Tres llamadas: III Domingo de Cuaresma

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.Tres llamadas

“… lleva también en tu mano el cayado con que golpeaste el río y vete, que allí  estaré yo ante ti, sobre la peña, en Horeb; golpearás la peña y saldrá de ella agua para que beba el pueblo” (Ex 17,6)

El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado” (Rom 5,5)

-El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna. La mujer le dice: -Señor, dame esa agua” (Jn 4,15)

Consideración

Hay textos bíblicos que se comprenden mejor si se leen en un entorno más amplio. Aunque pueden tener un sentido literal, se abren a un significado espiritual más hondo.

El pasaje del Evangelio en que se describe el encuentro de Jesús con la samaritana, es uno de los ejemplos más emblemáticos de textos que se comprenden mejor desde otras secuencias de las Escrituras. La Liturgia de la Palabra de este domingo contextualiza muy bien el relato del Evangelio.

El agua, el pozo y la roca golpeada son imágenes para revelar hasta dónde llega el Espíritu, el Amor de Dios.

Declaración enamorada

Observa la escena del pasaje evangélico: junto a un pozo, Jesús y la mujer samaritana, a quien el Maestro le dice “dame de beber”. La misma expresión que en Gn 24, 45, cuando tuvo lugar el matrimonio de Rebeca con Isaac.

Jesús pide que le den de beber cuando Él es el Agua viva, el manantial inagotable, el don del Espíritu Santo, el Amor de Dios.

“Dame de beber” se relaciona con “Tengo sed”, con el costado abierto del Señor, del que brota sangre y agua, con la roca golpeada por el cayado de Moisés, y surge el manantial del que se sacia todo el pueblo y sus ganados.

“Dame de beber” en labios de Jesús es una declaración de amor divino, que se ofrece, en la samaritana, a todos los pueblos.

En el bautismo hemos recibido el Espíritu, derramado sobre nuestro corazón, y nos habita el manantial de agua viva en la hondura del ser.

Somos nosotros los que debemos decirle a Jesús “Dame de beber”, para que no nos falte nunca el don de su Espíritu, la experiencia del Amor de Dios.