Siete Reflexiones a partir del Mensaje Sinodal

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.Después de varias semanas de dedicación plena a la reflexión conjunta sobre la nueva Evangelización, de celebraciones litúrgicas y de oración y discernimiento, los participantes en el Sínodo habrán quedado hondamente afectados por esta gran preocupación: ¿cómo relanzar la misión evangelizadora en este momento de la historia de la humanidad? Cada uno ha ofrecido su peculiar aportación. En esta página web he ido publicando algunas de ellas, que me han parecido especialmente significativas. El Mensaje nace de ese clima. No pretende decirlo todo. Simplemente comunicar el sentimiento común, la preocupación, los sueños. Es la última oportunidad que se les ofrece a los miembros del Sínodo para expresarse conjuntamente y enviar un mensaje a la Iglesia y a la Sociedad. Dejarán después al Papa el medio centenar de Proposiciones. Será Benedicto XVI quien proponga después el tema sinodal en una Exhortación Apostólica.

Partiendo de esta reflexión inicial, ofrezco seguidamente algunos puntos para nuestra reflexión.

  • La nueva Evangelización tiene su principal protagonista y actor en el Espíritu Santo. El n. 6 del Mensaje es –a mi modo de ver- la clave para entender adecuadamente qué es la Nueva Evangelización. En su intervención en el aula sinodal había advertido Mons. Bruno Forte sobre la necesidad de una visión más “pneumatológica” de la nueva Evangelización. No se puede decir que el Mensaje en cuanto tal asuma esta perspectiva. En no pocas de las intervenciones en el Aula sinodal las referencias al Espíritu Santo o no existían o parecían notas al pie de página.  El mensaje sigue esa línea, pero exceptuando un magnífico número: el n. 6, que en mi síntesis he titulado “El Espíritu del Señor, primer actor de la nueva Evangelización”. La misión evangelizadora en nuestro tiempo es, ante todo, la Misión del Espíritu pues el Espíritu ha sido enviado por el Abbá y por Jesús, el Señor Resucitado a la Iglesia y a toda la humanidad. Es el Espíritu quien hace memoria de Jesús, quien nos lleva a la verdad completa, quien suscita en nosotros –como un gran don- la fe, es el Espíritu quien convierte, quien ora, quien crea comunión, quien lucha victoriosamente contra todos los malos espíritus. “Allí donde está el Espíritu está la libertad”. El Espíritu no suprime nuestra colaboración: la suscita. La misión evangelizadora es para nosotros colaboración humilde y generosa con el Espíritu Santo. Y se traduce en nuestra vida como “espiritualidad” o conexión permanente con el Espíritu del Abbá y de Jesús. Lo expresó muy bien el Concilio Vaticano II en la Constitución “Dei Verbum”:

“El Espíritu Santo, por quien la voz del Evangelio resuena viva en la Iglesia, y por ella en el mundo, va induciendo a los creyentes en la verdad entera, y hace que la palabra de Cristo habite en ellos abundantemente (cf. Col., 3,16)” (Dei Verbu, n. 8).?”.

