En el mundo de las artes hacen una distinción entre personas que crean una obra artística -un artista, un escultor o un novelista- y personas que escriben sobre artistas y sus obras. Tenemos novelistas y críticos literarios, artistas y críticos de arte, y ambos son importantes. Los críticos preservan el arte y la literatura de la mala forma, del sentimentalismo, de la vulgaridad y de la cursilería; pero son los artistas y los novelistas quienes producen la sustancia; sin ellos, la evaluación crítica no tiene ninguna función.
Por ejemplo, el libro Diario de Ana Frank es una pieza maestra. Se han escrito incontables libros y artículos sobre él, pero estos no son la pieza maestra, la sustancia, la obra artística que tan profundamente tocó el alma de millones. Son comentarios sobre esa obra artística. Naturalmente, a veces una persona puede ser ambas cosas: novelista y crítico literario, artista y crítico de arte, aunque la distinción permanece. Estos son oficios separados y disciplinas separadas.
Esa misma distinción vale en el área de la teología y la espiritualidad, aunque a veces no es reconocida. Algunos escriben teología, y otros escriben sobre teología, de igual manera como algunos escriben espiritualidad, y otros escriben sobre espiritualidad. Ahora mismo, yo estoy escribiendo sobre teología y espiritualidad más bien que haciendo teología o espiritualidad.
Acaso un ejemplo pueda ayudar. Henri Nouwen fue, en los últimos setenta años, uno de los escritores espirituales más populares. Nouwen escribió espiritualidad; nunca escribió sobre espiritualidad, la escribió. No fue un crítico, escribió textos espirituales. Mucha gente, yo incluido, ha escrito sobre Nouwen, sobre su vida, sus obras y por qué influyó en tanta gente. Hablando estrictamente, eso es escribir sobre espiritualidad como opuesto a escribir espiritualidad como Nouwen hizo. A decir verdad, hoy no tenemos abundancia de escritores espirituales del calibre de Nouwen. Lo que tenemos, particularmente a nivel académico, es abundancia de escritos críticos sobre espiritualidad.
Ofrecí el ejemplo de un escritor de espiritualidad contemporáneo, Henri Nouwen, pero la distinción es quizás incluso más clara cuando nos fijamos en los escritores espirituales clásicos. Hemos creado de hecho un cierto “canon” de escritores de espiritualidad que consideramos como clásicos: los Padres y Madres del desierto, el Pseudo-Dionisio, Juliana de Norwich, Nicolás de Cusa, Francisco de Asís, Domingo, Ignacio, Juan de la Cruz, Teresa de Ávila, Francisco de Sales, Vicente de Paul y Teresa de Lisieux, entre otros. Ninguno de estos escribió obras de crítica en sí mismas, escribieron espiritualidad. Se han escrito incontables libros sobre cada uno de ellos evaluando críticamente sus obras. Aun siendo tan valiosos estos libros, en definitiva no son libros de espiritualidad, sino libros sobre espiritualidad.
Lo mismo vale para la teología. Tenemos infinitamente más libros escritos sobre teología que los que tenemos de verdadera teología. La palabra “teología” viene de dos palabras griegas: Theos (Dios) y logos (palabra). Así que, en esencia, la teología es “palabras sobre Dios”. La mayoría de los libros de teología y los cursos sobre teología contienen algunas “palabras sobre Dios”, pero estas están generalmente empequeñecidas por las “palabras acerca de las palabras sobre Dios”.
Esto no es una crítica, sino una aclaración. He enseñado y escrito en el área de teología y espiritualidad durante cerca de cincuenta años; y, por suerte, casi nunca caigo en la cuenta de esta distinción, principalmente porque necesitamos ambas y las dos simplemente fluyen dentro y fuera de la otra. Sin embargo, hay un punto donde viene a ser importante no confundir ni juntar la evaluación crítica de una obra artística con la obra artística misma, y en nuestro caso reconocer que escribir sobre teología y espiritualidad no es lo mismo que hacer de hecho teología y hacer espiritualidad. ¿Por qué? ¿Por qué destacar esta distinción?
Porque necesitamos que el artista y el crítico hablen a diferentes rangos dentro de nosotros y necesitamos reconocer (explícitamente en ocasiones) dónde necesitamos ser alimentados o guiados. El artista habla al alma con un género de intención, a saber, inspirar, inflamar, profundizar, traer nueva visión y movernos afectivamente. El crítico habla con diferente intención: guiar, mantenernos equilibrados, prudentes, robustos, lúcidos y en los límites de la decencia, la comunidad, la estética oportuna y la ortodoxia. Ambos son importantes. Uno salva al otro del sentimentalismo irrefrenable, y el otro salva al primero de ser simplemente un ejercicio vacío. Simplificándolo mucho, podríamos decirlo de esta manera: Los críticos definen las reglas del juego y someten a los jugadores a esas reglas; pero el arte, la teología y la espiritualidad son el juego. Los juegos necesitan ser dirigidos; si no, degeneran rápidamente.
En nuestras iglesias, hoy se da frecuentemente una tensión entre los que están tratando de crear una nueva visión, generar nuevo entusiasmo y hablar más afectivamente al alma, y los que están guardando los castillos de la academia, la ortodoxia, la liturgia y el buen gusto. La teología académica está con frecuencia en tensión con la vida devocional, los liturgistas están con frecuencia en tensión con los pastores, y los escritores espirituales populares están con frecuencia en tensión con los críticos. Puede ser que uno u otro nos irrite; pero cada uno es, en definitiva, un amigo.