Resulta encantador cuando sientes amor a tu alrededor, cuando otros te comprenden y dan gracias a Dios por tu persona y por tus dones. Pero algo muy diferente cuando a tu alrededor todo habla de incomprensión, celos, frialdad, odio.
Una cosa es mantener firmes tus ideales cuando otros los comparten, cuando el evangelio sopla en tu favor, cuando el principio mental funciona también en la práctica. Otra cosa muy diferente cuando parece que te encuentras solo defendiendo un ideal y cuando parece que el evangelio está ofreciendo más muerte que vida.
Una cosa es guardar tu equilibrio cuando los ritmos de la vida lo apoyan, cuando existe en las cosas un sano dar y recibir, cuando la vida es imparcial. Pero otra cosa muy diferente cuando las cosas se vuelven injustas, cuando se te critica injustamente, cuando parece que todos los demás han perdido el equilibrio, cuando, como en Viernes Santo, oscurece al mediodía…
Una cosa es ser amable y benévolo cuando los que te rodean son respetuosos, afectuosos y justos. Pero otra muy diferente cuando parece que todos están amargados, faltos de respeto, celosos y fríos.
Una cosa es bendecir a los otros cuando quieren que les bendigan, cuando se quedan prendados de cada palabra de tu boca, cuando quieren gozar de tu compañía, y otra muy diferente cuando su simple mirada te habla de odio y cuando te evitan al entrar en un lugar.
Una cosa es perdonar a otros cuando ese perdón parece justo, cuando no resulta imposible tragar la ofensa, cuando la herida infligida no es mortal; y otra muy diferente perdonar a alguien cuando el asunto no es justo, cuando la herida infligida es mortal, cuando elimina tu propia vida.
Una cosa es entregar tu vida a tu familia, a la Iglesia, a la comunidad y a Dios cuando te sientes querido y apoyado por todos, cuando son dignos de tu sacrificio, cuando te sientes bien haciéndolo así; y otra muy diferente cuando no te sientes apoyado, cuando el asunto no vale la pena, y cuando no sientes otro motivo para hacerlo que la verdad y el principio moral.
Estos contrastes plasman en esencia lo que hizo Jesús en el Huerto de los Olivos y en la cruz. Su pasión fue un drama del corazón, no una prueba de resistencia de su cuerpo.
¿Cuál es el factor que hizo que el sacrificio y la entrega de Jesús fueran tan especiales?
Me da la impresión de que hemos subrayado demasiado los aspectos físicos de la crucifixión en detrimento de lo que estaba sucediendo por debajo, más en profundidad, en el interior de Jesús. ¿Por qué digo esto? Porque ninguno de los evangelios subraya los sufrimientos físicos, ni ciertamente tampoco lo hace Jesús cuando expresa su miedo en conversaciones antes de su muerte.
Lo que los evangelios y Jesús subrayan es su soledad moral, el hecho de que él se sentía solo, traicionado, humillado, incomprendido, objeto de celos y de la histeria de la muchedumbre, que se sentía muy lejos de todos, que los que le querían estaban dormidos e indiferentes a lo que estaba sucediendo, que él era una “unanimidad-menos-uno”.
Y esta soledad moral de la que se burlaban los de fuera le tentó contra todo lo que él había predicado y defendido durante su vida y ministerio. Lo que hizo tan especial su sacrificio no fue el que muriera víctima de la violencia (millones mueren víctimas de la violencia y sus muertes no son necesariamente especiales), ni que rechazara usar su poder divino para parar su muerte (tal como él mismo enseñó, eso no hubiera probado nada). Lo que hizo tan especial su muerte fue que, en medio de la soledad total, tiniebla, celos, incomprensión, histeria enfermiza de la multitud, frialdad y asesinato, él aguantó, se entregó a sí mismo sin amargura, sin autocompasión, manteniendo intactos sus ideales, generoso, respetuoso, listo para perdonar, sin perder su equilibrio interior, su sentido o su mensaje.
Esa es la prueba definitiva, y la afrontamos cada día en muchas áreas de nuestras vidas.
Hace algunos años participaba yo en un foro, debatiendo sobre un libro sobre la castidad. El libro, escrito por una mujer escasamente de veinte y algún años, era muy idealista y apremiaba a los jóvenes a no tener relaciones sexuales antes del matrimonio, sino a guardar su virginidad como un regalo especial para su pareja en matrimonio. Uno de los panelistas, una mujer muy sincera, reaccionó de esta manera: “Me gusta lo que esta joven dice, y cuando mis hijas sean jóvenes les daré a leer este libro, pero lo que ella dice tiene mucho más sentido cuando tienes veinte años y sabes lo que esperas que cuando tienes treinta y nueve y ya no sabes lo que esperas”.
El sacrificio de Jesús fue tan especial porque, mucho tiempo después de que se había agotado el tiempo y cuando parecía que ya no había razón alguna para esperar nada, él todavía se mantuvo fiel a sus ideales, a su equilibrio, a su generosidad, a su perdón, a su amor.
La lucha por lograr eso, por mantenerse fiel, es el drama real y auténtico de la muerte de Jesús, y al fin no es tanto una lucha del cuerpo cuanto del corazón.