TERESA DE CALCUTA (1910 – 1997)

14 de septiembre de 2009

“La alegría es amor. Da más quien da con alegría”                                                                                        

Querida Madre Teresa:

¿Cuántos libros y cuántos portales de internet están difundiendo tu mensaje, contando tu historia y presentando la obra de tus Misioneros y Misioneras de la Caridad? ¿En cuántos lugares e idiomas continúas ganando batallas después de muerta?  Sí, claro, no eres tú precisamente; las batallas las gana Otro, sirviéndose de ti como instrumento fiel de su causa, y eso es lo que te llena de alegría. No soy especialista en tus cosas y ya he contabilizado varias decenas de libros que hablan de tu vida, cuando hace tan pocos años que atravesaste la frontera.

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.Si alguien vive al margen de tales cálculos, es tu propia familia. Para tu familia religiosa, la mano izquierda no debe enterarse de lo que hace la derecha, como dijo un día Jesús. Tú misma lo reafirmaste con otras palabras:  “Llevamos a término nuestra humilde tarea y desaparecemos”. No es cuestión de propaganda sino de irradiación. Si has aceptado tantos premios ha sido, siempre y sólo, en nombre de los pobres. No es tu gente la que busca las agencias de noticias, son las agencias las que descubren una veta de interés universal en esa forma tan radical y sencilla a la vez de vivir el evangelio. Más aún, no son los miembros de tus congregaciones los que piden al Papa que lleve adelante tu proceso de canonización; es el mismo Papa quien se adelanta a acortar los trámites del proceso, interesado en presentar tu vida como un testimonio singular para los hombres y mujeres de cualquier condición, credo o cultura.

La Iglesia te ha tomado muy en serio. En un tiempo récord, los trabajos realizados para tu beatificación llenaban 80 volúmenes y contaban con 113 testimonios e innumerables declaraciones. Nunca hubieras sospechado que la dedicación a los más pobres de los pobres pudiera dar cauce a esta corriente de amor universal que tiene como símbolo el brillo de tus ojos y la ‘belleza’ de tu rostro surcado de arrugas. Todos te llaman Madre: el hindú, el musulmán, el católico, el agnóstico, el ateo, y es que has formado una inmensa familia en la cual los primeros son siempre los últimos, desde los moribundos a los leprosos o a los niños intocables… ¿Por qué? Porque tu mensaje es evangelio limpio. Y el mensaje evangélico cabe literalmente en cuatro letras: amor. Lo puedes traducir de mil formas: Dar y darse; hasta que duela; siempre al estilo de Jesús. Y con alegría, como repetías tantas veces: “La alegría  es amor. Da más quien da con alegría”.

Te habrás enterado, seguro, de que a los seis años de tu muerte, exactamente en el Domund, 19 de octubre de 2003, la madre Iglesia te elevó a los altares con gran regocijo del Pueblo de Dios.

Nunca faltará quien desde su despacho siga dándote lecciones sobre lo que debiste hacer: ¡cambiar las estructuras! Pero tú no lo podías todo; tenías el carisma de lo inmediato. Los moribundos no esperan. “Es a Cristo —que tiene hambre—, a quien damos de comer; a Cristo —desnudo— a quien vestimos; a Cristo —desalojado— a quien ofrecemos cobijo… Cristo tiene en nuestros pobres (e incluso en los ricos) hambre de amor, de cuidados, de calor humano, de alguien que se preocupe de ellos como de algo propio”. Nadie podrá acusarte de que descuidas a los más pobres; pero conoces a ricos que se desangran de pura soledad y no te cansas de repetir que también ésa es una terrible pobreza, sin perderte en otras digresiones.

El alboroto llegó para muchos a los cuatro años de tu beatificación. Una revista de proyección mundial –Time-  publica la asombrosa noticia —¡qué te voy a contar!—: “Teresa de Calcuta perdió la fe”. Luego, un número incalculable de medios de comunicación se agarra al titular y lo difunde tensándolo hasta el extremo: “Teresa de Calcuta perdió la fe en Dios cincuenta años antes de morir”. Se acababa de anunciar para el 4 de septiembre, víspera del 10º aniversario de tu muerte, la publicación de un libro que incluía cuarenta cartas tuyas a personas de toda confianza, en las que contabas la situación por la que estabas pasando en tu vida de fe. El libro, hoy traducido a muchos idiomas,  se titula “Ven y sé mi luz”. ¿Y el autor? Un hombre de Dios, postulador de tu causa de canonización, el padre Brian Kolodiejchuk, que, conociendo como nadie estos escritos, tenía claro que no hubo “ni un segundo” en que pensaras que Dios no existía.

Te veo sonreír beatíficamente ante este revuelo inesperado. ¿Qué había ocurrido? Los informadores no parecen precisamente especialistas en teología espiritual. Un buen número de ellos no ha leído a los místicos ni se ha asomado a su experiencia. Tú sí, tú estás en el secreto, sobre todo ahora, que vives en la otra orilla. San Juan de la Cruz, hablando de la Noche oscura del espíritu, dice que “todas las potencia de la parte superior del alma están a oscuras”. Sencillamente, no ven nada. El verdadero místico atraviesa una terrible prueba de purificación, que, de algún modo, le hace participar de la experiencia de Jesús: “Padre, ¿por qué me has abandonado?”. Tú lo traducías así: “Miro y no veo. Escucho y no oigo”. Y todavía: “Hay tanta contradicción en mi alma: un profundo anhelo de Dios, tan profundo que hace daño; un sufrimiento continuo, y con ello, el sentimiento de no ser querida por Dios, rechazada, vacía, sin fe, sin amor, sin celo”.

Qué bien interpretó tu inmediata sucesora, hermana Nirmala, estas pruebas como el camino que eligió Dios para llevar a cabo tu purificación y transformación interior. Es algo que ningún teólogo pone en duda. Al contrario, todos convienen en que esta tiniebla, este desierto, este invierno tan duro, fue el escudo que te mantuvo al margen de cualquier tentación de orgullo y te hizo especialmente cercana a los hombres y mujeres de nuestro tiempo.

Querida Madre Teresa: A pesar de todo… No, no, perdón: por todo ello, eres la mujer más admirada y  querida  del siglo XX (acaso se pueda añadir algún día: ‘y también del siglo XXI’). Jean Vanier  ha escrito: “Madre Teresa es un signo de la presencia de Cristo en el mundo en que vivimos”. E Indira Gandhi: “En presencia de Madre Teresa todos nos sentimos un poco humillados y avergonzados de nosotros mismos”. Tienes derecho a sonreírte ante semejantes elogios, pero ¿cómo no asentir a ellos y dejarnos interpelar por tu vida?