Tres llamadas:
“Convertíos a mí de todo corazón”.
“En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios”.< “Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos”.
Consideración
La Iglesia nos invita a volvernos hacia Dios, movimiento trascendente y teologal; a poner nuestros ojos en el rostro divino revelado, en Cristo. Él deberá ser el motivo absoluto del itinerario cuaresmal. Te ofrezco siete efectos o manifestaciones de la conversión del corazón, de la mente y de las fuerzas.
- Convertirse es girar los pies, y ponerse en la dirección del que se nos revela Camino y Guía, Jesucristo.
- Convertirse es fijar la mirada en quien se nos muestra modelo de humanidad, e iniciar o reiniciar un movimiento emulativo, no para ser visto por los hombres, sino por Aquel que penetra las entrañas y el corazón.
- Convertirse es vivir tomando los valores del Evangelio como norma de vida, y hacer de la Palabra de Dios la hoja de ruta en el día a día, durante toda la existencia, que se simboliza en la cuarentena.
- Convertirse es abandonar el seguimiento del pensamiento mundano, huir del espectáculo vanidoso y de la apariencia de virtud, para avanzar de manera discreta y coherente con la fe que se desea profesar en la Noche de Pascua.
- Convertirse es obedecer las insinuaciones del Espíritu Santo, en relación con el trato con Dios en la oración, y en el trato con el prójimo con las obras de misericordia, como se simboliza en el ayuno solidario.
- Convertirse es vivir de manera coherente la identidad recibida en el bautismo, y no contradecir con la propia conducta lo que profesan los labios.
- Convertirse es no tener doblez de corazón, y ser el mismo ante Dios, que ve lo escondido, y ante la sociedad, sin negociar, según el ambiente, la identidad cristiana.