdón…
Danos, Padre Dios, esa Palabra tuya, la única que tienes. Háblanos por medio de tu Hijo Jesús todo lo que tengas que comunicarnos y decirnos. Que pongamos los ojos solamente en Él; que encontremos en Él aún más de lo que pedimos. Que tu ley y tu vida sean luz para nuestros ojos. Que la familia humana, libre del miedo y de la muerte, te cante llena de alegría el canto nuevo de la fraternidad conseguida, del amor y de la paz realizados. Ven, Señor Jesús, y no tardes. Rompe el yugo de la cautividad; transforma nuestra condición humilde con esa fuerza que posees para someterlo todo. Haz que tu justicia la reconozca y la acepte el mundo entero. Que tu gloria habite en nuestra tierra: un ser humano (hombre/mujer) por fin dignificado, habiendo para él vida y dignidad aseguradas…
Martes II
Señor, tú eres mi Dios. Eres cobijo en la ternura que recibimos o que nosotros a otros regalamos. Eres sombra refrescante para todos los que, en la hora del mayor calor, aún siguen caminando. Baluarte del pobre en su desgracia, Tú; fortaleza Tú de desvalidos en la angustia que padecen.
Mi Dios eres tú; te daré gracias y cantaré con alegría. Me tendiste tu mano cuando, angustiado, me ahogaba en mi propio desconcierto, tan grande como el mar. Ayúdame a comprender el sentido de esas pruebas, para que pueda llevar a cabo la obra que tú me confiaste. Enciende, Padre bueno, nuestros corazones en ese mismo amor que te devora. Que de verdad, de verdad, deseemos tu venida. Que entre nosotros sepamos acogernos mutuamente, cuna esencial y necesaria para que nazcas. Haz que la frialdad en el amor en nosotros jamás sea posible, ni pueda silenciar o matar esa vida nuestra que te espera y que tanto, tantísimo, te está necesitando…
¡Ven, Señor Jesús! Sabes que muchas, muchas veces llego a casa como oveja perdida, desorientada, terriblemente triste. Llego cansado, herido, enfermo… Aunque es verdad también que el cariño de los que aún me esperan y reciben en el hogar, me devuelve salud, alegría, esperanza y tantas cosas. Vuelvo a sonreír y a agradecer, con ellos, la dicha de estar vivo. Y como ellos (esposa o esposo, hijos o amigos…), como ellos Tú también vendas ya mi herida, curas mi enfermedad, me sosiegas, pones paz en mi interior, me das a beber tu misma vida. Claro que sí, desearía encontrar siempre tu rostro cada vez que llegue a casa. Con tu presencia a punto y con la fuerza de tu amor, enciende y quema este corazón mío, tantas veces indiferente a tu llegada. Derrama el rocío de tu presencia en el abandono de mi vida, y haz que nazca otra vez como es debido.
Miércoles II
Si esperamos con alegría el nacimiento de Jesús, es porque creemos que él destruirá y acabará con esa muerta que nos ronda, hastío que no cesa. Él enjugará las lágrimas de todos los rostros; alejará el oprobio y la humillación de todos los pueblos. Cuando eso suceda, diremos agradecidos: Aquí está nuestro Dios, de quien esperábamos que nos salvara. Y no ha sido ni sueño ni mentira; tal como nos lo prometió ha sucedido: hoy celebramos y gozamos con su salvación. Sentimos que la mano del Señor se ha posado sobre nosotros y nos ha inundado con su paz.
Confiamos siempre en ti, Señor; eres la Roca en la que nuestra vida se sostiene. En ti humildes y pobres encuentran respiro y acogida. Ahogas, destruyes, trituras nuestras culpas. Arrojas a lo hondo del mar nuestros delitos. Visítanos siempre así de intensamente, Señor. Regálanos tu compasión. Ábrenos a la luz y envuélvenos en ella. No permitas que desfallezcamos en nuestra debilidad. Y que sepamos agradecer lo que haces por nosotros. Cuida con mimo exquisito y gran ternura nuestra vida, y pon en nuestras manos las obras que debamos realizar para alcanzarte. Aunque es muy de noche –san Juan de la Cruz dixit-, quiero que vengas a iluminar, Señor, lo que esconden estas nieblas y así queden al descubierto los designios de cada corazón. Dejo mi puerta abierta; si quieres, entra ya y descansa. Renuévame, capacítame para que pueda verte, recibirte, amarte y seguirte.
Alguna vez ya no lloraré. Oirás los gemidos de mi corazón; mis quejas llegarán a ti; responderás a mis preguntas. Me curarás de los golpes recibidos.
Jueves II
De aurora se habla, de nuevo amanecer. Y porque naces, es posible. ¡Cuántas cosas significa tu nacer! Tú, que allanas nuestro sendero; y tus juicios, que son luz de la tierra. Aprenden justicias cuantos te buscaron y a tu lado en el portal se acurrucaron. Señor, tú nos darás la paz, porque todas nuestras empresas nos las realizas tú. Antes, nos dominaron señores distintos a ti, y nos defraudaron; ahora, sólo a ti reconocemos como Dios, y te invocamos.
