Tienda de Dios

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.

ME HE PUESTO A SOÑAR
    Yo, que no tengo ninguna intuición comercial, he dejado volar mi fantasía y he empezado a soñar que igual era buena idea abrir una tiendilla, aprovechando que nuestra catedral es muy visitada, para vender y regalar cosas de Dios. No sería la típica tienda que se encuentra uno en el casco viejo de las ciudades, donde venden rosarios mil, imágenes de todos los modelos y fervores diversos.
    Tampoco los dependientes se parecerían a los predicadores americanos que te venden a Dios como si fuera el coche fantástico, no. Si yo fuera la directora de la tienda, buscaría a creativos, innovadores, gente alegre y que tuviera a Dios enganchado a sus venas y nos sentaríamos a pensar cómo puede uno "vender la moto" a la gente, sabiendo que tenemos el "mejor producto de la historia", la super receta de felicidad, el mejor seguro, el gran acompañamiento, la mega plenitud…
Ni sé cuántos calificativos le adjudicaría a nuestra fe, a esa presencia que nos recorre por los adentros y nos vuelve la vida de colores y nos descansa y nos sosiega de todos los vaivenes de la vida.

¡UNA TIENDA DE DIOS!
Está claro que no lo sé explicar, porque lo de mi tienda es sólo un loco proyecto. Cuando una firma quiere inventar algo reúne a un grupo heterogéneo en el que suelen coincidir listos y retrasados, para compensar lo que uno sabe con lo que otro se atreve a crear. También lo forman jóvenes y viejos, niños y adultos, para equilibrar la sensatez con el atrevimiento, la sabiduría con el juego. Eligen técnicos y artesanos, intelectuales y gente de a pie, para traspasarse vivencias y conocimientos.

    Es importante que a mi grupo de creativos acudieran sanos y enfermos, deportistas e inválidos, gente sola y mal amada, tanto como personas con una bonita historia de amor y de familia.
No podrían faltar los místicos y los cachondos, los comunicadores y los de profunda vida interior. Bueno, quizás algún teólogo no estaría de más, pero con cuidado, que enseguida se suben a las nubes y en mi tienda se trata de acercar mucho, mucho a Dios, de experimentarlo y contagiarlo. No sé, pero sin ánimo de molestar… quizás preferiría que fuera una teóloga, para que así intelectualizara un poco menos las cosas de Dios y del querer, que son siempre las mismas.

    Así, toda esta gente, juntando sus carencias y sapiencias, sus gozos de vivir y sus dificultades, inventarían la mejor forma de ofrecer a Dios a todo el que se acercara a la tienda, aunque no entrara dentro, sino que sólo con asomarse ya se "contagiara un poco del amor de Dios. Quizás hasta se podría poner una especie de mimo o titiritero en la puerta que atrajera a la gente; que con su gesto fuera serenando al personal, alegrándole el corazón, invitándole a coger un panfletillo de propaganda, o cualquier otro objeto de mínimo valor que le motivara para una reflexión rápida o simplemente a darse cuenta de que a Dios lo llevamos puesto, camina a nuestro lado y nos impulsa a la Buena Vida.

    La propaganda sería sencilla pero, como se dice hoy "muy fuerte", con pocas palabras y mucha fuerza de comunicación. Para ello trabajaría mi equipo de publicidad, que sería de lo mejorcito del país, que ya sabemos que en España somos fantásticos en temas publicitarios).

¡¡¡ABIERTA LAS 24 HORAS!!!
Una sección sería una especie de biblioteca, abierta las 24 horas, donde cualquiera podría sentarse a leer, ver un video o escuchar música. El Evangelio estaría accesible para todos los lenguajes, en alegres cuentos, en braille, en cintas para sordos, en película, en CD, condensado o adaptado, todo según la necesidad y características del consumidor. Habría una zona de jugar, otra para achucharse, meditar u orar en soledad.
    También habría un rincón con una máquina expendedora de café, zumo y aperitivos, en la que uno podría tomarse lo que quisiera y pagar lo suyo y dejar pagado para invitar al siguiente o dejarse invitar, si su economía estuviese achuchada. En la zona de niños todos se podrían revolcar como en las piscinas de bolas, pero para sentir el abandono en Dios. Estaría especialmente cuidada esta parcela infantil, por buenos pedagogos, pues ya sabemos lo importante que es conocer bien a Dios en esta edad y que no te metan en la cabeza rollos, que luego arrastras toda la vida, y cuesta mucho sanar.

    Una parte importante de mi tienda estaría destinada al intercambio de todo tipo de libros, músicas, textos o ¡deas que a cada uno le han ido bien para disfrutar más a Dios, de forma que siempre hubiera un ir y venir, un trasiego y compartir de todo lo espiritual que descubriéramos.
    También podría haber un rincón interactivo en el que se personalizaran situaciones como las bienaventuranzas, la samaritana, la multiplicación de los panes, algún salmo o cualquier otro pasaje evangélico o bíblico, para facilitar la vivencia del estilo de vida del reino. Quizás se regalara, como propaganda del lugar, un kit de oración, un taburetillo plegable, unos micro-evangelios, tipo mini-teléfono móvil, en el que apareciera en pantalla la lectura del día, al pulsar la fecha. Además, acompañarían a todo esto, unos auriculares, menores que los de la Renfe, con los que poder oír música o escuchar el silencio interior, cuando uno está en pleno ruido. A la entrada habría un gran Libro de Visitas, en el que firmara todo aquel que hubiera disfrutado de estar en la tienda y le hubiese servido para algo; también se agradecerían mucho las sugerencias, para estar en continua actualización.
Hasta la próxima locura, ahí va un abrazo.

    Mari Patxi Ayerra


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2. Recordar una oración, un símbolo, un lugar, un encuentro, un libro, una canción, tu historia de amor con Dios, o algo que tú venderías o comprarías en la tienda fantástica y compártelo en y con tu grupo de catequistas, para que vayamos generando creatividad pastoral. Se podría inventar una tienda para la Navidad.