Un acto fundamental de sinceridad

    Es ‘consentir’, decir que sí. Consentir significa aceptar lo que Dios quiera y en la forma en que lo quiera. Es aceptar su presencia oscura como un ‘acontecimiento’ en el que estoy sumergido y en el que quiero estar anegado. En el momento de la oración, consentir significa aceptar que Dios mire escondido y aceptar que yom lo estoy a la sombra de sus alas. Aceptar no verlo. Aceptar no poder decir nada o no tener gana de hacerlo. Aceptar el reposo, cuando Dios atrae o se comunica de una forma sencilla. Aceptar la sequedad, y tener que estar, sin poder hacer nada más que permanecer en su presencia.

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.     En el consentimiento la mente y el corazón, la persona entera, en definitiva, tienen la belleza de la Belleza, y la verdad de la Verdad. Dios, con quien el orante consiente y está de acuerdo sin indagar ni hacer preguntas, sólo fiándose, introduce al orante en el universo, que abarca todo, que lo llena todo, en el que todo encuentra consistencia, y en el que todo se contiene y se sostiene (Col 1,15-20).

    Consentir es afianzar sobre roca el frágil equilibrio que frecuentemente intentamos construir y que, aunque puede tener valor psicológico, no llega hasta ese otro equilibrio nacido de decir a Dios que sí, que estamos de acuerdo en aceptarlo como es y cómo quiere presentarse en nuestra vida. Cuando se consiente, se aprende a fluir con todo, no se genera resistencia ni tensiones. Entonces se restauran nuestras pautas emocionales y deja uno de ‘defenderse’; se colabora con todo. Todo forma parte de un gran plan en el que estoy contenido cuando digo que ‘estoy de acuerdo’, aunque no entienda; sólo porque me fío.

    Se pierde un equilibrio construido y se adquiere un equilibrio dado, gratuito, lleno de gracia y de verdad (Jn 1,14). Se genera una nueva personalidad y una nueva presencia en el mundo. En el fondo es la oración como el ámbito de la mejor referencia a la existencia.

    Una de mis maneras preferidas de referir la oración y su dinámica profunda es: ‘darse cuenta de Dios, consintiendo con Él’. Tal vez pueda parecer oscura pero para mí es la manera más directa de compromiso con esa Presencia invasora que, no obstante, pide permiso.