Que trabajemos para traer salvación a nuestro pueblo. Que el temor al fracaso nunca nos arruine ni paralice nuestro esfuerzo. Huésped bondadoso, Señor de toda ternura, que al sentir cómo nos acompañas se alegre nuestro corazón. Aleja del mundo tanto dolor que, innecesariamente, ¡no hay quien nos entienda!, unos a otros nos suministramos. Rescátanos de nuestras propias locuras. Consuélanos cuando ya no podamos más.
Descúbrenos tus secretos, Señor. Atráenos dulcemente a ti, y convídanos. Pero quiero ponerme primero en paz conmigo mismo, para poder apaciguar después a los demás cuando me lo pidas. Si me apasiono demasiado, puedo convertir el bien que intento realizar en una auténtica pesadilla. Hazme pacífico, nunca interesado en imponer lo que pienso y lo que creo a los demás. Cuando me altero, no descanso y desconfío de todos, de cualquiera. Me atormento, y mucho, con sospechas siempre infundadas. Enséñame, Señor, a excusar y disculpar a mis hermanos. Debo respetar el derecho que ellos tienen y nunca sospechar de nadie. Ayúdame a tratarlos con piedad y misericordia, mano con la que tú a todos acaricias. Así estaré tranquilo, amando y cogiendo a cuantos lleguen…
Viernes II
Decid a los cobardes: sed fuertes. Mirad que viene el Señor, nuestro Dios, el que libera, cura, instruye, llama. Aquel a quien María supo aceptar diciendo “sí”, a pesar de que apenas comprendía lo que en ese instante el ángel le decía: que el Señor estaba con ella; que daría a luz al Salvador…. Bueno, pues que como ella, descubramos el camino que nos conduce a ti, Dios bendito: camino de obediencia, de fe, de confianza.
Concédenos mansedumbre y ternura para acoger y regalar a cuantos nos encontremos o se encuentren con nosotros durante este día largo que es la vida. Que no permitamos que se marchen con las manos vacías cuantos confiaron en nuestra ayuda. Ven con nosotros a crear la nueva tierra que anhelamos, en la que habiten la justicia y la paz ya sin demagogia. Que nos apoyemos sinceramente en ti, Señor, en todo cuanto hagamos o emprendamos. Muéstranos siempre el camino para ir a ti, Padre nuestro, y que lo recorramos con entereza y alegría.
Que podamos recibir el Reino que ya se acerca. Destruye, Señor, los muros del odio que dividen a las naciones. Allana los caminos de la concordia entre los pueblos. Míranos con amor, Señor y Dios nuestro. Somos obra de tus manos: nunca nos desprecies, nunca nos olvides. Por la venida de Cristo, tu Hijo, límpianos de las huellas oscuras que aquella antigua vida nuestra produjo. Transfórmanos en nuevas criaturas, como si naciéramos a la vez y del mismo modo que el Niño de Belén.
Dios en quien vivimos, nos movemos y existimos, dinos una vez más que somos hijos tuyos; susúrralo a nuestro corazón para que se vaya acostumbrando. Tú que no estás lejos de nosotros, muéstrate enseguida y danos seguridad en cuanto hagamos para hallarte.
Sábado II
Como sueña el hambriento que come, y se despierta con el estómago vacío; como sueña el sediento que bebe, y se despierta con la garganta muy seca… Así le sucede a mi vida cuando te rechazo, Señor, y te cambio por caminos que convierten mi vida en un engaño, corriendo tras fantasmas que me dejan tirado en el camino: placer, poder, dinero…, cuanto queráis. Deterioro que siempre me envilece.
Así que hoy no se me ocurre sino advertir que hay ingenuos que envidian a quien planea el crimen. Y decir que se habla falsamente de ti, Dios mío, cuando quien lo hace no asiste al hambriento o le quita el agua al sediento. Muchos viven de sus malas artes, perjudican a los pobres con mentiras y les tiene sin cuidado privarlos de sus derechos… Señor, libra a esos inocentes de las manos de esa gente que los odia. Consuélalos tú. Si es posible, doblega ya la arrogancia humana y límpianos. Convierte nuestras envidias en amor y nuestras hambres de venganza en deseos de perdón. Haznos dignos de tus dones, y que nuestra vida proclame siempre tu Evangelio.
Tráenos paz sin límites, Señor. La obra de la justicia será esa paz, y la práctica del derecho proporcionará clama y tranquilidad a los pueblos de la tierra, algunos tan cruelmente machacados. Concédenos habitar en moradas tranquilas, en casas sosegadas. Esperamos en ti: sé nuestro brazo por la mañana y nuestra salvación en el peligro. Y repítenos que tu paz nos das, que no tiemble nuestro corazón ni se acobarde. Guárdanos con cariño, que no hay otro Dios fuera de ti. Y que sepas que sabemos que nadie ni nada podrá ofrecernos lo que nos ofreces tú, ni hacernos felices como lo haces tú. ¿Vale?