TIERRA FECUNDA de la Palabra de Dios

Queremos vivir los signos de los tiempos y en el sentir de la Iglesia. Muy pronto (octubre de 2008) el Sínodo de los obispos va a tratar, por fin y afortunadamente, el tema de la Palabra de Dios en la vida y misión de la Iglesia. María, nuestra Madre, figura de imagen de la Iglesia, representa para todos nosotros un modelo de acogida, fe­cundidad y fruto de la Palabra.


Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.

Afirmamos una constatación y elevamos un interrogante: La Biblia es el libro más difundido en nuestro pa­ís, pero nos preguntamos perplejos: ¿Por qué la Biblia no es siempre Pala­bra de Dios para quien la lee? ¿Por qué la semilla no fructifica -como de­biera- en nosotros y no desarrolla su enorme potencial de fuerza y de vida?

Este magnífico cuadro esclarece nuestro enigma. Podemos contemplarlo desde tres perspectivas principales, que corresponden a las sucesivas palabras de Jesús.

1. El fondo o el pasado

La gente se arremolina y apretuja para oír la Palabra de Dios. Lucas añade que se congrega mucha gente y que acuden a él de todas las ciu­dades (8, 4) ¡Padecen tanta hambre de palabras de vida y esperanza! Jesús sube a la barca, altavoz estratégico, para que así su mensaje pueda alcan­zar a la multitud. Vemos unas figuras de espaldas. Están orientadas hacia Jesús. Atentas a las palabras de gracia que salen de su boca. Las contamos des­pacio, con atención, Resultado: doce. Es cifra sim­bólica. Como las doce tribus de Israel. Como los doce apóstoles. Representan a todos los seguido­res de Jesús.

El Señor, adoptando la postura propia del maestro de aquel tiempo, aparece sentado. Habla con los brazos extendidos y las dos manos abiertas. Siente profunda compasión de la gente, extra­viada como ovejas sin pastor.

Jesús, siendo Hijo de Dios todopoderoso, se siente solo e impotente. El horizonte se dilata in­menso, y el campo se abre ancho como el mundo. Por eso, exhorta a que pidamos al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies. Necesita de otros labios que pronuncien el evangelio, de ma­nos extendidas que repartan la semilla. Pide con urgencia sembradores de la Palabra.

2. Primer plano o presente

Jesús pronuncia una parábola, que se encuen­tra recogida en los tres evangelios sinópticos. Nos inclinamos por la del evangelio de san Lucas (8, 4-21), que comienza así: salió un sembrador a sem­brar. Nos topamos con la visión inmediata del cua­dro. Vemos un hombre. Sin adornos ni grandezas. Alguien anónimo. Todo él se resume y concentra en un gesto elocuente: está sembrando. Se lleva una mano al costal, preservando la semilla; la otra, la diestra, es una mano abierta. El sembrador se prolonga vigo­rosamente en su mano, grande y generosa, desplegada al vien­to, como una bandera: una ma­no que siembra sin tacañería, pródiga.

Contemplamos los elemen­tos bíblicos que ilustran el di­verso desenlace de la siembra. Unos pajarillos se comen la se­milla que ha caído en el cami­no. Jesús, en su comentario a la parábola, precisará diciendo que son los superficiales (Le 8, 5b,12). Vemos unas piedras se­cas, sin humedad ni raíces: és­tos son los débiles e inconstan­tes (v.6.13). Divisamos también unos ásperos abrojos, ribeteados de agudas espi­nas: son los ahogados por el desasosiego, la codi­cia del dinero y el culto al placer insolidario (v.7.14).

El drama consiste en que sofocan la fuerza de la semilla que el Señor ha sembrado en el cora­zón, se niegan obstinadamente a escuchar y obe­decer la voz que les habla. El miedo a la novedad y al compromiso está impidiendo una cosecha fe­cunda, a pesar de la inmensa generosidad con que el Señor derrama, hasta el despilfarro, su se­milla.

De las cuatro categorías de oyentes, tres no escuchan con fruto. Sólo una parte de los oyen­tes, una cuarta parte del total (¡qué minúscula pro­porción!) acoge la Palabra y consigue la salvación.

Únicamente esta pequeña parte fructifica. En efecto, contemplamos en el cuadro siete espigas o mazorcas donde el grano sazona apretado. Relucen como gruesas pepitas de oro. Son los que escuchan la Palabra con un corazón abierto y generoso, y dan fruto con aguante y perseverancia (v. 8.15).

3. El futuro o el plano que está por venir

Asistimos a la narración que sigue a la pro­clamación de la parábola. El evangelio refiere un encuentro de la familia con Jesús. Le anuncian la presencia de su madre y de sus hermanos, que desean verlo. Jesús responde a tal requerimiento, aclarando la identidad de su familia:

Mi madre y mis hermanos son los que escu­chan la Palabra de Dios y la cumplen (8, 21).

Estos representan la semilla que cae en tierra buena. Es la familia auténtica de Jesús. La verda­dera Iglesia. ¡La Palabra de Dios sólo se puede acoger y mantener dentro de una comunidad de fe, no de manera aislada y solitaria! De lo contra­rio nos perdemos y la Palabra no fructifica. Den­tro de la Iglesia, en comunión con toda la Iglesia de Dios, sí es posible leer, interpretar y vivir la Pa­labra de Dios.

En esta familia aparece María. Más adelante, en la trama evangélica, encontramos una escena que rezuma sabor de pueblo. Una mujer, alzando la voz entre la gente, pregona: Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te amamantaron. Jesús, de nuevo aquilata el alcance de ese re­quiebro sincero: Más bien, son dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen (11, 28). María es dichosa no tanto por haber portado y amamantado a Jesús, sino por haber escuchado y cumplido la Palabra de Dios.

Con cierta frecuencia, cumplir la voluntad de Dios puede resultar para nosotros un principio genérico, algo difícil de entender y sobre todo de secundar. ¿Dónde se esconde la voluntad de Dios, cómo se revela esa determinada voluntad de tal manera que pueda ser llevada a cabo?

Para el evangelista -he aquí una singular aportación y clarificación- hacer la voluntad de Dios se concreta en escuchar en el corazón la Pa­labra de Dios, y así poder ser cumplida. Sólo una palabra profundamente oída (audita) podrá ser fielmente obedecida (oboedita). Es preciso aco­ger la Palabra, guardarla con perseverancia, por­que existen poderosas amenazas que atentan contra ella.

La semilla cae en el camino de la superficiali­dad y los pájaros se la comen; otra parte queda agostada entre las piedras o la inconstancia; otra parte se sofoca entre los abrojos o el consumismo excesivo, la idolatría de las riquezas, y la abun­dancia de placeres… Todos estos riesgos reales malogran la semilla sembrada en nuestros cora­zones. María es modelo de escucha y acogida, de cumplimiento de la Palabra de Dios. En ella, tie­rra humilde, bendita y creyente, la Palabra fructi­fica con el más logrado fruto: Jesucristo, el Señor.