TERESA DE CALCUTA: UNA VIDA FUNDADA EN LAS BIENAVENTURANZAS

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.Ofrecemos como reflexión estas palabras del Cardenal Saraiva, pronunciadas como homilía en la Misa de Acción de Gracias por la Beatificación de Madre Te­resa. Miles de religiosas se han consagrado en la Iglesia para ser mujeres de Dios en el siglo XXI. Para ellas, y para los varones, en la Beata Teresa de Cal­cuta hay un buen ejemplo.

La imagen del Evangelio -"Vosotros sois la luz del mundo; no puede ocul­tarse la ciudad edificada sobre un monte" (Mt 5, 14)- nos explica el por qué quiso Juan Pablo II, inscribir en el catálo­go de los beatos a la Madre Teresa de Calcuta. Su testimonio de vida y su ejem­plo como "Madre de los pobres", tan elo­cuentes para todos -creyentes e increyentes-, son tan patentes como lo es una ciu­dad sobre el monte.

Estamos aquí para dar gracias a Dios por la luz que, a través de la Madre Tere­sa, ha llegado a cada uno de nosotros y al mundo entero. Esta gran mujer, valiente mensajera del Evangelio, cuya vida tan sellada estuvo por el amor, hoy es vene­rada entre los Beatos de la Iglesia. Pode­mos contemplarla, pues, como ejemplo y como fuente de inspiración.

Mostrar la ternura del amor de Dios

La Madre Teresa era misionera -como así se definía-, portadora del amor de Dios y embajadora de su Paz. Quería que todos experimentasen la ternura del amor de Dios. Su afectuosa mano, sus brazos abiertos, su luminosa sonrisa, sus acoge­dores gestos, no querían sino transmitir su gran mensaje: tú eres amado, eres aceptado, hay quien se cuida de ti. La persuasiva fuerza del amor de la Madre Teresa era capaz de conquistar los cora­zones. Su vida es un ejemplo palmario de cómo llegar a vivir el himno de la cari­dad: sin el amor no somos nada, y carece de sentido lo que hacemos. En cambio, una vida desbordante de amor comporta una sorprendente fecundidad.

La misma Madre Teresa narraba lo ocurrido cierto día, al llevarle a la casa de Calcuta una mujer recogida en la calle, cubierto todo su cuerpo de purulentas lla­gas. La "Madre" la acoge con gran dulzu­ra, la cura y limpia durante horas. Aque­lla pobre criatura, aun en medio de tantas maternales atenciones, no dejaba de zaherizarla. Finalmente, la mujer exclama: "hermana, ¿por qué actúas así? No todos se comportan como tú. ¿Quién te lo ha enseñado?" La Madre Teresa, con el can­dor y la ingenuidad de su alma, respondió: "me lo ha enseñado mi Dios". Aque­lla mujer replicó: "Hazme conocer a tu Dios". Entonces la Madre Teresa, abrazándola, le dio la última y más en­cantadora respuesta: "Ahora ya conoces a mi Dios. Mi Dios se llama Amor".

Vivir las Bienaventuranzas

La nueva Beata fundamentó su exis­tencia en las Bienaventuranzas. Fueron para ella su modelo de vida. La Madre Teresa agotó todas sus energías en el servicio a los más pobres y necesitados. Sin embargo, no eran la pobreza y la mi­sericordia su centro de gravedad y de atención, sino el logro de una total unión con Dios y un incondicional abandono en sus manos. En el Señor ponía toda su es­peranza. Y por eso llegaba a tocar el co­razón de los pobres, proporcionándoles el alivio y el consuelo del Reino para ellos preparado.

"Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios" (Mt 5, 8). Ésta era una de las frases de Cristo preferidas de la Madre Teresa. No se cansaba jamás de repetir que "un corazón puro puede ver a Dios". Se re­fería a la penetrante visión de fe que proviene de un vivir únicamente orien­tado hacia Dios y que permite percibir en cada circunstancia su mano siempre providente y operante. Esta fe de la Ma­dre Teresa era tan grande, que la lleva­ba a reconocer a Dios incluso en los más dolorosos y trágicos acontecimien­tos de la vida.

Su fortaleza al afrontar los múltiples desafíos y dificultades con que se va en­contrando en su servicio a los pobres es admirable y un verdadero estímulo para imitarla. La grandeza de su amor la lle­vaba incluso a sonreír cuando más difícil era su misión; su profunda fe la ayudó a mantenerse llena de gozo aun en medio de los sufrimientos internos y externos.

