El poeta mexicano Amado Nervo (1870-1919), publicó, un año antes de su muerte, un pequeño libro -que es, sin duda, uno de sus libros más bellos y sugerentes-, titulado Plenitud1. Todo él está escrito en prosa poética. Y de él forma parte un breve y delicioso poema que lleva por título Si amas a Dios2 .
Francisco González Guerrero, en su amplia y documentada Introducción a las obras en prosa de Amado Nervo, escribe, a propósito de Plenitud:
- Si amas a Dios, en ninguna parte has de sentirte extranjero, porque El estará en todas las regiones, en lo más dulce de todos los paisajes, en el límite indeciso de todos los horizontes.
- Si amas a Dios, en ninguna parte estarás triste, porque, a pesar de la diaria tragedia, El llena de Júbilo el universo.
- Si amas a Dios, no tendrás miedo de nada ni de nadie, porque nada puedes perder y todas las fuerzas del Cosmos serían impotentes para quitarte tu heredad.
- Si amas a Dios, ya tienes alta ocupación para todos los instantes, porque no habrá acto que no ejecutes en su nombre, ni el más humilde ni el más elevado.
- Si amas a Dios, ya no querrás investigar los enigmas, porque le llevas a El, que es la clave y resolución de todos.
- Si amas a Dios, ya no podrás establecer con angustia una diferencia entre la vida y la muerte, porque en El estás, y El permanece incólume a través de todos los cambios.
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El poema es realmente bello. Pero yo hubiera preferido otra formulación. En vez de titularlo Si amas a Dios, y de comenzar cada estrofa con esa misma frase, yo hubiera dicho Si crees que Dios te ama, o bien, Si te dejas amar por Dios. Me parece que el poema, de este modo, hubiera ganado mucho, quizás no desde el punto de vista exclusivamente literario, pero sí desde el punto de vista teológico. Porque la gran verdad teológica, contenido de toda la revelación bíblica, no es el posible -y siempre frágil- amor del hombre a Dios, sino el amor personal, gratuito y entrañable de Dios al hombre. Un amor, que es siempre anterior al amor del hombre y que es, además y sobre todo, causa y principio activo de ese mismo amor. Del amor que Dios nos tiene, brota nuestra misma capacidad de amarle, es decir, al amarnos, Dios nos capacita para amar: para amarle a él y para amar a los demás4. "En esto consiste el amor, afirma San Juan, no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó primero y nos envió a su Hijo… Nosotros amamos porque él nos amó primero" (1 Jn 4, 10.19).
Es significativo que, hasta hace poco, la mayor parte de los exegetas y traductores de la Biblia hayan traducido este último versículo de la carta de San Juan en sentido meramente exhortativo: "Amemos nosotros…". En cambio, y por fortuna, son cada día más los que prefieren emplear el presente de indicativo amamos, por creer que no se trata de una simple exhortación, sino de una constatación y de un hecho5 .
La Buena Noticia (=Evangelio) es que Dios nos ama. Y que ha querido que nosotros lo sepamos. Por eso y para eso, se nos ha revelado como Amor en Jesucristo, y en él nos ha dado la máxima demostración de su Amor6 . De ahí que nuestro fundamental quehacer, nuestro deber primero y también primer derecho sea creer en el amor de Dios y dejarnos amar por él. Sabiendo, por otra parte, que en buena lógica de amistad creer en el amor de una persona, es la mejor manera de amarla; y que dejarse amar es la mejor y más eficaz pedagogía para aprender amar de verdad.
En este sentido, podemos afirmar que decirle a Dios: ‘Creo en tu amor’, es la forma suprema de decirle: ‘Te amo’. Y, además, que el edificio de nuestra vida espiritual cristiana ya no se apoya, de este modo, en la ‘arena’ movediza de nosotros mismos o de nuestra relación con Dios, sino en la ‘roca’ firme de Dios o de su relación con nosotros.
Hay que advertir que el cristiano no dice creo en el Amor como pudiera decir creo en la libertad, en la democracia o en la paz. El cristiano dice: creo en el Amor de Dios. O lo que es lo mismo: creo que Dios me ama, creo en el Amor que Dios me tiene. Este es, como ya he dicho, el contenido global de la revelación. Y, como la máxima prueba y la demostración definitiva del Amor de Dios a nosotros se llama Jesús, creer de verdad que Dios nos ama es creer en Jesús.
Ahora bien, el amor no se impone. El amor se ofrece y se entrega. Pero hay que hacer el gesto elemental de abrirse al amor, de acogerlo, de dejarse amar. Pertenece a la dignidad y a la nobleza del mismo amor, que se haga ese elemental gesto de apertura y de acogida.
En definitiva, ¡hay que dejarse amar, consintiendo activamente en el Amor infinito que Dios nos tiene, muy conscientes de que dejarnos amar por El es la suprema manera de amarle!
Por otra parte, en el poema de Amado Nervo faltaría una estrofa final. Una estrofa que nos dictó el mismo Jesús y que podría transcribirse literalmente:
Sabiendo y recordando, una vez más, que "amamos nosotros -podemos amar nosotros-, porque El fue el primero en amarnos" (l Jn 4, 19).