En medio de un contexto de pobreza y precariedad de servicios alimentarios, sanitarios, educativos se encuentran los Asentamientos Humanos, ubicados en el territorio de la parroquia de S. Juan Bautista, a las afueras de Lambaré. Hombres y mujeres anhelan y sueñan con una tierra para vivir. A los pobres siempre les toca vivir en los márgenes, a las afueras, donde no hagan daño a la vista, donde estén más olvidados. Son molestos. Algunas mañanas, en nuestros primeros días en la parroquia, me acerqué con libertad a ellos. El saludo espontáneo, el paseo por las casas lo que fui viendo, escuchando y sintiendo, pertenece a su mundo, no al mío. Es imposible meterse en la piel de los más desfavorecidos, conocer a fondo su historia, sus sombras.
Los pobladores (alrededor de 700 familias) han ido llegando con graves problemas económicos, sanitarios, sociales, afectivos, con falta de apoyo de las instituciones, organismos oficiales. Son los que no cuentan, los excluidos, los marginados, los más vulnerables. Han llegado al asentamiento dejando las zonas ribereñas de los distintos barrios de Asunción, desalojados de otras villas por causa de las crecidas de las aguas, inundaciones de los ríos. Pobres que no pudieron pagar el alquiler y fueron despedidos, pobres que han sido desalojados de otros lugares, buscan un espacio para vivir.
Sus casas están construidas con maderas, plásticos, cartones, cinc…Sobreviven hacinados en espacios de pocos metros, sin acceso a la salud y a los alimentos básicos. “Queremos echar raíces y hacer vida familiar en un pedazo de tierra que nos pertenezca” Es como reivindicar un pedazo de mundo donde crecer en paz, donde ver felices a los hijos. Así lo expresa una madre en la puerta de su casa. Me decía que en los comienzos del asentamiento no había agua corriente, energía eléctrica, calles, pero sí mucha inseguridad, un ambiente hostil, ambiente de violencia, robos. Aún hoy, para acceder a esa dura zona hay que pagar a los jóvenes que mandan en ella el “impuesto revolucionario”. Es bueno llevar unos guaranís en el bolsillo para no tener problemas con algunas personas en esos lugares.
Hoy los pobladores de los Asentamientos pelean colectivamente para no ser tratados como objetos de campañas políticas, como los olvidados de las entidades públicas, como seres de inferior categoría. Ellos luchan por mantener su pedazo de tierra, por estar bien asentados, por identificarse con el lugar y las personas. El medio de vida suele ser la recogida y venta de chatarra, cartones, etc
Mirna, trabajadora social y excelente conocedora de la historia y evolución de los Asentamientos, se desvive por cada familia, las visita, estudia las posibilidades de organización, de reivindicación de las necesidades que los pobladores presentan. Desde hace años, viene realizando un trabajo extraordinario para la promoción, cohesión y desarrollo de toda la población. Nada la detiene cuando se trata de buscar soluciones a los muchos problemas que cada “segundo”, dice ella, aparecen. PROCLADE (Promoción Claretiana para el Desarrollo) y de la parroquia S. Juan Bautista, han contribuido eficazmente en la construcción de un comedor infantil, en los procesos de alfabetización, en la recuperación de la dignidad de cada persona y de cada casa, en toma de conciencia sobre los problemas de salud. Mirna mantiene un estrecho vínculo de relación con los líderes de los Asentamientos, con ellos dialoga, programa, coordina y evalúa tantos esfuerzos comunitarios, tanta lucha compartida, tanta esperanza por florecer. Os dejo con su testimonio:
Muchos que optaron por venir a S. José, se sintieron útiles a los demás, sintieron el sabor reconfortante de lo que es ayudar a los demás despojados. Es raro y lindo descubrir que desde el lugar donde uno esté siempre puede hacer algo por los demás. Es bueno saber que personas voluntarias pueden cambiar la faz de la tierra.
La vida interpela y no se cansa de dar oportunidades; la vida a cada rato, en cada esquina, en cada persona da la oportunidad de ser útiles, de valorar la vida. Es una misión, un regalo, un desafío.
Algunos dirán: ‘Dios me envió a hacer esto, me recordó que tengo una misión, o mi persona necesita hacer una misión o por lo menos conocer las desigualdades del mundo’. Otros dirán: ‘Por los sueños y utopías de la gente vale la pena trabajar’. No importa qué ideología se tenga, lo importante es el saber ayudar. Esto define claramente un versículo oriental que dice: ‘Muchas pequeñas personas, en muchos pequeños lugares, haciendo muchas pequeñas cosas, podrán cambiar la faz de la tierra’. Tal es la fuerza del grupo comunitario. En el despertar y estimular esa fuerza, radica la gran síntesis del trabajo social”.
(Mirna)
La presencia de la Iglesia en estos lugares merece una mención especial. La comunidad católica de la parroquia genera en los pobladores una sensación de apoyo, respeto y solidaridad que no encuentran en ningún otro grupo. Es verdad, “el Señor ha visitado y redimido a su pueblo”. Los hombres y mujeres de iglesia lo hacen creíble con sus testimonios de vida, con sus manos llenas de caridad y justicia, con las manos en el arado, sin mirar atrás, rescatando lo que estaba perdido, dando vida donde ésta estaba más amenazada, más herida, haciendo posible lo imposible: comedores, apadrinamientos, guarderías infantiles, “el ciento por uno”.