¡Somos seres espirituales! ¿Nos damos cuenta?

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.

“Gran parte de los seres humanos vive sin darse cuenta de que ellos son seres espirituales” (Søren Kierkegaard)

“El anciano que no tiene la cara feliz, no merece el respeto del pueblo. Quiere decir que no ha encontrado el camino de la vida interior” (Proverbio chino).

Solo una persona con ojos puede ver los colores. Solo una persona con oídos puede disfrutar de los sonidos. Solo una persona con espiritualidad -con una visión espiritual despierta- puede descubrir el universo y todas las cosas en él como un “juego divino”.

La mujer o el hombre espiritual no son los que cierran los ojos a la realidad. Son aquellos que disponen de la mejor graduación para ver hasta el detalle más bello. El hombre o la mujer espiritual tienen una sensibilidad especial: perciben en nuestro mundo un aura de misterio, que les resulta encantadora, electrizante; escuchan, lo que muchos no oyen: hasta la voz de Dios (“¡Ojalá escuchéis hoy mi voz, no endurezcáis el corazón!).

Por eso, viven en paz, sonríen, son personas bellas, equilibradas, disfrutan, aman, entienden,. escuchan, saben, saborean. El que da su mano y cuando toca… “a vida eterna sabe”. El Espíritu enciende todos los sentidos. ¡No los apaga!

El corazón

La mujer o el hombre espiritual habitan su propio corazón. Viven desde él. Carl Jung decía:

“Tu visión será más clara cuando mires a tu corazón. Quien mira fuera, sueña. Quien mira dentro, se despierta”

La espiritualidad está dentro, pero hay que despertarla. La espiritualidad está en el corazón, en esa realidad simbólica que desde hace siglos denominamos “corazón”. Es el territorio del amor, de las intuiciones, de los afectos, de la profundidad, de las soledades más hondas…

¿Y qué descubrimos en nuestro interior, en nuestro corazón espiritual?

  • Que hemos sido agraciados con un “fondo sin fondo”.
  • Que lo espiritual que nos habita no ha surgido por generación.
  • Que no es fruto -sin más- de las especies vivientes, ni es el resultado de la organización compleja de la materia.

Siguiendo la huella de nuestro espíritu -como si de una corriente misteriosa se tratara- llegamos a la profundidad de nuestro ser (“Tiefe des Seins” –Paul Tillich), que nos trasciende por todas partes. ¡Esa es la realidad previa a nosotros mismos, la realidad fundante! Ahí descubrimos que somos hijos o hijas del Misterio: “nacidos de Dios” y desde Dios, nacidos como realidad corporal en este mundo.

En red

Pero también ahí, nos descubrimos “en red”: no unigénitos, sino hijos e hijas en plural. Nosotros, los cristianos, nos reconocemos “hijos en el Hijo”. Jesús y su Espíritu nos dan la clave para vivir en red fraterna y filial. En esa raíz única y compartida, todos nos sentimos uno y llamados a la unidad, aunque exteriormente seamos diferentes. Tenemos raíces comunes que fundamentan nuestra fraternidad y sororidad globales y también nuestra llamada a cuidar de nuestra familia y de nuestros hermanos.

Nacemos del espíritu y nuestro cuerpo es espíritu en estado de expresión, de encarnación, de relación y comunión. Lo expresó muy bien Teilhard de Chardin al decir:

“No somos seres humanos que tienen una experiencia espiritual. Somos seres espirituales que tenemos una experiencia humana”

La auténtica interioridad no nos aleja de la exterioridad, sino que nos conecta con las raíces de toda exterioridad. Deng-Ming-Dao dijo:

“Una vez que tú has contemplado el rostro de Dios, tú descubres el mismo rostro en toda persona que encuentras”.

El camino de la espiritualidad comienza con el descubrimiento de nuestro propio territorio. Investigando nuestros rincones, hasta llegar a nuestro más profundo centro, o a sus límites últimos.

Las siete cabezas del mal

También descubrimos en nuestro corazón la presencia misteriosa del mal: nuestro pecado con sus siete cabezas. El corazón se muestra débil, inconsecuente, propenso a la malicia y a la esclavitud. Necesita purificación, redención.

La espiritualidad cristiana afirma que esa redención del espíritu humano no es simplemente auto-redención. Reconoce que la profundidad del mal es tal, que ningún ser humano es capaz de arrancarla de sí mismo. Jesús y su Espíritu son la única fuerza capaz de llegar hasta lo más profundo y sanarlo.

Pero la pregunta que nos urge es ésta: ¿cómo aceptar en  nosotros la redención? ¿En qué medida somos también nosotros co-rresponsables de ella? La redención, que viene de Dios, activa nuestra capacidad, nuestros dinamismos interiores, nuestra colaboración. Por eso, un camino espiritual cristiano no excluye, en manera alguna, las prácticas espirituales que nos hacen colaborar corresponsablemente en él.

Las prácticas espirituales

La espiritualidad de la colaboración se expresa en diversas prácticas espirituales. Éstas quedan debidamente establecidas en diversos niveles (personal, colectivo y comunitario), en diversos ritmos (diario, semanal, mensual, anual). Lo establecido, lo regulado, es algo así como un común denominador,

Hay modelos prácticos de espiritualidad atiborrados de cosas que hay que hacer. De la austeridad litúrgica y monástica se pasó a un neo-barroquismo, en el que prevalece la cantidad sobre la calidad, la superficialidad sobre la profundidad. En cambio, respiramos cuando se nos dejan espacios para la contemplación, para saborear, sentir, trascender… Preferimos centrarnos en un único salmo a rezar cinco, en una breve lectura a largos textos que provocan nuestra dispersión; nos interesa más sentir que cumplir. En nuestras visitas a un museo es preferible detenerse ante unos pocos cuadros, en una sala, que recorrer ansiosamente todo el museo para concluir con una sensación de cansancio y superficialidad.

Las prácticas que hoy necesitamos -¡no para justificar nuestra espiritualidad, sino para abrirnos a ella!- tienen mucho que ver con la reconstrucción espiritual de nuestras personas. Necesitamos además métodos adecuados (el método apreciativo y no el método del déficit) y mistagogos (pero ¡cuidado con quienes entienden que el acompañamiento espiritual es su oficio!).

 


Extraído del Blog «Ecología del Espíritu»