Todos estamos poderosa, incurable, y maravillosamente sexuados, lo cual forma parte de una conspiración entre Dios y la naturaleza. La sexualidad descabsa justo al lado de nuestro instinto de respirar y está siempre presente en nuestras vidas.
La literatura espiritual tiende a ser ingenua y negadora del poder de la sexualidad, como si pudiera ser descartada como un factor insignificante en el camino espiritual, y incluso rechazarse absolutamente. No puede serlo. Siempre se hará sentir consciente ó inconscientemente.
La naturaleza es casi cruel en este sentido, sobre todo en los jóvenes. La naturaleza llena los cuerpos juveniles con poderosas hormonas antes de que estas personas tengan la madurez emocional e intelectual necesaria para entender correctamente, y canalizar esta energía creativamente. La crueldad de la Naturaleza, ó anomalía, es que le da a alguien un cuerpo adulto antes de que esa misma persona sea adulta en sus emociones y en su intelecto. Hay muchos peligros físicos y morales en un niño que aún esta en desarrollo caminando en un cuerpo completamente adulto.
Además, hoy en día esto se ve agravado por el hecho de que estamos llegando a la pubertad a una edad cada vez más joven al tiempo que las personas se casan cada vez más tarde. Esta situación es casi la norma en muchas culturas, donde una niña ó un niño llegan a la pubertad a la edad de once ó doce años y sólo unos veinte años más tarde se casarán. Esto plantea una pregunta obvia: ¿Cómo pueden contener emocionalmente y moralmente su sexualidad durante todos estos años? ¿Qué es lo que le permite a él ó a ella permanecer fieles a los mandamientos?
Es cierto que la naturaleza parece ser casi cruel en éste tema, sin embargo, tiene su propio punto de vista. Su principal intención es conservar en cada uno de nosotros el patrimonio genético, y todas esas poderosas hormonas que comiezan a derramarse en nuestro cuerpo en la adolescencia, y todas esas múltiples formas en que se encienden nuestras emociones tienen la misma intención, quieren que seamos fructíferos y nos multipliquemos, para perpetuarnos a nosotros mismos y a nuestra propia especie. Y la naturaleza es inflexible en ésto: En todos los niveles de nuestro ser (físico, psicológico, emocional y espiritual) hay una pulsión sexual para conservar el patrimonio genético. Así que la próxima vez que vea a un hombre ó una mujer joven pavoneándose de su sexualidad, sea usted comprensivo, usted también pasó por eso, y la naturaleza está tratando de conservar en él ó ella el patrimonio genético. Tales son sus caminos, y tales sus inclinaciones, y Dios forma parte de ésta conspiración.
Por supuesto, conservar el patrimonio genético es mucho más que tener hijos físicamente, y aunque es algo profundo y está profundamente inscrito en todas partes dentro de nuestro ser también puede ser ignorado a pesar de algunos riesgos psicológicos y morales importantes. Hay otras maneras de tener hijos, aunque la naturaleza por sí sola no acepta esto con facilidad. La naturaleza quiere niños de carne. Sin embargo, el pleno florecimiento de la sexualidad, de la vida generativa, asume otras formas de dar-vida. Todos hemos escuchado el eslogan: Tener un hijo, plantar un árbol y escribir un libro. Hay diferentes maneras de conservar el patrimonio genético y todos conocemos personas que, sin tener hijos propios y sin haber escrito un libro, ni plantado un árbol, son mujeres y hombres maravillosamente generativos. De hecho, el voto del celibato religioso se basa en esa verdad. La sexualidad también tiene una dimensión espiritual muy poderosa.
Sin embargo, admitiendo esto, no debemos ignorar su ciego poder. El hacer frente al brutal e implacable poder de nuestra sexualidad está en la raíz de muchas de nuestras más profundas luchas psicológicas y morales. Esto se da de muchas maneras, sin embargo la presión siempre tiene la misma intención: la naturaleza y Dios mantienen una presión implacable sobre nosotros para que conservemos el patrimonio genético, es decir, para abrir siempre nuestras vidas a algo más grande que nosotros mismos y para ser siempre conscientes del hecho de que la intimidad con los demás, el cosmos, y Dios es nuestro verdadero objetivo. No es una gran sorpresa que nuestra sexualidad sea tan grandiosa que nos hiciera amar a todo el mundo. ¿No es esto nuestro verdadero objetivo?
Además, la sexualidad hace estragos en la vida de muchas personas de Iglesia. No es ningún secreto que hoy en día una de las razones principales por las que muchos jóvenes, y gente de todas las edades, ya no van regularmente a sus iglesias, tiene que ver, de una u otra manera, con sus luchas con la sexualidad y su percepción de cómo sus iglesias juzgan su propia situación. Mi opinión aquí no es que nosotros y las iglesias deban cambiar los mandamientos con respecto al sexo, sino que debemos hacer un par de cosas: En primer lugar, debemos reconocer de manera más realista su fuerza bruta en nuestras vidas, e integrar la complejidad sexual más honestamente en nuestras espiritualidades. En segundo lugar, debemos ser mucho más empáticos y pastoralmente sensibles a los problemas que acosan a la gente a causa de su sexualidad.
La sexualidad es un fuego sagrado. Toma su origen en Dios y está poderosamente presente en el interior de la creación. Negarlo no nos ayuda.