TECNIFICADOS ¿DAMNIFICADOS?

Podríamos seguir cantando las maravillas que la tecnología representa y son bien reales. Sin embargo, como siempre sucede, el \’boom\’ de la tecnología tiene sus otras facetas, menos agradables, más problemáticas. Y muchas veces no somos conscientes de su existencia. Son como \»peajes\» culturales que estamos pagando por habernos introducido de cabeza en ese mundo. Y no me refiero a las grandes catástrofes ecológicas que a veces se producen como las \»mareas negras\» de los petroleros, o a la deforestación de los montes o haber esquilmado la fauna de nuestras costas – o de las ajenas- con una explotación descontrolada, o al peligro de la energía nuclear. Todos estos son capítulos que merecen comentario, pero a mí me gustaría perfilar las transformaciones más bien negativas que la tecnología está operando en la vida cotidiana.Ciertamente nos libera de muchas dependencias, pero nos crea otras. Por ejemplo la pérdida del sentido de que seguimos siendo creaturas, dependientes, limitadas, con fallos. Rodeados del mundo tecnológico que nos hemos inventado, en el que los fallos y errores se arreglan llamando a un técnico que los repare, trasladamos este esquema a nuestra vida y tendemos a mirar nuestros límites creaturales intrínsecos como si fueran errores de funcionamiento, fallos de ajuste que una técnica adecuada -física o psicológica- pudiera subsanar. Así nos hemos alejado insensiblemente de los grandes misterios de la vida, del amor, de la muerte, donde se juega lo más importante de nuestra existencia. Caemos en la autosuficiencia y llegamos a creernos pequeños \»cuasiomnipotentes\», olvidándonos de que podemos respirar gracias a las plantas, de que vivimos gracias a un sutil equilibrio de fuerzas cósmicas que podrían hacernos desaparecer de un plumazo. Y si el principio de la sabiduría es el propio conocimiento, de alguna forma nos estamos condenando a no ser sabios, aunque disfrutemos de muchos más conocimientos.Quizá la consecuencia más negativa es que la tecnología acaba por imponernos su propias reglas, porque, en realidad, lo que ella puede satisfacer se reduce a nuestras necesidades materiales o dependientes de nuestra base material. Y si nos habituamos a mirar la realidad por ese pequeño agujero es probable que nos olvidemos de otras necesidades más profundas, más espirituales, pero que no se pueden adquirir en los grandes almacenes; o, peor: que vinculemos la satisfacción de dichas necesidades radicales con la adquisición de determinados productos técnicos. Un estudio incluso superficial de la publicidad y de su lenguaje -antes más bien subliminal, ahora cada vez más explícito-, nos evidencia la calculada estrategia de vincular la adquisición de los bienes de consumo de los que se hace propaganda con la obtención de la felicidad, la libertad, la madurez humana, el triunfo vital y amoroso, la serenidad… No deja de resultar curioso que en medio de nuestra sociedad secularizada el lugar donde se habla con más frecuencia de dimensiones espirituales o incluso directamente religiosas sea la publicidad. Y ello nos indica con precisión por dónde van nuestras carencias.O, mucho peor, acabamos por reducir nuestras expectativas humanas más profundas a la consecución de los objetivos consumistas con que la publicidad nos bombardea. Retorno de los viejos ídolos de siempre: poder, placer, dinero, fama… o erigimos nuevos ídolos. Para un número significativo de nuestros conciudadanos parece que la \’salvación\’ o la felicidad se reduce a que su equipo favorito gane la liga de fútbol, a que le toque la primitiva o el panel central del \»precio justo\», a poder conquistar al chico/chica de sus sueños, a adquirir ese modelo de coche que prestigia su imagen, a poder salir por la caja tonta, aunque sea pagando el precio de vender sus intimidades al público, o a conseguir ese \»cuerpo danone\» que pueda lucir ante los demás. Y así nos condenamos a ser infelices para siempre. Persiguiendo señuelos que no son sino sucedáneos de salvación para un hombre cada vez más unidimensional que confunde \»tener\» con \»ser\». Nihilismo práctico.La profundidad de esta influencia se manifiesta hasta en la transformación del lenguaje. Todo se tiende a entender en clave del \»tener\».Ser sabio se formula como tener conocimientos o títulos; estar enamorado se dice \»tener un buen rollo\» o \»tengo un amor\»; hasta cuando a uno le duele la cabeza se afirma: \»¡Tengo un dolor de cabeza…!