Al cabo del día, todos nosotros, creyentes y no-creyentes, piadosos e impíos, compartimos una misma humanidad y todos acabamos en idéntico camino. Esto tiene muchas implicaciones.
No es ningún secreto el hecho de que hoy la práctica religiosa se está desplomando radicalmente por todas partes del mundo secular. No todos los que optan por excluirse ofrecen el mismo aspecto ni van con el mismo nombre. Algunos son ateos, que niegan explícitamente la existencia de Dios. Otros son agnósticos, abiertos a aceptar la existencia de Dios, pero permaneciendo indecisos. Otros se autodefinen como noes; preguntados a qué fe pertenecen, responden diciendo que a ninguna. Están aquellos que se definen como acabados, terminados con la religión y terminados con la iglesia. Después están los morosos, personas que saben que algún día tendrán que tratar con la cuestión religiosa, pero, como san Agustín, permanecen diciendo: casualmente necesito hacer esto, ¡pero aún no! Finalmente, existe ese ingente grupo que se define como espiritual-pero-no-religioso, que afirma creer en Dios, pero no en la religión institucionalizada.
Todos nosotros conocemos a personas que están en una o varias categorías de estas y se encuentran impacientes por ellas. ¿Qué podemos hacer -si es que podemos algo- para impulsar a esas personas hacia la fe, la religión y la iglesia? ¿Qué sucederá si mueren en este estado? ¿Dónde se sitúa Dios ante esto?
Sospecho que Dios no comparte mucho nuestra ansiedad aquí ni ve esto como perfectamente saludable (¡los humanos son humanos!), sino más bien que Dios tiene una perspectiva más extensa sobre esto, es infinitamente amoroso y sufre con paciencia mientras tolera nuestras opciones. ¿Por qué? ¿Cuál es la perspectiva más extensa de Dios aquí?
Primero, el hecho de que nuestra fe ya bautiza a aquellos a quienes amamos. Gabriel Marcel expresó una vez esta famosa afirmación: Decir a alguien ‘te amo’ es decir ‘nunca te perderás’. Como cristianos, entendemos esto en términos de nuestra unidad en el Cuerpo de Cristo. Nuestro amor por alguien lo une a nosotros y, puesto que somos parte del Cuerpo de Cristo, esa persona está asimismo unida al Cuerpo de Cristo, y tocar a Cristo es tocar la gracia. Gracias a las maravillas de la Encarnación, todo cristiano sincero puede decir: ‘Mi cielo incluye a esta o aquella persona particular a quien amo’. Solíamos llamar a esto “bautismo de deseo”, aunque en este caso, el deseo del “bautismo” está de nuestra parte, pero aún resulta igualmente eficaz.
Después, necesitamos reconocer que Dios ama a estas personas más que nosotros, y está más solícito por su felicidad y salvación de lo que estamos nosotros. Dios ama a cada uno individual y apasionadamente, y actúa como para asegurar que nadie se pierda. Además, ¡Dios tiene sus tretas! Como siempre han indicado los buenos apologistas cristianos, Dios tiene sus propios esquemas, trampas amorosas y recursos para conducir a las personas a la fe.
Además, Dios es infinitamente paciente. Si juntáramos la piedad por un momento, podríamos comparar provechosamente a Dios con un GPS (Sistema de localización global) dado qué infinitamente paciente e incluso persistente es un GPS en darnos direcciones. Un GPS es construido con la presunción de que a menudo no será obedecido y que tendrá que hacer los ajustes necesarios. Nos es familiar la manera como funciona esto. Estamos conduciendo hacia un destino y el GPS nos dice que, con el fin de llegar allí, necesitamos hacer un giro a la derecha en la siguiente intersección. Sin embargo, hacemos caso omiso de sus instrucciones y conducimos en línea recta a través de la intersección. Hay un breve silencio y luego el GPS, teniendo en cuenta el hecho de que hicimos caso omiso de su indicación original, dice “reprogramar” y nos da una nueva instrucción sobre cómo llegar a nuestro destino. Y repetirá este ciclo sin fin. Un GPS, con una paciencia sin límites, queda “reprogramando” y continúa dándonos una nueva instrucción hasta que lleguemos a nuestro destino. Nunca se da por vencido con nosotros.
Dios es lo mismo. Nosotros tenemos un destino proyectado y Dios nos da constantes instrucciones a lo largo del camino. La religión y la iglesia son un GPS excelente. Aun así, pueden ser ignoradas, y a menudo lo son. Pero, la respuesta de Dios nunca es de ira ni de impaciencia final. Al modo de un confiado GPS, Dios está diciendo “reprogramar” y dándonos instrucciones fundadas en nuestro fracaso de aceptar la instrucción previa. Finalmente, sin que importe el número de vueltas erradas y callejones sin salida, Dios nos guiará a casa.
Una última cosa. Finalmente, Dios es el único juego en la ciudad, en cuanto no importa el hecho de tomar tantos caminos falsos ni ignorar tantos caminos buenos; todos nosotros acabamos en el único, mismo, último y final camino. Todos nosotros: ateos, agnósticos, noes, acabados, buscadores, morosos, aquellos que no creen en la religión institucionalizada, los indiferentes, los beligerantes, los airados, los amargados y los heridos, acabamos en el mismo camino poniendo proa hacia idéntico destino: la muerte. Sin embargo, la buena noticia es que este último camino, para todos nosotros, los piadosos y los impíos por igual, conduce a Dios.