IV Sábado de Cuaresma
(Jr 11, 18-20; Sal 7; Jn 7, 40-53)
Situación límite
A medida que avanzamos en el tiempo de Cuaresma, nos aproximamos a la celebración de los acontecimientos de la Pasión y muerte del Señor, fechas para tener aún más sensibilidad hacia quienes sufren y padecen injustamente por diversos motivos.
Cuando se llega al límite de la prueba, solo la confianza en el Señor libra de perecer en la desconfianza. El siervo del Señor, según la profecía de Isaías, presiente el acoso adverso. “Yo, como cordero manso, llevado al matadero, no sabía los planes homicidas que contra mí planeaban” (Jr 11, 19).
En esas circunstancias, el salmista acierta a expresar la oración más sentida: “Señor, Dios mío, a ti me acojo, líbrame de mis perseguidores y sálvame, que no me atrapen como leones y me desgarren sin remedio (Sal 7).
Las imágenes proféticas y la reacción creyente del salmista se concretan con más realismo en los días de la Pasión del Señor, como nos recuerda el Evangelio. “Algunos querían prenderlo, pero nadie le puso la mano encima. Los guardias del templo acudieron a los sumos sacerdotes y fariseos, y éstos les dijeron: -«¿Por qué no lo habéis traído?» Los guardias respondieron: -«Jamás ha hablado nadie como ese hombre.» (Jn 7, 46).
Santa Teresa de Jesús
Son días para contemplar la Pasión de Cristo, aunque advierte la Santa que no debe quedarse uno de tal manera embebido que pierda la noción temporal. “Y cuando una viere que se le pone en la imaginación un misterio de la Pasión o la gloria del cielo o cualquier cosa semejante, y que está muchos días que, aunque quiere, no puede pensar en otra cosa ni quitar de estar embebida en aquello, entienda que le conviene distraerse como pudiere” (Fundaciones 6, 7).
Sin duda, que al contemplar hasta dónde llegó Jesús en su despojo, mueve a generosidad. “Y ya que algunas veces me tenían convencida, en tornando a la oración y mirando a Cristo en la cruz tan pobre y desnudo, no podía poner a paciencia ser rica. Suplicábale con lágrimas lo ordenase de manera que yo me viese pobre como El”. (Vida 35, 3)
Tenemos la posibilidad de compartir con Jesucristo los dolores de su Pasión. “Una persona que estaba muy afligida delante de un crucifijo en este punto, considerando que nunca había tenido qué dar a Dios ni qué dejar por El: díjole el mismo Crucificado, consolándola, que El le daba todos los dolores y trabajos que había pasado en su Pasión, que los tuviese por propios, para ofrecer a su Padre” (Moradas VI, 5, 6).
A muchos santos les ha ayudado contemplar los misterios de la Pasión de Cristo. También les parecerá a algunas almas que no pueden pensar en la Pasión. Yo no puedo pensar en qué piensan; porque, apartados de todo lo corpóreo, para espíritus angélicos es estar siempre abrasados en amor, que no para los que vivimos en cuerpo mortal, que es menester trate y piense y se acompañe de los que, teniéndole, hicieron tan grandes hazañas por Dios; cuánto más apartarse de industria de todo nuestro bien y remedio que es la sacratísima Humanidad de nuestro Señor Jesucristo. (Moradas VI, 7, 6)