\» lo cual es bastante absurdo, porque, en todo caso, es el dolor de cabeza el que te \»tiene\» a ti. Y tantos otros ejemplos: \»tengo una gran preocupación\» en vez de \»estoy preocupado\»; \»tengo insomnio\» en vez de \»no puedo dormir\»; \»tengo un matrimonio feliz\» en vez de \»soy feliz en mi matrimonio\».El problema de fondo es que el tipo de relación con lo real que genera la tecnología es la relación que establecemos con las cosas y que se expresa en el verbo \»tener\». Es la relación de propiedad, de posesión, de dominio: una relación instrumental. Y si esta relación funciona bien con las cosas, sin embargo es inhábil para la relación con la naturaleza y nefasta para la relación con lo otros humanos o para con Dios. Porque lo reduce todo a instrumentos al servicio de nuestras necesidades. De alguna forma nos incapacita para la gratuidad, para la donación. Para ese mundo especial de las relaciones interpersonales en el que tienes no lo que dominas o controlas, sino lo que das.La tecnología nos ofrece muchas posibilidades, pero, con frecuencia, mata la creatividad. Porque la creatividad nace del encuentro, de establecer una relación de libertad, de juego, de interacción, de diálogo. Mas cuando uno de los polos de interacción es una máquina, ella es la que determina las reglas del juego, la que establece el margen de libertad, no la imaginación creadora del individuo y el aparente diálogo es siempre idéntico. Por ejemplificar, si un cajón con ruedas y una gran imaginación eran capaces hace años de inventar mundos, hoy en día muchos niños son incapaces de divertirse sin un ordenador y sumergirse en un juego virtual consiste sólo en una prueba de habilidad que, un vez superada, deja de interesar, o nos aboca a emprender otra similar, en un esfuerzo idéntico con ligeras variantes. Con ciertos rasgos preocupantes: individualismo, competitividad (se trata de ganar), ansiedad (genera adicción o talantes obsesivos), repetición compulsiva.La tecnología es cada vez más sofisticada y compleja. Pero, también, cada vez más frágil. Si hace unos años un apagón era un fastidio soportable, hoy en día puede dejarnos completamente a la intemperie y sin recursos, por habernos hecho tan dependientes, en el sentido de que basta un pequeño fallo para que nos quedemos bloqueados. Y si, por el uso de estos pequeños \»esclavos técnicos a nuestro servicio\», nos olvidamos de cómo se realizan las funciones en las que ellos nos suplen, somos nosotros los que salimos perdiendo. Si uno depende tanto de la calculadora para poder ejecutar operaciones contables simples, que si se le estropea ya no sabe cómo realizarlas con un boli y un papel la pregunta pertinente es ¿quién depende de quién?.No pretendo \»demonizar\» unos medios que rinden tantos beneficios y que, como realidades materiales a nuestra disposición, no pueden ser objeto de juicio moral. Eso depende del uso que hagamos de ellos. Pero sí es importante entender su lógica, captar sus límites, para no dejarnos \»fascinar\» ni deslumbrar por realidades que sólo cubren la parte más superficial de nuestras necesidades, para no reducir nuestras aspiraciones a lo que estos medios nos ofrecen aunque tenga infinitas variantes, para no dejarnos atrapar por un lógica que en sí misma es deshumanizante, al transformar en objetivos lo que son simples medios, un laberinto sin salida en una eterna fuga hacia adelante. Al final, la sabiduría evangélica de la frase \»Donde está tu tesoro allí está tu corazón\» nos recuerda con eficacia el tipo de dependencia a la que corremos el riesgo de esclavizarnos en este universo de la tecnología desbordada. Y nuestro corazón está hecho para cosas mas grandes y más valiosas.artículo publicado en la revista Ciudad Nueva