Asistía a mi retiro un matrimonio. Tanto la mujer como el hombre estaban felices. La esposa estaba muy familiarizada con mi modo de conducir el camino interior y la oración; el marido veía por primera vez. En viaje de regreso a su hogar el marido le preguntó a su mujer: ‘¿has aprendido algo nuevo? Ella le respondió: ‘no es esa la cuestión; se trata de profundizar’…’. El marido estaba en un nivel de palabras, un nivel no iniciático. No era el caso de la esposa, me consta.
Muchas personas, saturadas de conocimientos (mázesis1) ‘adquiridos’, carecen del menor atisbo sapiencial sobre el misterio, de la realidad ‘misteriosa’, callada, que sólo se ‘desvela en el silencio de la conciencia2 y en la limpieza de corazón’ (Mt 5,8).
Existen niveles de iniciación y niveles de explicación. Necesariamente no se suponen el uno al otro. Puede haber personas muy instruidas y aún no iniciadas; que lo saben todo, pero carecen de sabiduría y de aquellas condiciones elementales que hacen posible la presencia eficaz del misterio.
La iniciación no nace de explicaciones sino de ‘implicaciones’, de silencios; no nace de añadirse algo, sino de ‘despojos’ sucesivos’. ‘Iniciación’ implica silenciar la conciencia y corazón. Todo lo que facilita el silencio de la conciencia y del corazón permite la iniciación. Ésta es gradual y, por eso mismo, existen muchos niveles o grados de iniciación; tantos como silencios que permiten ‘callar’ (Mýo y Mystés aluden a misterio, a algo ‘callado’, no revelado).
Necesitamos comenzar a cambiar las ideas sobre las condiciones en las que la conciencia se realiza. La condición normal de la conciencia y del corazón es el silencio. Por desgracia, la circunstancia endémica, ‘frecuente, establecida como normalidad, es la superficialidad, la dispersión y el enjambre de ‘quereres’ (Subida I, 4,6; I,4,5; I,11,6).
El hombre ‘iniciado’ es renovado por la fuerza de un ‘contacto’ favorecido por la cercanía del silencio y por el despojo de la voluntad. Toda iniciación comporta el aprendizaje de una elemental ‘pobreza de alma y cuerpo’. Dios no tiene la oportunidad de ‘revelarse’ en la ‘estructura’ de una conciencia seriamente alterada por la superficialidad, la dispersión y la ausencia. Es necesario comenzar a darle unidad, hondura, estabilidad y orientación.
La iniciación es un proceso de ‘liberación de la conciencia’; de descondicionamiento de la conciencia; de limpieza de la mirada4.
En el ámbito de la vida cristiana, es preciso recuperar el concepto de ‘iniciación’, de ‘iniciático’, no solamente como la recepción de unos sacramentos llamados de ‘iniciación cristiana’ sino, sobre todo, es preciso entenderla y realizarla como ‘vivencia’ o ‘experiencia’, ‘mente de principiante’, no atiborrada de conceptos sino configurada por el silencio.
La iniciación, siendo fundamentalmente silencio, implica también capacidad de ‘aprender a desaprender’. Juan de la Cruz, en parte, al menos, lo incluye en lo que llama ‘olvido’, esa forma singular de ‘amnesia’, de ‘quedeme y olvideme’, de olvido de palabras y condicionamientos, para descansar en el Acontecimiento. Sobre todo se ha de pasar al no saber (‘Subida’ II. 4, 4).
Un dirigente de grupos de meditación, con cierta desazón, afirma: ‘Cuando empecé a hacer reuniones en París en 1983, venían una multitud de hombres y mujeres que habían visitado ya no sé cuántas Enseñanzas. Vinieron, pues, también a la nuestra y, después de algún tiempo, cuando creyeron que habían aprendido todo lo que se podía enseñar, se fueron a otro lado… ¡a aprender aún algo más! Pero, ¿qué trabajo interior se puede hacer en estas condiciones? Volví a encontrarme con algunos de ellos unos años más tarde: habían continuado yendo a todas partes y a ninguna, y su rostro desolado mostraba que no habían hecho ningún progreso en el sentido de la verdadera espiritualidad. En los santuarios del pasado los Iniciados no sobrecargaban de conocimientos a sus discípulos. Simplemente les revelaban algunas verdades esenciales, y correspondía a los discípulos vivirlas e impregnarse de ellas. Los Maestros ponían en estas palabras todo su amor, toda su alma, todo su espíritu, y los discípulo las tomaban, las saboreaban, las absorbían; se alimentaban, más que de las palabras mismas, de la vida que había detrás de ellas. Mientras que ahora, sobre todo en Occidente, la gente no tiene esta sensibilidad que permite encontrar la vida que aportan las palabras, para alimentarse, reforzarse y transformarse gracias a esta vida. Toman apuntes fríamente, sin haber sentido ni vivido nada. Y entonces es un fracaso: toda esta vida que podía iluminarles, curarles, resucitarles, no la reciben, y se les escapa, se va hacia otros. Vuestra alma y vuestro espíritu son los que deben estar en primer lugar, no vuestro intelecto, y gracias, simplemente a unas palabras que han sido pronunciadas, podréis un día viajar por el espacio [interior y, sobre todo, por dentro de Dios]5.
- Del verbo griego ‘manthano’, ‘aprender’ y ‘matheo’.
- San Juan de la Cruz, Subida II, 15,5: ‘aprended a estaros vacíos y sabréis que yo soy Dios’.
- Bhagwan Sh. Rahneesh, La rivoluzione interiore, Milano, Armenia Editore 1974, p. 54. No es la ‘ignorancia’ del no instruido; es la ignorancia ‘del no saber’ de Juan de la Cruz, en la que el contemplativo deja al lado sus saberes para entrar en el ‘no saber’ de Dios: donde no sirve nada de lo que sabemos para ‘entender sin saber cómo se entiende’, que así lo dice santa Teresa. Bhagwan Sh. Rahneesh, La rivoluzione interiore, Milano, Armenia Editore 1974, p. 54.
- En el fondo, ‘limpieza de corazón’.
- Omraam Mikhaël Aïvanhov, ¿Qué es un Maestro espiritual?, Ediciones Proveta, Fréjus Cedes (Francia) 19882, pp.56-61.