No es indiferente que la Iglesia escoja para el segundo domingo de Cuaresma el relato de la Transfiguración de Jesús. Con ello intenta aplicar la misma pedagogía que tuvo el Maestro con sus discípulos más íntimos, cuando se los llevó a un monte alto y su rostro resplandecía de luz, y sus vestidos tomaban el color de la gloria, blancos como ningún batanero los podía dejar,
El misterio de la Encarnación nos hace capaces de contemplar la belleza que contiene la materia, toda realidad, hasta incluso la Cruz, como gesto supremo de amor.
El monte de la Transfiguración es la escuela donde se aprende a ver con los ojos de Dios toda la historia. Jesús, en diálogo con Moisés y Elías, que simbolizan la ley y los profetas, envuelto en luz habla, de su próxima muerte, y anticipa a los apóstoles amigos el resplandor de la gloria, para que superen el dolor que les producirá el sufrimiento de la Pasión.
La belleza no consiste solo en expresar canónicamente la realidad a través de formas áureas, con la perfección estética de la medida y de la proporción. En muchos casos la belleza está sumergida en la hondura de la materia, en su posibilidad. Así el escultor, al ver un bloque de mármol en el que nadie quizá repara, ve ya el volumen susceptible de que en él se pueda esculpir la imagen más bella.
Al igual que el místico plasma en el icono la luz del misterio que ve en su corazón, también cabe el ejercicio del servicio amoroso y gratuito, la donación total de la persona en lo que hace de manera humilde, discreta y sencilla.
Sorprende que para que una obra de arte sea duradera tenga que estar soportada por materiales ocultos que resisten el transcurso del tiempo. No da igual el lienzo que sostiene la pintura, ni el bastidor que mantiene terso el lienzo, ni la cola que endurece, ni el barniz que fija el dibujo; apenas se ven, y lo que brilla y atrae es la figura plástica, que no habría subsistido sin los materiales que la sostienen. Me impresionó la observación de que un tapiz hermoso no es posible sin los nudos del envés que mantiene los hilos; pero nadie mira el tapiz por el reverso.
De alguna manera, en el Monte Alto, término que se corresponde con la expresión “levantado en alto”, Jesús nos enseña que la luz se mantiene con la cruz y que la cruz es el fundamento de la gloria. ¡Cuánto amor permanece oculto en las entrañas de una madre! ¡Cuánta ofrenda secreta en los monjes! ¡Qué desbordamiento de amor en el Crucificado! Iconos de la mayor belleza. Cada uno podemos transfigurar la realidad con el amor que pongamos en ella.