La noticia fue una sorpresa. La comunicó el Papa Francisco al concluir el encuentro con los Superiores Generales en noviembre del año pasado. Del 29 de noviembre de 2014 al 2 de febrero del 2016 celebraremos el año de la vida consagrada. Está programado con muchos acontecimientos. Pero, por debajo de los mismos, como una corriente de agua viva, que empapa la vida de las personas y comunidades religiosas, está el Espíritu Santo que mantiene este “milagro” –la vida consagrada– en la Iglesia y en el mundo. Esperamos que este año sea un acontecimiento de gracia para todas las vocaciones y formas de vida cristiana. Los carismas son para común utilidad (cf. 1 Cor 12, 7; cf. LG 12). La correlación de carismas y ministerios pide erradicar, desde el principio, todo intento de autorreferencialidad y abrirse a la misión universal de la Iglesia. La fuente mana y la zarza sigue ardiendo. Descalcémonos los pies y sigamos caminando hasta descubrir el rostro de Dios. Lo nuestro es ser testigos del Dios vivo, de su alegría por todo lo que ha creado.
Se nos concede un tiempo para la admiración, la escucha, el discernimiento y la responsabilidad. Es bello encontrarse con los otros miembros de la Iglesia en la acción de gracias, en la reconciliación, en el compromiso evangelizador.
Desde el inicio de esta reflexión es obligado dejar constancia de la gratitud hacia el Papa Francisco por haber puesto la mirada en los consagrados para que este año se haga memoria y se celebre el gran don de la vida consagrada.
1. Contexto: el “kairós” de esta celebración
Varios supuestos pueden hacer pensar que la convocatoria a celebrar este año de la vida consagrada sea un auténtico “kairós”, tiempo oportuno. No hace mucho se dedicó un año al ministerio sacerdotal. ¿Es que ahora “toca” a la vida consagrada? Existe una serie de congruencias que pueden apoyar esta iniciativa. Voy a enumerar algunas de ellas.
Las reagrupo en tres apartados:
a) Estamos a las puertas de los cincuenta años de la clausura del Concilio Vaticano II. La “Lumen gentium” fue promulgada en 1964 y el “Perfectae Caritatis” en 1965. Dos documentos que afectan especialmente a la vida religiosa. Si bien hemos de ser conscientes de que todo el Concilio le está hablando a ella. Cuanto es vida y misión de la Iglesia nos atañe, porque somos miembros del Cuerpo de Cristo. Pensemos en la liturgia, en la Palabra de Dios, en la relación con el mundo, en la relación con los pastores (obispos y presbíteros), con los laicos, con la misión “ad gentes”, con los medios de comunicación, etc. Lo más destacado del Concilio para la vida consagrada fue haberla reconocido como una realidad profundamente humana, carismática y eclesial.
b) La llamada a la Nueva Evangelización. Unos días antes de reunirse el Papa con los Superiores Generales había firmado la Exhortación Apostólica “Evangelii Gaudium”. En este encuentro le preguntan: ¿Qué espera de la vida consagrada? ¿Qué le pide? Citando a Benedicto XVI dice que la Iglesia crece por el testimonio, no por proselitismo. Espera de ella aquel testimonio capaz de atraer desde la generosidad, el sacrificio, el olvidarse de sí para ocuparse de los otros. “Es ese el testimonio, el ‘martirio’ de la vida religiosa. Y para la gente es un ‘signo de alarma’. Los religiosos, con su vida, dicen a la gente: ¿Qué está sucediendo?
Esta respuesta tiene como contexto más amplio el descrito en la EG, fruto del Sínodo sobre la Nueva Evangelización. En la proposición 50 los Padres sinodales, tras reconocer la importante contribución de la vida consagrada a la labor evangelizadora de la Iglesia, pedían a los consagrados vivir su identidad “radicalmente y con alegría. El testimonio de una vida que manifiesta el primado de Dios y que, por medio de la vida en común, expresa la fuerza humanizadora del Evangelio es una poderosa proclamación del Reino de Dios”.
