La escritora espiritual belga, Bieke Vandekerckhove, aprendió su sabiduría honestamente. No aprendió de un libro o de el buen ejemplo de otros. Sino que aprendió a través del crisol de un sufrimiento único, al ser golpeada a la tierna edad de 19 años con una enfermedad terminal que vaticinaba no solo una muerte prematura sino también la completa quiebra y humillación de su cuerpo camino de la muerte.
Intentó hacer frente a su situación en múltiples direcciones, inicialmente fueron la ira y la desesperanza, pero al final le llevó al monasterio, a la sabiduría del monacato, y, en esta dirección, en el pozo profundo del silencio, ese desierto que acecha tan amenazante dentro de cada uno de nosotros. Lejos de los ruidos del mundo, en el silencio de su propia alma, en medio del caos de su furia e inquietud, dentro de sí encontró la sabiduría y la fuerza no solo para lidiar con su enfermedad sino también para encontrar un sentido profundo y alegría en su vida.
Hay, como John Updike señala poéticamente, secretos que se esconden a la salud, tal y como Vandekerckhove muestra evidentemente, y que solo pueden ser descubiertos en el silencio. De cualquier manera descubrir los secretos que el silencio tiene que enseñarnos no es sencillo. El silencio, antes que algo propiamente amigable es el equivalente para el alma a lo que es cruzar un caluroso desierto. Nuestro interior no se calma fácilmente, nuestra inquietud no se convierte fácilmente en soledad, y la tentación de volverse hacia el mundo exterior en busca de consuelo no te conduce a la idea de la calma. Sin embargo, hay una paz y un sentido que solo se pueden encontrar dentro del desierto de nuestro caótico y furioso interior. El profundo pozo de la consolación descansa en definitiva en un camino interior a través del calor, la sed y los callejones sin salida a través de los cuales hay que avanzar con una obstinada fidelidad. Y como de una viaje épico se tratara, la tarea no es para un corazón débil.
Así es como Vandekerckhove describe un aspecto del viaje: “El silencio interior puede ser bastante agustioso. Es por ello por lo que probablemente muchos huyen de él seducidos por el ruido exterior. Prefieren que el ruido les llene. Pero si quieres crecer espiritualmente, tienes que permanecer en el interior de la habitación de tu fortaleza y perseverancia. Tienes que continuar sentado en silencio y sincero en la presencia de Dios hasta que la furia se aplaque y tu corazón gradualmente se limpie y tranquilice. El silencio nos fuerza a hacer inventario de nuestra actual modo de ser humanos. Y entonces damos con un muro, un punto final. No importa lo que hagamos, no importa lo que intentemos, algo dentro de nosotros continúa haciéndonos sentir perdidos y alejados, a pesar de los miles de caminos que nos ofrece nuestra sociedad para satisfacer nuestras necesidades humanas. El silencio nos confronta con un insoportable sin fondo y ahí parece que no hay salida. No tenemos elección para alinearnos a nosotros mismos con la religiosa profunda en nuestros.
Hay una verdad profunda: el silencio nos confronta con un sin fondo insoportable y que no hemos elegido pero no tenemos otra opción para alinearnos con la profundidad religiosa de nuestro ser. Tristemente, la mayoría de nosotros, aprenderemos esto unicamente por que se nos echa encima en el momento en que tenemos que afrontar nuestra propia muerte. En el abandono a la muerte, eliminadas todas las posibilidades y salidas, tendremos que, a pesar de la prueba y la amargura, en palabras de Karl Rahner, “permitirnos a nosotros mismos sumergirnos en el miserio de Dios”. Mas aun, antes de rendirnos, nuestras vidas siempre permanecerán en una especie de inestabilidad y confusión y siempre habra oscuridad, esquinas internas del alma que tememos iluminar.
Pero un viaje al silencio puede conducirnos más allá de estos oscuros miedos e iluminar con una luz sanadora nuestros rincones más oscuros. Así, como Vandekerckhove y otros escritores espirituales señalan, la paz es encontrada normalmente después de haber alcanzado un callejón sin salida, un punto final donde lo unico que podemos hacer es traspasar la negatividad.
En su libro “El sabor del silencio”, Vandekerckhove cuenta cómo un amigo imaginario comparte su sueno de adentrarse por si mismo en un desierto para explorar la espiritualidad. Su reacción primera no fue mucho de su agrado; “Una persona está preparada para ir a este tipo de desierto. Desea sentarse en cualquier lugar, con tal de que no sea su propio desierto”. ¡Qué verdad! Siempre anhelamos desiertos idealizados y huimos del propio.
El viaje espiritual, la peregrinación, el Camino, que la mayoría de nosotros podemos hacer es una peregrinación interior dentro del desierto de nuestro silencio.
Como seres humanos somos constitutivamente sociales. Esto significa, como la biblia señala con tanta franqueza, que no es bueno para la persona humana estar sólo. Estamos llamados a vivir en comunidad con otros. El cielo será una experiencia comunitaria, pero, en el camino hacia allí, hay un cierto trabajo interno que solo puede hacerse en soledad, en silencio, alejados del ruido del mundo.