Un credo universal

4 de noviembre de 2024

Los credos nos cimientan. En una breve fórmula resumen los principales contenidos de nuestra fe y nos mantienen atentos a las verdades que nos sostienen.

Como cristiano, rezo dos credos, el credo de los Apóstoles y el Credo de Nicea. Pero rezo también otro credo que me cimienta en algunas profundas verdades que no siempre son reconocidas como inherentes a nuestros credos cristianos. Este credo, recogido en la Epístola a los Efesios, es sorprendentemente breve y afirma con total sencillez: Hay un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios que es Padre de todos nosotros.

¡Eso dice mucho en pocas palabras! Este credo, aunque cristiano, vale para todas las denominaciones, todas las creencias y todas las personas sinceras de dondequiera. Cualquier habitante del planeta pueden rezar este credo porque, al fin y al cabo, sólo hay un Dios, una fe, un bautismo y un Dios que nos creó y nos ama a todos.

Esto tiene trascendentales consecuencias para el modo como entender a Dios, otras denominaciones cristianas, otras creencias, a los no creyentes sinceros y a  nosotros mismos. Sólo hay un único Dios, al margen de nuestra denominación, la particular fe o la total ausencia de fe explícita. El mismo único Dios es el amoroso  creador y padre de todos. Y ese único Dios no tiene favoritos, no le disgustan ciertas personas, denominaciones ni creencias, y nunca menosprecia la bondad y sinceridad, al margen de su particular capa religiosa o secular.

Y estas son algunas de las consecuencias: Primera, Jesús nos asegura que Dios es el autor de todo lo que es bueno. Además, como cristianos, creemos que Dios tiene ciertos atributos trascendentales, esto es, Dios es único, verdadero, bueno y bello. Si eso es verdad -¿cómo podría ser de otro modo?- entonces todo que vemos en nuestro mundo que es integral, verdadero, bueno o bello, sea lo que sea su calificación externa (católico romano, protestante, evangélico, judío, hindú, budista, musulmán, nueva era, neopagano o puramente secular) procede de Dios y debe ser honrado.

Una vez, John Muir desafió al Cristianismo con esta pregunta: ¿Por qué los cristianos son tan reacios a que los animales puedan entrar en su restringido cielo? El credo de la Epístola a los Efesios pregunta algo semejante: ¿Por qué los cristianos son tan reacios a que las otras denominaciones, los otros credos y la sincera buena gente sin explícita fe puedan entrar en nuestro restringido concepto de Dios, Cristo, fe e iglesia? ¿Por qué tememos la comunión de fe con cristianos de otras denominaciones? ¿Por qué tememos la comunión de fe con sinceros religiosos judíos, musulmanes, hindúes, budistas y nueva era? ¿Por qué tememos el paganismo? ¿Por qué tememos los sacramentos naturales?

Puede haber buenas razones. Primera, necesitamos salvaguardar precisamente las verdades expresadas en nuestros credos y no entrar irresponsablemente en un amorfo sincretismo en el que todo es relativo, donde todas las verdades y todas las religiones son iguales, y el único requerimiento dogmático es que somos corteses unos con otros. Aunque de hecho hay algo (religioso) que decir acerca de ser corteses unos con otros, un punto más importante es que el hecho de abrazarse unos con otros en comunión de fe no supone afirmar que todas creencias sean iguales y que la denominación particular o tradición de fe de uno sea intrascendente. Por mejor decir, es reconocer (importantemente) que, al  fin y al cabo, todos formamos una sola familia, bajo un solo Dios, y que necesitamos abrazarnos unos a otros como hermanos y hermanas. A pesar de nuestras diferencias, todos tenemos el mismo credo radical.

Entonces también, como cristianos, creemos que Cristo es el único mediador entre Dios y nosotros. Como afirma Jesús, nadie va al Padre sino por mí. Si eso es verdad -y como cristianos lo mantenemos como dogma- ¿dónde sitúa eso a los hindúes, budistas, taoístas, judíos, musulmanes, nueva era, neopaganos y no creyentes sinceros? ¿Cómo participan del reino con nosotros, cristianos, dado que ellos no creen en Cristo?

Como cristianos, siempre hemos tenido respuestas a esa pregunta. Los catecismo católicos de mi juventud hablaban de un “bautismo de deseo” como una manera de entrar en el misterio de Cristo. Karl Rahner hablaba de las personas sinceras que eran “cristianos anónimos”. Frank de Graeve hablaba de una realidad que él  denominaba “Christ-ianity”, como un misterio de más amplitud que el histórico “Christianity”; y Pierre Teilhard de Chardin hablaba de Cristo como la final estructura antropológica y cosmológica en el proceso evolutivo mismo. Lo que todos estos están afirmando es que el misterio de Cristo no puede ser identificado simplistamente con las iglesias cristianas históricas. El misterio de Cristo actúa a través de esas iglesias cristianas históricas, pero también actúa -y lo hace con mayor amplitud- fuera de nuestras iglesias y fuera de los círculos de la fe explícita.

Cristo es Dios y, por consiguiente, se le encuentra allí donde alguien está en la presencia de la unidad, la verdad, la bondad y la belleza. Kenneth Cragg, tras muchos años como misionero con los musulmanes, sugirió que van a servir todas las religiones del mundo para dar total expresión al Cristo total.

Hay un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios que es Padre de todos nosotros; y así, deberíamos dejar de ser tan reacios a permitir a otros, no de los nuestros, entrar en nuestro restringido cielo.

Traducido al Español para Ciudad Redonda por Benjamín Elcano, cmf

Artículo original en inglés.