Es verdad que en la EG apenas se hace mención a la vida consagrada. Pero toda la exhortación está también escrita para los consagrados. Los desafíos, las tentaciones y los compromisos que en ella se constatan nos afectan.
c) La sensibilidad del Papa ante la vida consagrada. Él es religioso. Conoce bien nuestra vida y misión. En las intervenciones que ha tenido con los religiosos ha ido mostrando dónde están los puntos nucleares de nuestro caminar en pos de Jesucristo.
Del encuentro con los Superiores Generales han quedado varias expresiones claves: “Despierten al mundo”. “Sean testimonio de un mundo distinto”. “Ir a la periferia”. “La prioridad de la vida consagrada: la profecía del Reino”. Y algunas más, desde luego. Al concluir el encuentro con los Superiores Generales les dijo: “Les agradezco por este acto de fe que han tenido en esta reunión. Gracias por aquello que hacen, por su espíritu de fe y la búsqueda del servicio. Gracias por su testimonio, por los mártires que continuamente dan a la Iglesia, y también por las humillaciones por las que tienen que pasar: es el camino de la Cruz. Gracias de corazón”.
2. Los objetivos señalados
La CIVCSVA ha propuesto para este año tres objetivos precisos:
1) Hacer memoria agradecida del acontecimiento del Concilio y cuanto ha significado en los años postconciliares.
2) Abrazar el futuro con esperanza a pesar de las crisis que experimentamos.
3) Vivir el presente con pasión, dando testimonio de la belleza del seguimiento de Jesús según el espíritu –carisma– de los Fundadores.
Bajo estos objetivos, aparentemente obvios, se halla la situación real de la vida consagrada, llena de riqueza y de limitaciones. Para alcanzarlos se nos invita a estar atentos a lo que nos pasa y a examinar todas nuestras posibilidades, pero, sobre todo, se nos invita a admirar el don de Dios, a escuchar su Palabra y leerla en el contexto social e histórico y abrirnos a los gritos de los pobres, de los que sufren, de los abandonados y desatendidos.
Memoria agradecida, futuro con esperanza y vivir el presente con pasión sólo pueden disfrutarlo personas maduras en la fe y que viven entusiasmadas con su vocación y misión. De eso se trata, que este año crezca el Reino de Dios en el corazón de los consagrados para que transmitan paz, amor, justicia… Han aprendido las bienaventuranzas de Jesús y las hacen luz y levadura con sus presencias, con su estilo de vida y con sus servicios.
Son objetivos propuestos a todos los consagrados, a las comunidades, a los Institutos y a todos los miembros de la Iglesia. La vida consagrada no se entiende sino en correlación con los otros carismas y ministerios otorgados por el Espíritu. Todos los consagrados estamos invitados a celebrar, a dar gracias, a repensar nuestro estilo de vida y renovar nuestro compromiso misionero, pero hemos de escuchar, compartir y dejarnos ayudar por otros miembros de la Iglesia. Hoy los laicos, los ministros ordenados no religiosos, tienen mucho que decirnos y podemos también ayudarles a hacer entender lo que todavía para ellos es enigmático o no les encaja en sus cuadros eclesiológicos. ¡Qué bien harían las facultades de teología si tomasen el tema de la vida consagrada para sus investigaciones y reflexiones desde sus fundamentos bíblicos, trinitarios, cristológicos eclesiológicos, escatológicos y misioneros! ¡Cuánto ayudarían las ciencias humanas: antropología, psicología, pedagogía, sociología, si, desde sus respectivos puntos de vista, mirasen esta forma de vida humana y cristiana y la abriesen al futuro con esperanza!
3. Horizonte: la alegría
Los religiosos estamos llamados a realizar los sueños del Papa Francisco. Siendo él quien ha decidido celebrar este año de vida consagrada, habrá que secundar estos objetivos a la luz de su “visión” de Pastor para la Iglesia, Pueblo de Dios. El Papa Francisco se muestra alegre y repite: “Quería deciros una palabra, y la palabra era alegría”.
Sueña con una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual más que para la autopreservación. Los mensajes recibidos en este año de pontificado delinean una trayectoria muy clara a seguir. Llama a la puerta del corazón. Usa un lenguaje y expresa un estilo de relación de proximidad. Toca las fibras más profundas de nuestra vida. Sueña con una Iglesia habitada por el Espíritu, fiel seguidora de Jesús, interiorizada y abierta a la vez. Desde su primera intervención ante los Cardenales, habló de la Iglesia que camina, que edifica y que confiesa. Piensa en una Iglesia que responde al amor primero y, por eso, se involucra, acompaña, fructifica y festeja.