Don de Dios al mundo moderno

La Madre Teresa fue un don de Dios al mundo moderno, que no deja de mani­festar hambre de verdad y de amor gra­tuito y sin reservas. Enteramente poseída por el amor de Dios y entregada sin des­canso al anuncio del Evangelio, sobre to­do con los hechos, son incontables los que vieron en ella un ejemplo de vida auténticamente cristiana; se sintieron atraídos por el rostro de Cristo que trans­parentaba en su vida y servicio a los po­bres. Son incontables las gentes de todo credo que amaban a la Madre Teresa. Son sobradamente conocidas las célebres palabras con que el Secretario General de la ONU presentó a la nueva Beata: "He aquí la mujer más poderosa de la tie­rra. He aquí a la mujer acogida por do­quier con respeto y admiración. Ella es, realmente, las Naciones Unidas, ya que en su corazón ha acogido a los pobres de todas las latitudes de la tierra".

Tales palabras provocaron un indisimulado rubor en la diminuta Teresa de Calcuta, quién acertó en responder a las mismas con una magistral lección de vi­da, de ascesis y espiritualidad cristiana: "Yo solamente soy una pobre mujer que ora. Orando, me ha llenado Dios el co­razón de amor, y así es como he podido amar a los pobres con el amor de Dios".

Un luminoso ejemplo de santidad

También en el mundo de hoy el hom­bre se ve atraído por esos valores y gran­des ideales de bondad y amor que viviera en toda su radicalidad la Madre Teresa. Como fundamento de todas sus virtudes hay que destacar su inquebrantable fe en Dios y su sumisión a la divina voluntad. A Dios ofreció sin reservas su vida, y Dios pudo realizar maravillas en ella y a través de ella, precisamente merced a ta­les actitudes. Por eso también quedará en la Iglesia como luminoso ejemplo de sostén y entereza en el camino hacia esa santidad que proclamaba ella ser un deber para todo cristiano.

La Madre Teresa, sin buscar jamás la fama, ejerció un fascinante influjo, inexplicable con categorías de este mundo, pero comprensible con la mirada abierta a un horizonte sobrenatural, como la mirada de los santos. Se hizo atractiva por esa san­tidad que transparentaba con tan múltiples frutos de bondad, que no eran, en el fondo, sino una cadena de amor.

La Beata Teresa de Calcuta sigue sien­do para nuestro mundo de hoy un ejem­plo admirable y claro de cómo una vida fundada en la Bienaventuranzas y colma­da de amor puede dar luz al mundo, es decir, puede irradiar a Cristo, la Luz que ilumina a todo hombre.


EL ADMIRABLE CÁNTICO DEL ‘MAGNÍFICAT*

De la Madre Teresa, me quedó impreso el calidísimo abrazo "final" que nos dimos, emocionadas, en Nueva York, la última vez que tuve la gracia de encontrarme con ella. Era mayo de 1997. Estaba ella enferma y en cama. Fui con la intención de conversar con ella unos momentos. Comenzó después a ha­blar de su obra, que ella definía como obra de Dios.

Era -por así decirlo- su cántico del "Magníficat": algo admirable por su enraizamiento en Dios y por su plenitud de amor a la Señora. Se sentía felicísima hablando de Dios y de María. Aquel abrazo que nos dimos quedó en mí como un sello y una promesa: un seguir amándonos para siempre.

La Madre Teresa realizó, verdadera y ple­namente, eso que el Papa ha definido como el "genio femenino", y que se cumplió preci­samente en lo que María tuvo de más carac­terístico. En efecto, la Madre de Dios no estu­vo investida de ministerio jerárquico ningu­no, pero sí lo estuvo del amor, de la caridad, que es el mayor don y el carisma más excel­so proveniente del cielo. Ella es, pues, un modelo para todos nosotros.

La Madre Teresa es, una excelsa maestra en el arte de amar. Amaba realmente a to­dos. No preguntaba si su prójimo era católi­co, hindú o musulmán. Le bastaba saber que era hombre o mujer, en quienes no dejaba de descubrir su más honda dignidad. Amaba ante todo y sobre todo, iba en busca de ios más pobres, ya que a ellos por Dios mismo se sentía enviada. Veía, tal vez como ningún otro, a Jesús en toda persona.

"A mí me lo hicisteis": tal era su lema, la idea central de su misión. Se hacía "uno" con todos. Se hizo pobre con los pobres, pero sobre todo "como" ellos. Y eso fue lo que la di­ferenciaba de la simple asistente social o del militante en un voluntariado. No aceptaba nada que no pudieran también tener los po­bres. Es destacable, como ejemplo, su renun­cia y la de sus hermanas a una simple lava­dora: renuncia que muchos no comprenden -dicen- "en estos tiempos!", pero que ella tomaba muy en serio, ya que, si los pobres carecen de lavadora, ¿por qué había ella de tenerla? Escogió e hizo suya la miseria de los pobres, sus penas, sus enfermedades, sus muertes. Amó a todos más que a sí misma. Ni dejó de ofrecer a los demás su ideal. Invi­taba, por ejemplo, a quienes como volunta­rios, prestaban servicios circunstanciales a su obra, a buscar su propia "Calcuta" allí a don­de nadie acudía. "Porque los pobres —decía— están en todas partes".

Chiara Lubich
Traducido por M. Diez Presa