Ningún hombre es una isla. John Donne escribió esas palabras hace cuatro siglos, y son tan válidas ahora como lo fueron entonces, aunque nosotros ya no las creemos.
Hoy día, más y más gente entre nosotros está empezando a definir nuestras familias nucleares y nuestro círculo de amigos, elegido con cuidado precisamente como una autosuficiente isla, y nos estamos volviendo más selectivos sobre aquel a quien se le permite entrar en nuestra isla, en nuestro círculo de amigos y en el círculo de los que son considerados dignos de respeto. Definimos y protegemos nuestras idiosincráticas islas por una particular ideología, visión de la política, visión de la moralidad, visión del género y visión de la religión. Cualquiera que no comparte nuestra visión es mal recibido e indigno de nuestro tiempo y respeto.
Además, los medios contemporáneos juegan a esto. Más allá de los cientos de principales canales de televisión de los que tenemos que escoger, cada uno con su propia agenda, tenemos redes sociales en las que cada uno de nosotros puede encontrar la exacta ideología, política, moral y perspectiva religiosa que alienta, protege e incomunica nuestra isla, y hace de nuestra pequeña pandilla nuclear un espacio autosuficiente, exclusivo e intolerante. Hoy, todos tenemos los instrumentos para sondear los medios hasta encontrar exactamente la “verdad” que nos gusta. Hemos andado un gran camino desde los viejos tiempos de un Walter Cronkite que transmitía una verdad en la que todos podíamos confiar.
Los efectos de esto están por dondequiera, sobre todo en la polarización incesantemente amarga que estamos experimentando frente a casi todos problemas políticos, morales, económicos y religiosos de nuestro mundo. Hoy nos encontramos en islas separadas, no abiertos a la escucha, respeto ni diálogo con el que no sea de nuestra clase. Cualquiera que discrepa de mí es indigno de mi tiempo, mi escucha y mi respeto; esta parece ser la actitud popular hoy.
Vemos algo de esto en ciertas formas estridentes de la Cultura de cancelación, y vemos mucho de ello en el rostro del nacionalismo que crece duro y vuelto hacia dentro en tantos países hoy. Lo que es extranjero es mal acogido, pura y simplemente. No trataremos con nada que desafíe nuestras características raciales.
¿Qué hay de malo en eso? Casi todo. Al margen de si lo estamos mirando desde una perspectiva bíblica y cristiana o si lo miramos desde el punto de vista de la salud y madurez humana, esto es simplemente reprochable.
Bíblicamente, está claro. Dios irrumpe en nuestras vidas de maneras manifiestas, principalmente por medio de “lo extraño”, por medio de lo que es extranjero, por medio de lo que es otro, y por medio de lo que sabotea nuestro pensamiento y hace saltar por los aires nuestras calculadas expectativas. La revelación nos viene normalmente en la sorpresa, a saber, de una forma que pone nuestro pensamiento patas arriba. Tomad como ejemplo la encarnación misma. Durante siglos, el pueblo esperó la llegada de un mesías, un dios en carne humana, que vencería y humillaría a todos sus enemigos y les ofrecería, a aquellos que implorasen fielmente por esto, el honor y la gloria. Oraron pidiendo y anticipando a un superman, y ¿qué lograron? Un indefenso bebé tendido en la paja. La revelación funciona de esa manera. Por eso san Pablo nos recomienda acoger siempre a un extraño, porque podría ser de hecho un ángel con disfraz.
Todos nosotros -estoy seguro- en algún momento de nuestras vidas hemos tenido personalmente esa experiencia de encontrarnos con un ángel disfrazado en un extraño al que quizás acogimos sólo con algo de reserva y miedo. Yo sé que, en mi propia vida, ha habido ocasiones en que no quise acoger a cierta persona o situación en mi vida. Vivo en una comunidad religiosa, donde no está en tu mano escoger con quien vas a vivir. Se te asigna tu “inmediata familia” y (menos unas pocas excepciones cuando hay una disfunción clínica) la afinidad mental no es un criterio para decidir quién es asignado a convivir en nuestras casas religiosas. No raramente, he tenido que vivir en comunidad con alguien al que no habría elegido por amigo, colega, vecino ni miembro de mi familia. Para sorpresa mía, con frecuencia ha sido la persona a la que menos habría escogido para convivir la que ha sido un vehículo de gracia y transformación en mi vida.
Además, esto me ha pasado durante mi vida en general. Frecuentemente, me he sentido agraciado por las causas más inverosímiles, inesperadas e inicialmente inoportunas. Por supuesto, esto no siempre se ha dado sin dolor. Lo que es extraño, lo que es otro, puede ser trastornador y doloroso durante un largo tiempo antes de que la gracia y la revelación sean reconocidas, pero es lo que trae la gracia.
Ese es nuestro desafío siempre, a pesar de que, particularmente hoy, tantos de nosotros estamos retirándonos a nuestras propias islas, imaginando esto como madurez; entonces lo racionalizamos por una falsa fe, un falso nacionalismo y una falsa idea de lo que constituye la madurez. Esto es al mismo tiempo equivocado y peligroso. Comprometernos con lo que es otro nos engrandece. Dios está en el extraño, y así nos apartamos de una especial vía de gracia siempre que no queremos dejar al extranjero entrar en nuestras vidas.