Quiere una Iglesia en movimiento y que acompaña y discierne en la noche. Que cuenta con todos: jóvenes y ancianos, los que tienen una u otra vocación, los ministros ordenados y los laicos, los hombres y las mujeres. No excluye a nadie. Quiere una Iglesia que sea casa común donde las relaciones sean armoniosas. Es un profeta de la inclusión y promotor del encuentro. Amigo de los pobres y desdichados. Ante todo, sueña con una Iglesia evangelizadora que sale de sus propios recintos y comunica la Buena Noticia de la misericordia y del perdón. Él dice “Iglesia callejera” y que “hay que decirlo a Doña Rosa”. Apoya la utopía que nos abre a horizontes mayores (cf. EG 222).
Hemos llamado a Benedicto XVI apóstol de lo esencial. Y con razón, pues tocaba los temas a fondo y siempre iba a lo que era central y nuclear de la vida cristiana. El Papa Francisco empalmó con su predecesor en la encíclica “Lumen fidei” en esta búsqueda de lo esencial y en el tema de la alegría. A los pocos días de asumir el ministerio petrino, en la homilía del domingo de Ramos, dijo a los jóvenes: “Jesús es Dios, pero se ha abajado a caminar con nosotros. Es nuestro amigo, nuestro hermano. El que nos ilumina en nuestro camino. Y así lo hemos acogido hoy. Y esta es la primera palabra que quisiera deciros: alegría. No seáis nunca hombres y mujeres tristes: un cristiano jamás puede serlo. Nunca os dejéis vencer por el desánimo. Nuestra alegría no es algo que nace de tener tantas cosas, sino de haber encontrado a una persona, Jesús; que está entre nosotros; nace del saber que, con él, nunca estamos solos, incluso en los momentos difíciles, aun cuando el camino de la vida tropieza con problemas y obstáculos que parecen insuperables, y ¡hay tantos!”. Probablemente sea el texto más expresivo de su reiterada invitación a vivir e irradiar la alegría.
El 6 de julio del año pasado, volvió a repetir con gran espontaneidad a los seminaristas y novicios: “Quería deciros una palabra, y la palabra era alegría”. Se la dijo a estos jóvenes y se la ha dicho a la Iglesia entera en su programática exhortación “Evangelii Gaudium”. El pasado 17 de abril, en la homilía de la misa crismal, habló del sacerdote ungido con el óleo de la alegría. Sus consideraciones pueden ser aplicadas a los consagrados. También a nosotros se nos puede decir que tenemos una alegría que nos consagra, que es incorruptible y que es misionera. Quiere para la Iglesia y la vida religiosa una nueva etapa marcada por la alegría. No aislada, ni triste; ni melancólica, ni temerosa.
El Papa Francisco está empeñado en la renovación de la Iglesia para que sea expresión del Evangelio y portadora de tan buena noticia. ¿No es la alegría el quicio fundamental de esta renovación? Con frecuencia remite al encuentro con Jesús resucitado, que sigue saliendo a nuestro encuentro y nos dice: “alegraos”; id y decid a mis hermanos que vayan a Galilea. Allí comenzó todo y a partir de lo originario, comienza a tener sentido el futuro de la Iglesia y de la humanidad.
Esta insistencia en la alegría nos hace pensar, según creo, en que los objetivos señalados por la CIVCSVA para este año han de implementarse a partir, en y desde la alegría cristiana. Disponemos ya de la primera de las cartas prometidas por la Congregación de Religiosos y cuyo título es: “Alegraos”. En ella se recogen muchas referencias del Magisterio del Papa Francisco. Invito a leer y meditar esta carta.
La alegría es la expresión de una vida consagrada plena. Revivimos el amor que Dios nos tiene y por el que nos envía a anunciar las maravillas del Reino. Este amor nos libera y hace posible la consagración en pobreza, castidad y obediencia y en fraternidad. La alegría desborda en el corazón del consagrado y contagia esperanza en la vida futura. Por eso, es signo, testimonio y preanuncio de la vida futura. El corazón alegre evangeliza donde quiera que esté y con los medios que sean.