Es importante para nosotros experimentar, sentir y constatar que formamos una familia. El ritmo de la vida de hoy nos va invitando cada vez más a potenciar otras dimensiones más personales y a ir olvidándonos del núcleo familiar que hemos ido formando a través de los años.
Tratamos de potenciar en nuestra familia la unidad, fomentando momentos de estar juntos, como es la hora de comer y de cenar, aunque nos sería más fácil hacerlo por separado. Intentamos que éste sea un momento que nos sirva para hacernos presentes unos a otros e interesarnos por cómo ha ido viviendo el día cada uno de nosotros. De este conocimiento se desprenden a menudo actitudes de ayuda de unos para con otros que hacen que se cree un ambiente de hogar y de familia. Algunas veces, menos de las que nos gustaría, reservamos un tiempo al final del día para compartir cómo nos sentimos acerca de nuestras actitudes personales y cómo eso repercute en nuestras relaciones dentro y fuera de la familia. Este conocimiento nos ayuda como matrimonio a involucrarnos en las actividades de nuestros hijos; de la misma forma a ellos también les hacemos partícipes de las nuestras.
Es muy importante para nosotros como familia cristiana y fomenta nuestra unidad compartir nuestra fe juntos y asistir y participar en los actos litúrgicos en unión. Es un motivo de gozo ir viendo el crecimiento en la fe de nuestros hijos de 17,16 y 14 años desde sus distintas personalidades y cuando «ya no se lleva».