El trabajar en exceso tiene sus peligros, no importa lo bueno que sea el trabajo y lo noble de la motivación para hacerlo. Los guías espirituales, empezando por Jesús, siempre han advertido de los peligros de estar demasiado sumergidos en nuestro trabajo. Muchos son los esposos en el matrimonio, muchos son los hijos en la familia, muchos son los amigos, y muchas son las iglesias los que desearían que alguien a quien aman y de quien necesitan más atención, estuviera menos ocupado.
Sin embargo, es difícil no estar demasiado ocupado y consumido por el trabajo, especialmente durante nuestros años generativos cuando los deberes de crianza de los hijos, el pago de hipotecas, y el funcionamiento de nuestras iglesias y organizaciones cívicas caen sobre nuestros hombros más de lleno. Si usted es una persona sensible, luchará constantemente para no rendirse ante la presión de tantas demandas. Como Henri Nouwen lo describió diciendo que nuestras vidas frecuentemente se parecen maletas llenas con demasiadas cosas en ellas. Siempre hay una tarea más por hacer, una llamada más de teléfono por hacer, una persona más que ver, una cuenta más por pagar, una cosa más que buscar en el Internet, una llave de agua que gotea más que atender, una exigencia más de alguna iglesia ó agencia social, y una cosa más que recoger de la tienda. Las exigencias nunca terminan y siempre estamos pendientes de alguna tarea que nos queda por hacer. Nuestros días son demasiado cortos para todo lo que se necesita hacer.
Y así nos entregamos a nuestro trabajo. Se inicia con una mezcla de buena voluntad e inocencia, pero tarde o temprano, se convierte en otra cosa. Al comienzo atendemos todas estas demandas porque esto es lo que se pide de nosotros, sin embargo según va pasando el tiempo, ese compromiso se vuelve cada vez menos altruista y más egoísta.
En primer lugar, y aunque generalmente estamos ciegos ante esto, nuestro trabajo pronto se convierte en un escape. Seguimos estando tan ocupados y lo suficientemente preocupados, que hemos incorporado esta excusa y racionalización, a fin de no tener que lidiar con las relaciones dentro de nuestras propias familias, nuestras iglesias, ó con Dios. Estar atados constantemente con el trabajo y el deber es una carga, sin embargo también es una gran protección. No llegamos a oler las flores, pero a cambio, no tenemos que enfangarnos con temas más profundos que se esconden bajo la superficie de nuestras vidas. Podemos esquivar problemas sin resolver en nuestras relaciones y en nuestras psicología. ¡Tenemos la excusa perfecta! Estamos demasiado ocupados.
En general, nuestra sociedad también apoya en este escapismo. Prácticamente con cualquier otra adicción al final se nos envía a una clínica, pero si somos adictos a nuestro trabajo, generalmente se nos admira por nuestra enfermedad y se nos elogia por nuestra generosidad: si bebo demasiado, ó como demasiado, ó me vuelvo dependiente de una droga, soy mal visto y compadecido, sin embargo al trabajar en exceso hasta el punto de dejar a un lado los imperativos grandes e importantes de mi vida, dicen de mí: "¡Es maravilloso! ¡Está tan comprometido!" La adicción al trabajo es una adicción por la cual recibimos elogios.
El exceso de trabajo trae consigo un segundo gran peligro, más allá de que nos proporcione un escape enfermizo de algunos problemas importantes con los que tenemos que lidiar: cuanto más sobre-invertimos en nuestro trabajo, mayor es el peligro de que nuestro trabajo sea mas significativo que de nuestras relaciones. Conforme nos sumergimos más y más en nuestro trabajo, en detrimento de nuestras relaciones, como es normal, comenzamos también a entender que nuestro valor es el valor de nuestro trabajo y, como numerosos autores espirituales han señalado, los peligros de esto son muchos, no menor que estos es el peligro de que con el tiempo sea cada vez más difícil encontrar significado en algo que esté fuera de nuestro trabajo. Los viejos hábitos son difíciles de romper. Si pasamos años formando nuestra identidad en el trabajo duro, y siendo queridos por ser desde un atleta profesional hasta una madre abnegada, no va a ser fácil cambiar como quien se cambia de ropa y encontrar sentido en algo más.
Los escritores espirituales clásicos coinciden en advertir sobre el peligro del exceso de trabajo y de llegar a estar excesivamente preocupados por nuestro trabajo. De hecho, esto es lo que Jesús advierte a Marta en el famoso pasaje de las Escrituras en el cual, consumida por el trabajo tan necesario para preparar una comida, se queja ante Jesús de que su hermana, María, no lleva parte de la carga. En una respuesta bastante sorprendente, Jesús, en lugar de castigar a María por su ociosidad y alabar a Marta por su dedicación, le dice a Marta que María ha escogido la mejor parte, que, en este momento y en esta circunstancia, la ociosidad de María triunfa sobre el ajetreo de Marta. ¿Por qué? Porque a veces hay cosas más importantes en la vida que el trabajo, incluso que el trabajo noble y necesario de atender con hospitalidad y preparar la comida para otros.
La ociosidad bien puede ser el taller del diablo, sin embargo el estar ocupado no siempre es una virtud.