Tres llamadas
“¿Es que puede una madre olvidarse de su criatura, no conmoverse por el hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvide, yo no te olvidaré…” (Is 49,15)
“El Señor es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad; el Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas.” (Sal 144)
“No busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió” (Jn 5, 30).
Consideración
Es muy arriesgado traducir el lenguaje y las palabras que se refieren a Dios desde nuestras categorías, basándonos en los significados que damos a los términos, como puede suceder con las palabras padre, madre, esposo o amado.
Sin embargo, Dios mismo ha querido revelarse en nuestra carne, y es en Jesucristo en quien podemos descubrir el significado del amor de Dios.
El amor divino, entrañable, amigo, fraterno, de esponsales y el amor humano se nos ofrecen en la persona del Hijo amado, expresión fiel de la voluntad de su Padre Dios. Vuelve a sorprendernos la coincidencia de los textos bíblicos con la imagen que hoy nos acompaña.
El amor divino
Somos destinatarios del amor de Dios. Por propia iniciativa, nuestro Creador desea expresarnos de muchas maneras que nos quiere.
Dios se ha revelado con rasgos entrañables, maternos, como hoy nos asegura el profeta.
Dios se ha manifestado huésped del alma, con la entrega de su Espíritu Santo, que nos habita.
Dios ha tomado nuestra carne, ha asumido nuestra naturaleza, se ha hecho hermano nuestro.
Jesús nos declara amigos, no siervos, ni esclavos. Nos eleva a tratarlo de tú a tú, y desea mantener este trato siempre en la oración.
Jesús, revelación suprema del amor divino, ha tomado el lenguaje esponsal de los profetas y del salmista. ÉL nos ha invitado a formar un solo Cuerpo, y se nos ha entregado con el amor más grande en el desposorio que consagró con su entrega en la Cruz.
¡Somos amados de Dios! Si esta verdad entrara en nuestro corazón no cabríamos en sí de gozo y de bondad.