La paternidad responsable trae de cabeza a muchos matrimonios. Y no porque no esté claro que es un derecho y un deber de la pareja. Las dificultades vienen a la hora de ejercitarla: que si la superpoblación, que si las condiciones sociales y económicas, que si los métodos adecuados, etc., etc. Con tanta cosa que hay que considerar, se corre el peligro de volverse huraño, olvidando que hay que gozar de la vida. Y también que hay que gozar con ella. Incluso, cuando se cuela de rondón en un hogar, como huésped inesperado, rompiendo los planes de los moradores. A pesar de todo, cuando se vive un amor acogedor, será bien recibida. Su presencia no se considerará inoportuna. ¿Cómo iba a serlo, si se la ama y se disfruta con ella?
Mis queridos amigos:
Quizá os sorprenda mi carta. Ésta será una sorpresa añadida a la situación que estáis viviendo. Pero no puedo por menos de escribiros, después del impacto recibido con la noticia que me distéis. No me resisto a compartiros cómo lo he vivido.
Os es de sobra conocido cómo me afecta todo lo que acontece en vuestra vida de familia. Lo vivo al unísono con vosotros. Por eso, también este acontecimiento lo quiero vivir en cercanía y en apoyo.
Os digo sinceramente que, si me sorprendió la noticia -que viví entre el gozo inmenso por el hecho y la preocupación por las repercusiones-, mucho más me ha sorprendido vuestra reacción a la hora de afrontar los hechos. Me ha sorprendido gratísimamente. Pero, sobre todo, me ha estimulado enormemente. Quizá porque ha sido un precioso testimonio de fe para mí, que me habla de vuestro amor a la vida, de la comprensión de vuestra vida conyugal y de la imagen de Dios que tenéis.
De sobra sé que llamásteis a la vida a los dos hijos que os nacieron con anterioridad desde el amor que os tenéis, como una prolongación de la historia de vuestro amor. No sólo los llamásteis a la vida, sino que la habéis cultivado en ellos, proyectando y soñando, cuidando y comprometiéndoos con lo que creíais que era lo mejor para ellos, desde lo que comprendíais que era el plan de Dios para vosotros y para ellos. Con ellos vosotros fuisteis los protagonistas responsables de la llamada a la vida como lo habéis sido en el cultivo de la misma, tratando de secundar el querer de Dios. Vuestro jardín floreció a iniciativa vuestra, aunque érais conscientes -y así lo afirmábais- de que el jardín era de Dios.
Ahora quizá os habéis hecho mucho más conscientes, si cabe, de esa afirmación. Ahora no ha sido vuestra iniciativa la que ha llamado a la vida, ni la que os llama a cuidarla y a cultivarla. Ha sido la iniciativa del dueño del jardín. Del Dios de la Vida, sorprendente y siempre mayor, que ama esa vida que va creciendo en vuestras entrañas y en vuestra afectividad, y que os llama a vosotros a amarla, aun en medio de vuestra sorpresa, de la ruptura de vuestros planes y proyectos, y en medio de la incertidumbre del futuro.
Superado el primer momento de sorpresa, vuestra reacción me ha parecido maravillosa. Habéis respondido a esa llamada con todo vuestro ser. No habéis considerado a la vida como un huésped inoportuno y molesto. La habéis acogido como un regalo inesperado del Dios de la Vida para vosotros y para la historia de vuestro amor. Os habéis dejado interpelar. Y esto me dice que vuestro amor no se ha estancado. Sigue corriendo en sus aguas como un río cristalino y fresco. Desde vuestro amor, no habéis tenido inconveniente en romper vuestros planes para acoger los de Dios, dejándole ser el Dios que quiere ser.
Por eso, vuestro amor me sabe a gratuidad en la donación, a ausencia de egoísmo, a acogida hogareña y, en último término, a ternura. A derroche de ternura y a borrachera de fe. Vuestro amor de pareja tiene, en estos momentos para mí, mucha similitud con la fe de Abrahán y de María, que se convierten en modelo de identidad para los creyentes de todos los tiempos. Si fuera niño yo le pondría por nombre Isaac, que es el hijo de la fe de Abrahán y de la sorpresa de Sara; o Jesús, que fue concebido por obra de Dios y acogido por la fe incondicional de María y por la sorpresa de José. Pero no es cuestión de nombres. Si os lo digo, es para que alcancéis cómo me interpela vuestra fe. Esa fe que habéis manifestado en vuestra reacción.
Mirarme en el espejo de vuestra vida de fe es para mí un estímulo muy importante, que me anima a dejarme sorprender por Dios y por los hermanos, a no perder la calma cuando las cosas no salen según lo previsto, a dejar mis planes para acoger lo que Dios quiera de mí y a no poner obstáculos de egoísmo que impidan que Dios sea Dios en la historia. Vuestra reacción me interpela a vivir así. Ojalá que mi debilidad no me lleve a poner sordina en la música de esta partitura.