Soledad

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.El término soledad despierta múltiples resonancias, en general unidas a situaciones dolorosas, existenciales, como es el caso de la reina Ester, cuando angustiada se dirige a Dios en su oración: “Señor mío, rey nuestro, Tú eres el único. Defiéndeme, que estoy sola y no tengo más defensor que Tú. A nosotros sálvanos con tu mano y defiéndeme a mí, que estoy sola, y no tengo a nadie fuera de ti, Señor”.

La experiencia de la soledad dramática es una de las pruebas más recias de la vida. El mismo Jesús la vivió en Getsemaní, cuando lleno de angustia y de tristeza, clamó a su Padre: “Abbá, si es posible que pase de mí este cáliz, pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya”.
Sin embargo, al principio de la Creación, se nos dice que Dios creó al hombre solo: “El Señor Dios tomó al hombre y lo colocó en el jardín de Edén, para que lo guardara y lo cultivara”. Y al ver que estaba entristecido, se dijo: “No es bueno que el hombre esté solo”. No creo que el Señor hiciera al ser humano sin  advertir que la soledad le sería insoportable. Por el contrario, en el relato descubro la vocación esencial de toda persona, que está hecha para Dios. “Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti” (San Agustín, C 1,1,1).

En otro pasaje significativo de la Biblia, Dios manda a Moisés que suba él solo a lo alto del monte. “El Señor dijo a Moisés: “Sube a mí con Aarón, Nadab, Abiú y setenta ancianos de Israel y postraos a distancia. Moisés se acercará solo al Señor, pero ellos no se acercarán; tampoco el pueblo subirá con él”. Y resuena la enseñanza de la maestra espiritual Santa Teresa de Jesús: “A solas, con Él solo, en soledad del todo”.

Jesús nos enseña en su vida a compaginar los tiempos y los espacios, y si participaba en la reunión de la sinagoga,  tenía relación amistosa en la casa de Pedro, y recorría los caminos haciendo el bien y curando a muchos de su enfermedad, también nos dicen los evangelios que frecuentemente se apartaba a lugares desiertos y en total soledad se relacionaba con su Padre.

Cuando el Maestro nos enseña a orar, recomienda entrar en la propia celda, cerrar la puerta y orar así, en lo escondido. La soledad puede ser una experiencia ambivalente; se puede sufrir la situación más desesperanzada, pero también cabe que sea el momento de la mayor intimidad contemplativa.

San Juan de la Cruz nos deja uno de los textos poéticos más sublimes cuando escribe: “En la noche dichosa/ en secreto, que nadie me veía,/ ni yo miraba cosa,/ sin otra luz y guía,/sino la que en el corazón ardía. Aquésta me guiaba/ más cierto que la luz del mediodía, adonde me esperaba/ quien yo bien me sabía,/ en parte donde nadie parecía”.

Entra más adentro, donde habita el Señor del castillo interior, y descubrirás la posibilidad de convertir la soledad en espacio de amor.