Tres llamadas
“Quiero misericordia, y no sacrificios; conocimiento de Dios, más que holocaustos” (Os 6, 6).
“Mi sacrificio es un espíritu quebrantado; un corazón quebrantado y humillado, tú no lo desprecias” (Sal 50).
“Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido” (Lc 18, 14).
Consideración
Es un deseo aparentemente honesto conseguir la perfección con esfuerzo personal y de ese modo adquirir consciencia de cumplidor.
Nuestra naturaleza es más proclive a conquistar que a dejarse querer y perdonar, pero a Dios le gusta más la humildad y el deseo de perdón.
El ejemplo de los dos orantes, el fariseo aparentemente justo y el publicano socialmente pecador, es luminoso a la hora de saber cómo relacionarnos con Dios.
Arrepentimiento
Dios escucha a los humildes y se resiste a los soberbios.
Dios se compadece de los pecadores arrepentidos, y ofrece su perdón por mil generaciones, pero no soporta a los engreídos y orgullosos.
A Dios no le complacen los sacrificios que nos reportan satisfacción por creernos cumplidores, sino el corazón agradecido y humillado.
Hay veces que la providencia permite el tropiezo, para que recuperemos la conciencia de ser débiles y con necesidad de ayuda.
No te justifiques en que tus caídas son ya crónicas para no levantarte y acudir al abrazo de la misericordia. El Tentador se viste de ángel de luz, haciéndote comprender que es mejor permanecer caído que no caerse y levantarse constantemente.
Una oración que ayuda siempre es la del publicano, que también decía el ciego de Jericó: “Jesús, Hijo de Davis, ten piedad de mí”. Muchos que la han rezado se han mantenido en fidelidad al Señor, a pesar de saberse débiles.
No dudes en retornar a Jesús. Él se ha mostrado cercano a todos los que han acudido con alguna necesidad. Su rostro de Buen Pastor, de Buen Samaritano y de Buen Padre, acreditan la invitación que nos hace el Evangelio: “Venid a mí todos los que estáis cansado y agobiados, que yo os aliviaré” (Mt 11,28).