Vivimos en un mundo muy prometedor, pero a la vez muy necesitado, a veces marcado por la oscuridad. Como Iglesia que trata de responder a la situación de nuestro mundo y de evangelizar de modo nuevo, debemos también darnos cuenta de que estamos en una Iglesia con dificultades. La realidad de este mundo exige una nueva efusión del Espíritu Santo. Nuestros Papas nos han exhortado a recordar que “no habrá nunca evangelización posible sin la acción del Espíritu Santo” (Evangelii Nuntiandi, 75). A fin de que la salvación de Jesucristo llegue a todo el mundo y lo transforme, de que la Iglesia se renueve y en ella florezca la santidad, de que los cristianos avancen con la nueva evangelización, necesitamos un nuevo Pentecostés. Para que este Año de la Fe dé como fruto el nuevo Pentecostés que necesitamos, os propongo, hermanos Obispos, que este Sínodo pida humildemente al Santo Padre que consagre el mundo al Espíritu Santo.