Tus hijos como brotes de olivo

29 de mayo de 2024
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Para comprender esta metáfora, acerquémonos a conocer este árbol.

Como brotes de olivo. La alegría del amor.El olivo es un árbol de características muy peculiares. Su fuerza y resistencia, por ejemplo, no se advierten por fuera sino que se ocultan bajo la tierra, pues posee largas y fuertes raíces que a veces profundizan en el suelo hasta 6 metros y pueden alargarse horizontalmente por muchos metros más. Esta característica permite al árbol sobrevivir a las sequías, producir aceitunas por largos años y vivir por siglos.

Adicionalmente, todos conocemos que este árbol produce aceite de oliva, un valioso producto que ha acompañado al ser humano desde la antigüedad hasta nuestros días, ofreciendo múltiples usos como: combustible para las lámparas de iluminación, protección del sol, curación de heridas, cocinar, ser la base de ciertos alimentos procesados, etc.

Se entiende entonces porque los escritores de la Biblia lo usan varias veces como símbolo de vida y como bendición divina. Pero hay una cualidad adicional que hace de este árbol aún más especial: cuando el árbol es muy viejo y ya no da fruto, los agricultores no lo cortan, sino que cuidan sus brotes y esperan que los nuevos troncos que emergen alrededor del tronco principal preserven la calidad del olivo original. Por esta característica tan peculiar es que el olivo se conoce como el “árbol inmortal”.

Con estas ideas sobre este magnífico árbol, podemos entender con mayor claridad a qué se refiere el salmista y por qué el Papa Francisco recoge este símbolo.

Es una bella metáfora de la vida familiar y podríamos explicar muchas cosas desde estas imágenes, pero nos enfocaremos en una en particular.

Partamos de que nuestros hijos son la herencia que siempre renueva la vida. Así como nosotros hemos construido esta sociedad, ellos serán los que la mantengan, la renueven y la transformen. Por lo mismo no debemos reducir nuestra responsabilidad sólo a su bienestar sino al bienestar de toda la humanidad. Lo que hagamos con nuestro árbol de vida repercutirá no sólo en sus brotes nuevos sino en todo el terreno, en toda la plantación.

Así que preguntémonos qué tipo de árbol es nuestra familia y sobre todo, cuál es la fuerza que lo recorre, lo sostiene y lo mantiene vivo.

Recordemos que el árbol contiene en sí mismo la fuerza y la vitalidad para alimentar sus retoños. Así mismo, nosotros también poseemos una fuerza natural para cuidar de nuestros pequeños.

José Saramago, premio nobel de literatura, resume esta fuerza de un modo magistral cuando nos dice que los hijos “son un curso intensivo de cómo amar a alguien más que a nosotros mismos”.

Sin duda es verdad. Los hijos desde el vientre, pasando por sus primeros pasos y palabras, por sus enfermedades, desamores, luchas y logros, sonrisas, abrazos, llantos, temores, etc. nos atraviesan de ternura, de un deseo de protección enorme, de atención, disposición y de una compasión sin igual.

Con ellos el amor no tiene palabras pues se traduce en cada día, en cada ocasión, en cada acontecimiento en el que nos descubrimos totalmente capaces de la gratuidad más extrema. He conocido en mi vida profesional, muchos casos de padres y madres que ante una enfermedad grave de su hijo o hija me han dicho con total certeza que serían capaces de dar su vida por aliviar el sufrimiento de sus pequeños.

Los hijos como dice Saramago, son nuestra mayor expresión de amor. Ellos nos descubren lo mejor que tenemos por dentro, lo más sano, vital y generoso. Tener la experiencia de “olvidarnos de nosotros mismos y amar más allá del yo” nos dice de qué estamos hechos, que savia nos recorre, que raíz necesitamos y que frutos somos capaces de ofrecer.

Como el árbol de olivo, prolífico, generoso y largamente duradero. El amor provee a la familia de la raíz necesaria y es la savia que produce buen fruto, buen aceite y buena cosecha. Por ello no tenemos que enfrentar la responsabilidad ante la educación de nuestros hijos llenos de temores o pensando que necesitamos cursos, libros de expertos, etc. para que nos digan cómo ser buenos padres. Basta con confiar en el amor que sentimos por ellos y entregamos sin miedo al mismo, para tener la palabra apropiada, la actitud, el comportamiento y el mensaje justo.

Confiar en el amor es el primer paso. Luego podemos revisar de qué están hechas nuestras raíces (pensamientos, ideas, creencias, limitaciones, etc.); cuáles son nuestros frutos (comportamientos y actitudes) y cuán fuerte y vigoroso es el tronco familiar que hemos sembrado con nuestra pareja. Sin duda, para los cristianos, todas esas reflexiones deben estar relacionadas con la fe y el compromiso con el mensaje cristiano. Si tal compromiso es fuerte, repercutirá en nuestra vida, en nuestra herencia y en el legado que compartamos con nuestros semejantes.

Ojalá partamos todos de confiar y levantar nuestra familia cada día y cada momento, atentos a vivir el amor con todos sus desafíos y, en tal confianza, podamos hundir nuestras raíces tan profundamente que seamos “olivos frondosos en la casa de Dios”.