III Domingo de Cuaresma
(Ex 20, 1-17; Sal 18; 1Co 1, 22-25; Jn 2, 13-25)
Solo Dios es Dios
A medida que avanzamos en el camino cuaresmal, la Palabra nos conduce hacia la opción creyente, por la que cada uno decide dar a Dios el culto que merece, y superar toda idolatría y dependencia de cosas y de personas.
La referencia a la esclavitud de Egipto no señala solo un estado físico de falta de libertad, sino también nuestras posibles ataduras y atavismos que nos impiden sabernos y sentirnos verdaderos adoradores del único Dios. De aquí la importancia de recordar lo que significa nuestro bautismo, que estaba representado en la salida de la esclavitud, por gracia de Dios. “Yo soy el Señor, tu Dios, que te saqué de Egipto, de la esclavitud. No tendrás otros dioses frente a mí” (Ex 20, 1).
La pertenencia a la familia de los hijos de Dios que nos da el bautismo, nos debe confirmar en la certeza del salmista: “Señor, tú tienes palabras de vida eterna” (Sal 18). Y la dignidad que recibimos al ser hijos adoptivos de Dios, no la ganamos con nuestros méritos, sino por opción divina. De tal manera que, como dice san Pablo, cabe experimentar que “lo necio de Dios es más sabio que los hombres; y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres” (1 Co 1, 25).
Los creyentes debemos hacer creíble nuestra fe, y una de las tareas que tenemos actualmente es la de manifestarnos sin dependencias e hipotecas materiales, que puedan hacer creer que la Iglesia y los cristianos somos como una multinacional, o gran empresa, porque nos vean afanados en las cosas materiales. Jesús es contundente: “No convirtáis en un mercado la casa de mi Padre” (Jn 2, 16).
Santa Teresa de Jesús:
La intuición teresiana de acometer la reforma del Carmelo pasa por testimoniar de manera real y hasta literal que solo Dios es Dios, y que solo Dios basta, viviendo de la providencia en descalcez.
Es indiscutible lo que afirma Santa Teresa en uno de sus poemas más conocidos: “Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa, Dios no se muda, la paciencia todo lo alcanza. Quien a Dios tiene nada le falta. Solo Dios basta” (Poesías 9).
Las monjas descalzas y muchos cristianos que se ven sometidos al mayor despojo por razón de su fe y a los que solo les queda la confianza en Dios, profesan la radicalidad de fiarse de Dios, de hacerlo el centro de la vida, de no tener otro Señor.
La razón que tuvo Teresa de Jesús para acometer la reforma es un poco semejante al escándalo que sufrió Jesús al ver convertido el templo en un mercado. De aquí la “determinada determinación” de no tener rentas en los monasterios y de fiarse de la Providencia. “¡Oh hermanas mías en Cristo!, ayudadme a suplicar esto al Señor, que para eso os juntó aquí; éste es vuestro llamamiento, éstos han de ser vuestros negocios, éstos han de ser vuestros deseos, aquí vuestras lágrimas, éstas vuestras peticiones; no, hermanas mías, por negocios del mundo” (Camino de Perfección 1, 5).