Existe también aquí el encanto de la llamada a nuestra puerta. Es un niño que trae unos zapotes o un grupo de ellos con coconas y maracuyás, para después hacer un rico jugo. O es una niña que, de parte de su mamá, trae un plato de pijuallos cocinados o unos dulces de almidón de yuca. Vienen todos de la chacra y quieren hacernos partícipes.
Y ahora mismo en Juanjuí no hay harina; por lo tanto no hay pan que cocer. Y ves las bolsas vacías de niños que van y que no encuentran. Y una señora que te cuenta que no podrá amasar sus pasteles y que qué va a hacer para sacar adelante a los suyos… Y fósforos, algo tan vulgar, pero que tampoco hay. No hay, no hay, no hay… Ni azúcar. Ni gasolina… Hay escasez. Y vivimos este riesgo cada día. Y el pueblo comienza a estar inquieto. E insoportables explotadores que aprovechan estas situaciones para acaparar, monopolizar y encarecer. Gentes debilitadas por tanta lucha y tanto esfuerzo, que ya no pueden resistir. Que el pan que el pueblo ahora hornea no sea excesivamente amargo, debido a las excesivas noches de necesidad y pena con las que está siendo amasado. Que Dios descanse dentro de estas fatigas; que Él supere el invierno de todas las penas. Que Él sea el consolador, tocando el cuerpo desnudo de todos nuestros sueños. Que Él les diga en un instante: “Poneros de pie”, y que caminen a través de esta diaria resurrección que les regala porque les quiere.
Ese dolor, puñetazo en el rostro de nuestro ser íntimo, instrumento de trabajo en nuestras manos; pasarela nuestra hacia otro destino. Breve noche en la que se nos ordena estar de pie, abrazando el cielo con nuestros ojos en busca de apoyo, en busca de un sentido, de algo que explique esas lágrimas cansadas que tenemos. Entonces, todo queda lleno de su presencia. “Os daré mi alegría –dijo Jesús-; la poseeréis plenamente y nadie os la podrá arrancar”, a pesar de que la cruz pese tanto, abrume y agote…