Sobre la parroquia de Entrevías. Ni tan roja ni tan evangélica.

14 de abril de 2007

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.Me ha producido una profunda tristeza ver a Enrique de Castro, un referente fundamental en el compromiso social con los más pobres de la diócesis de Madrid, prestarse en un programa de TV (los Desayunos de TVE) al juego de unos periodistas que jugaban en sus preguntas con esquemas preconcebidos y confusos y que en poco contribuían ni a esclarecer los hechos juzgados, ni a entender la verdad de la Iglesia. Se trataba de prolongar, en suma, una ceremonia de la confusión, que venía, en mi opinión, a darle la razón a José Manuel de Prada, que, sin embargo, creo que carga demasiado la mano en su crítica.

En realidad mi tristeza en toda la polémica sobre la decisión del Arzobispado de Madrid sobre esta parroquia está provocado por ese carácter difuso, hecho de medias verdades, argumentos semi-sentimentales y quasi-sociológicos y muchas dosis de ideología “political correct” que ha reinado desde el principio en todo esto.

El primer equívoco, más inducido que explícitamente expresado, se refiere a quién está realmente comprometido con los pobres en la Iglesia. Se ha transmitido la impresión de que sólo quienes profesan la teología de la liberación (en esos días, ¡oh casualidad!, hubo un reportaje al respecto en la TV1 que destiló demagogia al respecto), y casi sólo la parroquia de Enrique de Castro están comprometidos con los pobres, que sólo en ese centro encuentran comprensión, ayuda y amparo y que, en general, en la Iglesia el compromiso con los pobres está inedefectiblemente ligado con quienes se mueven en esa línea. Basta conocer un poco (poquísimo) la Iglesia para saber que esa simplificación es un insulto a la inteligencia. Muchísimas personas, con menos ruido y menos ideología, están dando la vida a diario por los pobres. No hay que ser muy agudo, además, para comprender que las medidas tomadas por el Arzobispado de Madrid no tiene nada que ver con el hecho de ese compromiso, pues, al contrario, esa labor va a continuar y a potenciarse allí mismo.

Los problemas son de otro tipo, ligados a la disciplina sacramental (es posible que también a otros que no conozco en detalle). La pregunta que surge al respecto es clara: ¿el compromiso con los pobres autoriza a quien lo ejerce a tomar decisiones sobre cuestiones litúrgicas que no son de su competencia? ¿De quién son competencia? Creo que la pregunta se responde sola.

Esto trae a colación una cuestión de gran importancia para juzgar del carácter evangélico de una parroquia, una institución, una persona o un grupo de ellas. Ser evangélico significa estar en sintonía con todo el evangelio. Pues bien, el mismo que dijo “lo que hicisteis a uno de estos mis pequeños hermanos, a mí me lo hicisteis” (Mt 25,40), dijo “lo que ates en el cielo quedará atado en el cielo” (Mt 16,19) y “quien a vosotros escucha a mí me escucha” (Lc 10,16). A los pobres hay que servirlos, a los pastores de la Iglesia hay que obedecerlos. Y no sólo, faltaría más, cuando sus decisiones nos gustan, sino precisamente cuando nos disgustan. Ahí se pone a prueba el carácter evangélico de esta obediencia. La obediencia a los Pastores de la Iglesia (que los sacerdotes realizan mediante promesa) es tan evangélica como el compromiso con los pobres. Es más, es la garantía de que ese compromiso sea evangélico y no sólo un (por lo demás admirable) servicio social. No es exagerado decir que si la revolución evangélica de Francisco de Asís renovó la Iglesia de su tiempo no fue sobre todo por haber abrazado la pobreza (como hicieron cátaros y valdenses) sino por haberse sometido en obediencia a la autoridad de la Iglesia.

En este punto conviene aclarar que ese sometimiento, si es evangélico, no puede poner como condición que el obispo de turno sea de una línea o de otra. Produce tristeza, además de sonrojo, ver a Enrique de Castro en TV (y a Forcano y otros en tantos medios) repartiendo certificados de “idoneidad evangélica” a los obispos, según sean o no de su línea. Y los que así se atreven a juzgar públicamente a sus pastores, lo hacen sin el más mínimo asomo de autocrítica. Si esa postura fuera coherente (y si fuera evangélica, y no soberbia, como a mí me parece), habríamos de acudir a ellos para ver si someternos o no al obispo que nos ha caído en suerte o en desgracia. Es evidente que hay obispos (y sacerdotes, y religiosos, y laicos) evangélicos y otros que no lo serán. Pero de eso responderemos todos ante Dios. Mientras tanto, las competencias están claras y no hay que ser un lince para comprenderlo.

