Tres Llamadas
“Escuchad mi voz. Yo seré vuestro Dios, y vosotros seréis mi pueblo” (Jer 7, 23).
“Ojalá escuchéis hoy su voz: «No endurezcáis el corazón como en Meribá, como el día de Masa en el desierto” (Sal 94).
“Jesús estaba echando un demonio que era mudo y, apenas salió el demonio, habló el mudo” (Lc 11, 14).
Consideración
Hoy las lecturas se centran en el sentido de la escucha. La llamada a escuchar es una de las más importantes de toda la Sagrada Escritura. La encontramos cuando Dios va a comunicar a su pueblo el Mandamiento Principal: “Escucha, Israel”.
La invitación a escuchar reclama atención para percibir el sentido del mensaje. No se trata solo de oír, sino de atender y recibir la Palabra que se nos dirige.
En contraposición con la escucha está la imagen del sordo, que por esto mismo es mudo, porque quien no oye, no habla. No se puede ser testigo de lo que no se ha escuchado de manera personal, pues entonces se hablaría de oídas, sin autoridad.
Escucha
El que escucha la Palabra de Dios y la pone en práctica, se parece al hombre sabio y prudente, que edifica su casa sobre roca y cuando viene la riada no la hunde.
El que escucha la Palabra de Dios y la cumple, se parece al árbol plantado junto a la corriente, que no teme el estío, y da cosechas sazonadas continuamente.
La vocación personal se descubre por la escucha atenta. Samuel fue consciente de su llamada cuando dijo: “Habla, Señor, que tu siervo escucha”.
Dios se revela al corazón con palabras de amor, y las percibe el que escucha atentamente. “Escucha, hija, presta oído, el Señor está prendado de tu belleza”.
Cuando se ha escuchado y acogido, la Palabra se convierte en semilla que da fruto a su tiempo, según a la hondura a la que haya llegado en el corazón.
Cuando se escucha, se guarda la Palabra y se la medita, como hizo la Madre de Jesús. A su tiempo, el Espíritu desvela el sentido del mensaje, ilumina la mente y conforta el ánimo.
La memoria necesaria, para recordar la voluntad de Dios, depende de la escucha que se haya tenido de su Palabra.