Tres Llamadas: La Anunciación

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.Tres llamadas

Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa "Dios-con-nosotros".» (Is 7, 14)

«Aquí estoy yo para hacer tu voluntad.» (Hbr 10, 7)

-«Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.» (Lc 1, 38)

Consideración

Hoy es un día de rendir la mente, de sobrecogerse y adorar, porque acontece el plan que Dios tenía previsto desde antiguo: redimir a la humanidad haciéndose Él mismo hombre.

Es mucho que la revelación nos afirme que Dios es misericordioso, que es Dios de paz y que ama la vida, pero nos desconcierta que quiera hacerse uno de nosotros, tomando nuestra frágil naturaleza humana.

Hoy acontece el delirio del amor divino, que es capaz de hacerse criatura por unirse al ser humano.

Alianza nueva

Hoy se desposa el Creador con su criatura. Hoy se cumplen las profecías y nuestra carne ya no será carne de esclavos, sino desposada, amada, asumida por Dios en su Hijo, engendrado por acción divina en el seno de una Virgen Nazarena.

El Verbo se hace carne. La divinidad se une a la humanidad sin confundirse con ella; y a su vez, la humanidad se dignifica dando acogida a la divinidad.

Por el misterio de la Encarnación se consuma el plan de Dios. Por este plan, el ser humano restablece su relación de amistad con su Hacedor. Ya  no se tiene que esconder por la vergüenza de su pecado, porque es adoptado como hijo.

Por el misterio de la Encarnación nuestra carne es redimida, y aunque siga sintiendo su vulnerabilidad, recupera fortaleza en la debilidad de quien nace de Mujer.

Por el misterio de la Encarnación, todo ser humano se convierte en sacramento del Hijo de Dios.

Por el misterio de la Encarnación se nos desvela nuestra semejanza divina. Desde ahora sabemos a quién nos parecemos, quién es nuestro espejo, ante el que recobramos la conciencia de lo que somos.

Ante el anuncio del Ángel a María, no nos surge vanidad, ni conciencia pretenciosa. A la vez que inclinamos la cabeza y doblamos la rodilla porque Dios se hace hombre, sentimos una inmensa gratitud porque lo humano se diviniza.