Por otro lado, tengo que suponer que si con la Parroquia de Entrevías se ha llegado a este punto, no será porque Rouco se ha levantado un mal día con el pie cambiado. Habrán mediado consultas, habrá habido conversaciones, diálogos y discretas advertencias, como lo manda Jesús y lo regula sabiamente el derecho canónico para salvaguardar la justicia. No puedo no suponer que si al final se ha llegado a esto es porque Enrique de Castro y los suyos no se han avenido a las legítimas llamadas de atención y han seguido en sus trece. No sonará simpático, pero tengo para mí que las disposiciones del derecho canónico sobre este modo de proceder es mucho más evangélico que montarle una (anunciada) manifestación al Arzobispo, y andar por ahí recogiendo firmas.

Y con esto llego al último punto. Es un punto latoso y que, lo confieso, ya me aburre. Es el discurso cansino y romo de la “iglesia oficial” y la “iglesia de base”. Reconozco que, pese a la sensación de claridad que producen esas expresiones dichas así, de repente, al analizar el contenido me quedo suspendido en la duda y la perplejidad. No tengo ni idea de qué significan, si significan algo y si, de tener algún sentido, son términos contrapuestos. Tal vez, para hacerlos más comprensibles habría que convertirlos al lenguaje de las películas de buenos y malos. La iglesia oficial es la “mala” y la de base la “buena”. Así está claro, pero es tremendo, pues entonces el que usa esos términos estaría diciendo “nosotros, la iglesia de base, es decir, los buenos…”, mientras que “la iglesia oficial, es decir, los malos…” Así la cosa suena más clara, pero no resulta un monumento a la virtud (muy evangélica) de la humildad. Además, Enrique de Castro, que es sacerdote, como yo, ¿pertenece a la Iglesia oficial por serlo? Aparece el problema de la doble pertenencia, pues si además representa a la de base, la contraposición se traslada a su interior. Y un simple fiel que va a misa, sirve a los pobres (por ejemplo como voluntario en las hermanas de Teresa de Calcuta –y hablo de gentes concretas con nombre y apellido) pero que no comulgan con la teología de la liberación, ¿es iglesia de base o es iglesia oficial? Además está la eterna cantinela del “poder”. La “iglesia oficial” representa “el poder”, y la de base… ¿la debilidad? En realidad, si por Iglesia oficial se entiende a los obispos (pero no a todos, pues los hay que son “de base”, es decir, de doble pertenencia, no sé me estoy haciendo un lío), habrá que decir que tienen la autoridad para ciertas cuestiones en la Iglesia. En cuanto al poder, hay que especificar, poder ¿para qué? Porque si alguien dispone de más de media hora en la TV pública para exponer sus puntos de vista sin derecho a réplica, y posiblemente acceso ilimitado a los grupos informativos más poderosos del País (¿se identifica la especie?),  a eso lo llamo yo poder. No todo el mundo y no todas las causas tienen tanto poder. Creo que ni siquiera Rouco dispone de tanto.

Termino pues invitando, en nombre del Evangelio, a renunciar de una vez por todos a esa terminología periodística, tramposa y antieclesial. Existe sólo la Iglesia de Jesucristo, un cuerpo con muchas funciones (desde la de la autoridad hasta la del servicio a los pobres) que sólo en la comunión de todas ellas reflejan el Evangelio. Rezo porque los pastores disciernan con prudencia y acierten en sus decisiones, especialmente si son conflictivas, y a los que les debemos obediencia, a someternos evangélicamente, con la libertad de los hijos de Dios, sabiendo que si nuestra causa es de Dios, seguirá adelante pese a todo, eso sí purificada de las variadas tentaciones (el orgullo, la soberbia, el vedettismo…) que nos acechan a todos; será así una causa purificada por un amor probado a la Iglesia, lo que la hará verdaderamente evangélica.

José M. Vegas cmf
San Petersburgo, 13 de abril de 2007