  • La nueva Evangelización es también presentada por el Mensaje como “encuentro con Jesucristo”. La mediación para todo encuentro con el Señor Resucitado es siempre el Espíritu Santo. Gracias a la invocación del Espíritu acontece el misterio de la Consagración de los dones en el cuerpo y en la sangre de Jesús Gracias a la invocación del Espíritu la comunidad eucarística se convierte en un solo Cuerpo y un solo Espíritu. Gracias al Espíritu somos llevados a la Presencia de Jesús y gracias al Espíritu Jesús viene a nosotros y se hace el encontradizo. En el Espíritu nos encontramos con el verdadero Jesús, Evangelio de Dios. El Espíritu –decía Kathryn Tanner- “irradia la humanidad de Jesús”.
  • Es paradójico que la Iglesia sea “koinonía del Espíritu Santo”, pero esta es la condición de su misión. Hay aquí una paradoja: porque “koinos” (de donde viene koinonía) significa “impuro” y “hagios” (santo) todo lo contrario. Con ello se indica que la santidad del Espíritu no lo “separa” de la Iglesia que es también pecadora, impura, ni tampoco del mundo: el Espíritu ha sido derramado sobre toda carne. Decía Paul Evdokimov que “sabemos dónde está la Iglesia; pero no nos compete a nosotros juzgar dónde no está la Iglesia”. Sólo el Espíritu lo sabe. La Iglesia es invitada por el Espíritu a colaborar en su misión sin cerrarse, dispuesta escuchar y también a hablar y dar testimonio. La misión de la Iglesia no predetermina la misión del Espíritu. Es al contrario: la misión del Espíritu ha de predeterminar la misión de la Iglesia en todo momento. La Iglesia ha de estar dispuesta a “des-poseerse”, ha de renunciar al pensamiento totalitario. La causa de Jesús -en cuanto que Él es la revelación de Dios, el Hijo de Dios- es -¡ni más ni menos! “la cuestión de Dios”. Hablar de Dios es hablar de Jesús. Ésta es la gran cuestión que nosotros –los seguidores de Jesús- llevamos al diálogo interreligioso (Rowan Williams, The finality of Christ), llevamos a la sociedad influenciada por el secularismo, el ateísmo, el agnosticismo, el olvido de Dios.
  • La nueva Evangelización es también “glorificación”, doxología. El Espíritu Santo no solamente nos lleva a la verdad completa. Él es el glorificador de Dios Padre  del Hijo. El Espíritu lleva la obra de Dios -la creación y la redención- a su apoteosis. De ahí la importancia que tiene en la nueva Evangelización la glorificación de Dios a través, sobre todo, de la Liturgia sacramental y mistérica, pero también a través de la piedad popular. Ahí está el Espíritu Santo “glorificando”, mostrándose en el rostro de todos los redimidos en su infinita diversidad (Vladimir Lossky). La nueva Evangelización puede ser comprendida como la gran iniciativa del Espíritu Santo en nuestro tiempo para “dar gloria a Dios”, al Abbá y al Hijo Jesús, para descubrirle a la humanidad actual sus valores, sus virtudes, sus logros, su humanismo, su belleza y, al mismo tiempo, para sanarla de sus males y errores y expulsar de ella los malos espíritus que intentan dominarla. Y también es una gran iniciativa del Espíritu Santo para descubrirle a la Iglesia cuánto es amada por Jesús, cuántos valores y virtudes la adornan, cuánta belleza irradia con su liturgia, su caridad, su doctrina, su testimonio y para sanarla también de sus impurezas, sus males, sus pecados, su parálisis misionera.
  • ¿Y qué novedad? La novedad que la nueva Evangelización, así entendida, aporta no excluye obviamente nuevas estrategias misioneras, ni nuevos lenguajes o formas de comunicación, ni tampoco la creatividad artística o la agudeza intelectual para hacer más bello el mensaje y la presencia. “Lo nuevo” acaece, sobre todo, en un nivel más profundo: en el descubrimiento de la Presencia en todos nosotros –en la Iglesia y fuera de la Iglesia, en la humanidad y en el planeta, en el planeta y en el cosmos- de un “principio divino” que crea armonía, comunión: que “en Él vivimos, somos y existimos”, que “está con nosotros hasta el fin de los tiempos”, que es “el Reino de Dios” ya inaugurado. Se trata del “invento de todos los inventos”. Descubrir esta Presencia es reconocer que “tanto amó Dios al mundo…”, que todo está regido por el principio “Misericordia”. Que este mundo, tal como es, no está dejado de las manos de Dios: está llamado a vivirse en Alianza indisoluble con Dios. Que es un mundo llamado a ser “casa de todos”, donde todos tengan un solo corazón y una sola alma y todo en común.

La nueva Evangelización consiste en anunciar con una convicción cierta que el mal no tiene futuro; que el olvido y desprecio de Dios no trae ni tiene futuro. Que nadie puede frenar la bajada de la Nueva Jerusalén y la celebración de las bodas del Cordero con toda la humanidad. ¡Esta es la novedad que iluminará a nuestra generación, y cegará a quienes no se dejen cautivar por ella!

  • ¿Y qué mensaje? Si Dios nos ha hablado y nos ha enviado a su Hijo-Palabra, si el Espíritu habla por medio de los Profetas, ¿porqué dudarlo? El mensaje es “la Palabra de Dios” transmitida de mil modos, comunicada convincentemente, creíblemente, apasionadamente. Se trata de dejar a Dios que hable “al corazón”, que su Palabra sea “la espada de doble filo”,  que llegue su mensaje hasta los confines del orbe. Y hacerlo con el estilo de Jesús: no como quien va por todas partes riñiendo, espantando, como un profeta de desgracias y denuncias, como un crítico que todo lo ve mal, como un personaje anticuado, de museo, maloliente, des-ubicado. Más bien, como mensajeros de la Alegría, de la buena noticia, como gente capaz de entusiasmar, como personas movidas por el Espíritu Santo que esparcen por doquier el buen aroma de Cristo Jesús. Nosotros no comunicamos el Mensaje de la Palabra como “solistas”, sino como “coro sinfónico”. El anuncio del Evangelio del Reino de Dios llega al corazón y transforma cuando se hace de forma coral sinfónica (¡que sean uno para que el mundo crea!, oraba Jesús). Hemos de ensayar mucho para que la Palabra llegue así a nuestros contemporáneos. El ensayo nos armoniza con la gran y bella tradición eclesial de 21 siglos, es decir, con la fe de nuestros padres y madres; nos armoniza con la fe profesada hoy en todos los continentes, en tantas y tantas iglesias particulares y comunidades de creyentes. Ser portadores y portadoras de la Palabra evangelizadora es ofrecer en nosotros todo este maravilloso conjunto sinfónico de tantos testigos en comunión. Para ello, ¡qué importante es ser discípulos en la escuela de la Palabra y de la Tradición! No se malgasta el tiempo asistiendo a lo largo de la vida a esa escuela. Siempre se aprende algo nuevo, siempre se descubren nuevas perspectivas y horizontes.

