Ser felices amándonos

Parece que hoy día el concepto de matrimonio estuviera en desuso en los países que conocemos como desarrollados. El ritmo de vida y la sociedad moderna nos dicen a todas horas que palabras como amor, fidelidad, entrega, dedicación, están totalmente devaluadas. Sin embargo, para nosotros, el concepto de matrimonio sigue teniendo la misma vigencia que cuando nos casamos, hace ya veintiún años.
Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.
Como cristianos que somos pensamos que Dios quiere lo mejor para nosotros. Estamos convencidos que nos quiere felices y que esa felicidad lo hemos de conseguir juntos. Por eso hizo crecer entre nosotros ese amor tan grande que hoy, después de todos esos años de casados y más de ocho de noviazgo, sigue con tanta fuerza como el primer día.

No vamos a decir que todo el camino haya sido fácil y que no hayamos tenido que superar muchos obstáculos y dificultades, pero lo que sí decimos es que nos ha ayudado mucho el tener conciencia clara de dónde procede y de cómo queremos que sea nuestro amor.

Esta idea central de que Dios quiere que seamos felices amándonos constituye la base de nuestra espiritualidad matrimonial que, para nosotros, no es estar todo el dia en una actitud beatífica y santurrona, sino la lucha constante por cumplir la voluntad de Dios. Es decir, conseguir la felicidad haciendo feliz al otro, santificar nuestro amor dedicando todas nuestras fuerzas a conseguir que sea cada día más fuerte, más maduro y más responsable.

Seguramente habrá muchos caminos para conseguirlo y cada matrimonio seguirá el suyo, aunque todos ellos tienen que llevar a un conocimiento profundo de ambos cónyuges. Nosotros hemos aprendido a seguir tres caminos que suponen una gran ayuda en nuestro caminar. Nos referimos al diálogo, a la sexualidad y a la oración.

Y no entendemos cómo se puede conseguir ese conocimiento profundo sin un diálogo fluido y constante sobre todas las áreas o parcelas que constituyen el mundo de cada pareja. Para nosotros es evidente que el desconocimiento produce lejanía y la mejor forma que tenemos para damos a conocer a nuestro cónyuge es compartirnos todo lo que pasa en nosotros, todo lo que pensamos, todo lo que sentimos y todo lo que experimentamos.

Por otra parte, Dios nos ha creado sexualmente distintos, nos ha creado hombre y mujer y también consideramos imprescindible conocernos y darnos a conocer en esta faceta. No queremos reducir la sexualidad al concepto puramente genital, sino que a lo largo de todo el día la sexualidad de cada uno, del marido y de lá mujer, se manifieste en multitud de pequeños gestos y detalles (la ternura, una caricia, un beso, una mirada…) con los que nos decimos que estamos a gusto el uno junto al otro, creando un clima de cercanía que pueda llevarnos a una relación sexual plena y placentera.
Por último, una de las ayudas más importantes que tenemos para crecer en nuestro amor es la oración. Como matrimonio cristiano nos dirigimos con asiduidad a Dios para darle gracias, para pedirle y para glorificarle. Pero cuando esta oración la hacemos compartida, es uno de los mejores medios que tenemos para conocernos en profundidad. Es en la oración donde nos mostramos ante Dios tal y como somos, en toda nuestra pequeñez, con todos nuestros miedos e inseguridades. Cuando nos mostramos asi ante Dios delante de nuestra esposa o de nuestro esposo, nos estamos mostrando ante él tal y como realmente somos, facilitándose de esta forma el conocimiento mutuo y la intimidad entre los esposos. Y esto solamente puede servir para que nuestro amor sea cada día más fuerte y más santo.