Una amiga dice en tono de broma que cuando se muera quiere este epitafio en su lápida: ¡Siempre hay algo!
¡Y siempre lo hay! Todos nosotros compartimos su frustración. Invariablemente, siempre hay algo, grande ó pequeño, que proyecta una sombra, y de alguna manera nos impide vivir en profundidad el momento presente y valorar su riqueza. Siempre hay alguna ansiedad, alguna preocupación sobre algo que deberíamos haber hecho ó que debiéramos estar haciendo, alguna cuenta sin pagar, alguna preocupación por lo que tendremos que afrontar mañana, un dolor de cabeza persistente, alguna preocupación con respecto a nuestra salud ó la salud de otro, alguna herida que sigue abierta, ó el anhelo de alguien ausente el cual mitiga nuestra alegría. Siempre hay algo, alguna perdida, alguna ansiedad, alguna amargura, algunos celos, alguna obsesión, ó un dolor de cabeza, que siempre arrebata al momento presente su alegría.
Henri Nouwen definió ésto con una sencillisima y conmovedora expresión: “Nuestra vida,” – escribe- “es un tiempo en el que la tristeza y la alegría se besan a cada momento. Hay un tipo de tristeza que impregna todos los momentos de nuestra vida. Parece que no existe una pura-y-clara-alegría, sino que aun en los momentos más felices de nuestra existencia sentimos un cierta de tristeza. En cada satisfacción, somos soncientes de las limitaciones. En cada éxito, existe el temor a los celos. Detrás de cada sonrisa, hay una lágrima. En cada abrazo, hay soledad. En cada amistad, hay una distancia. Y en todas las formas de la luz, está el conocimiento de que rodea la oscuridad.” ¡Siempre hay algo!
Jesús tenía su propia forma de expresarlo. Hay un incidente recordado en los Evangelios en el que Pedro se acerca a Jesús y le pregunta qué recompensa ha de recibir un discípulo por seguirle. Jesús le contesta que cualquiera que deje Padre, Madre, Esposa(o), hijos, casa ó tierra para de ser su discípulo recibirá a su vez, cien veces más (Madres, esposos, hijos, tierras). Pero luego añade una cláusula desagradable: "aunque no sin tribulación". Siempre habrá algo – un poco de estrés, alguna envidia, alguna persecución – que puede acabar con el reconocimiento y el disfrute al cien por cien. En efecto, lo que Jesús está diciendo es que podemos tenerlo todo – ¡y no disfrutar de nada! ¿Por qué? Debido a que siempre habrá algo en el interior de nuestras propias vidas que atraviesa el presente y que nos puede hacer perder la perspectiva y por lo tanto, hacer perder la riqueza y la alegría.
En el Evangelio de San Lucas, Jesús especifica qué es ese algo, a saber, la envidia. Podemos tenerlo todo y no disfrutar de nada porque sentimos envidia de lo que otra gente tiene. Que verdad. Co cuanta frecuencia infravaloramos nuestras propias vidas y nuestros talentos, sin ver y sin saborear su riqueza, porque quisiéramos ser alguien más, alguien rico y famoso, alguien diferente. Nuestras vidas son ricas, sin embargo, no estamos contentos con ellas porque quisiéramos lo que tienen otros.
Hoy existe una rica literatura, tanto en los círculos religiosos como en los seculares, que trata de desafiarnos para no permitir que nuestras ansiedades, dolores de cabeza, envidias, y preocupaciones nos bloqueen para vivir plenamente el momento presente. La mayoría de esa literatura es buena ya que formula un reto correctamente. A veces, sin embargo, algunos de estos autores nos dan la impresión de que, simplemente centrando la atención y trabajando duro algunas técnicas, es algo fácil de hacer. ¡No lo es! Vivir el momento presente, vivirlo auténticamente sin ser atacado por nuestras propias angustias y dolores de cabeza, es una de las tareas psicológicas y espirituales más difíciles de toda nuestra vida.
Nuestras vidas son ricas, y esto es cierto para todos, no solo para los ricos y famosos. En el apogeo de su fama, el poeta, Rainer Marie Rilkie, recibió una carta de un joven, quejándose de que él quería ser un poeta, sin embargo estaba en desventaja porque vivía en un pequeño pueblo donde no pasaba nada interesante ó digno de mención. Rilke le escribió de nuevo y le dijo que si para él su vida era mediocre, entonces lo más probable es que después de todo no fuera un poeta, ya que no podía darse cuenta de la riqueza que hay en su propia vida. La experiencia de cada persona es la esencia de la poesía. No hay vidas que no sean ricas; sin embargo, la mayoría de nos bloqueamos al penetrar en la riqueza de nuestras propias vidas y nunca podemos valorarla al cien por cien… porque siempre hay algo.
El desafío es ser concientes de las riquezas que hay dentro de nuestras propias vidas, y eso significa aprender a celebrar lo temporal, lo imperfecto. Esto significa aprender a ir al gran banquete que se encuentra en el corazón de la vida, aun cuando nuestras vidas no sean del todo saludables y completas. Y parte de esto significa aceptar también lo difícil que esto es, disfrutar el tiempo cuando llegue, perdonarnos a nosotros mismos cuando nos quedemos cortos, y tener un epitafio grabado para nosotros que diga: ¡Siempre hay algo!