El Papa es el gran director de orquesta -¡no el solista intérprete!- que nos invita a todos a integrarnos en el único coro mundial y a acompasarnos y a interpretar nuestra propia partitura en beneficio del conjunto bello y armonioso. También nuestros obispos tienen esa misma función en el coro de cada iglesia particular. Saben muy bien que la Iglesia funciona polifónicamente y no en “unísonos” o en “solos”. Por eso, se hacen responsables si acallan voces que están en la partitura del Espíritu de Dios; pero ¡qué fantástica es su función, cuando son capaces de integrar la diversidad en una bella interpretación!

  • ¿Y a dónde llevar la nueva Evangelización? Los lugares a los cuales el Espíritu de Jesús nos envía no son –como en otros tiempos- “las misiones”. Somos enviados a todo el mundo, a este mundo en todo su entramado maravilloso y también perverso: al mundo de los pobres y marginados, de la economía mundial y local, de la política, de la ciencia, de la educación, de las comunicaciones y redes sociales, a la sociedad del conocimiento y la información. Somos enviados para disfrutar del diálogo con tantas personas inteligentes de buena y bella voluntad y también para el difícil diálogo con el mundo del fundamentalismo religioso o secularista, de la perversidad y los bajos fondos, con el mundo de las redes del mal; y, como es obvio, ¡para sufrir sus consecuencias! Es preciso estar muy atentos a las “mociones del Espíritu”. Él provee en cada momento lo que se debe realizar. Y sus misioneros y misioneras –y claro está también y especialmente nuestras Instituciones y Comunidades- debemos estar en todo momento disponibles para “una nueva misión”. Por ello, debemos de renunciar a la institucionalización de la misión sin fecha de término. Es propio de cada misión recibida, el que tenga su inicio y su conclusión. Y esto vale también para nuestras instituciones.  La movilidad que requiere la misión acabará con muchos inmovilismos, con las llamadas “vacas sagradas” a las que no se les puede tocar y que perpetúan instituciones incapaces de renovarse. Por eso, la nueva Evangelización requiere re-estructuraciones, re-organizaciones: la Iglesia y sus comunidades deben re-organizarse para la nueva Evangelización. La misión debe dar su configuración a la Iglesia, y no la Iglesia dar su configuración a la misión. Aquí está –a mi modo de ver- el “quid” de la cuestión: en el cambio de paradigma. Será la nueva Evangelización –protagonizada por el Espíritu- la que nos re-organice, la que nos transforme, nos vuelva “nuevos” o nos haga “nacer de nuevo”. Sí, la nueva Evangelización está requiriendo un “nacer de nuevo” del Matrimonio y la Familia en una nueva época, un “nacer de nuevo” del ministerio Ordenado en un nuevo contexto, un “nacer de nuevo” de la Vida Consagrada –porque si no puede entrar en procesos de muerte y extinción-, un “nacer de nuevo” del laicado con todas sus formas, movimientos y asociaciones. La Iglesia reconoce que la nueva Evangelización le está exigiendo un nuevo paradigma de diferenciación y comunión eclesial. ¿Estaremos ahora en disposición de hacer posible el gran sueño del Concilio Vaticano II? Quizá esa sea la gracia del Espíritu Santo para nuestro tiempo. Él ya nos envía señales.

 

Cuando algo nuevo está naciendo, aparece el Dragón apocalíptico para devorar a la criatura apenas nazca. Que se lo piensen muy bien, quienes desde su escepticismo o incluso cinismo, o desde su pereza, se opongan y menosprecien esta gracia que nos es concedida: pueden convertirse en cómplices del Dragón. Sin embargo, todo se concitará para que el proyecto del Espíritu siga adelante.

 


Ecología del Espíritu