Un Mantra Profético sobre los Pobres

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.¡Nadie logra ir al cielo sin una carta de recomendación de los pobres! Es ésta una cita atribuida a James Forbes, un Pastor protestante de Nueva York, que capta maravillosamente algo que los profetas antiguos de Israel resaltaron hace muchos siglos.

Los grandes profetas de Israel habían acuñado este mantra: La calidad de tu fe será juzgada por la calidad de la justicia en tu tierra. Y la calidad de la justicia en la tierra se juzgará siempre por cómo lo pasan las “viudas, los huérfanos y los forasteros o extranjeros” mientras vives. La frase “viudas, huérfanos y forasteros” codificaba los tres grupos más débiles y vulnerables en la sociedad de aquel tiempo. Según los grandes profetas de Israel, finalmente seremos juzgados moral y religiosamente según cómo lo pasaron los más pobres de los pobres mientras vivíamos.

Ése es un pensamiento inquietante, que se vuelve aún más inquietante cuando vemos cómo Jesús confirmó esa visión. Aunque tiene que contextualizarse dentro de todo el mensaje de Jesús, tenemos en el evangelio de Mateo el famoso texto sobre el Juicio Final en el que Jesús nos dice que, al fin del día, cuando nos presentemos ante el Gran Rey en el día del juicio, se nos hará solamente una serie de preguntas; y todas ellas tendrán que ver con cómo tratamos a los pobres: ¿Diste de comer al hambriento? ¿Diste de beber al sediento? ¿Acogiste al forastero y al extranjero? ¿Vestiste al desnudo? ¿Visitaste al enfermo? ¿Fuiste a visitar al encarcelado? Dudo de que ninguno de nosotros tendría el crudo valor para predicar hoy en día esto, justo como está escrito en los evangelios, desde ningún púlpito. Y sin embargo Jesús lo dijo en serio. Nadie logra ir al cielo sin una carta de recomendación de los pobres.

Ahora bien, en esto hay una serie entera de retos.

Primero: La exigencia de vivir una vida que refleje justicia y auténtica preocupación por los pobres es parte integral y no-negociable del discipulado cristiano. Es algo que no está basado en ideología alguna particular que uno puede aceptar o rechazar, con tal de que yo viva honesta y religiosamente en mi vida privada. Esto es parte esencial del evangelio; requisito tan importante como el orar, ir a la iglesia los domingos y guardar en orden mi vida moral personal.  Para un cristiano, no basta sólo con ser piadoso, bueno y asistente regular a la iglesia. También nosotros necesitamos una carta concreta de recomendación de los pobres.

Segundo: Lo que ese mantra de los profetas y la enseñanza de Jesús sobre el Juicio Final también nos enseñan es que la caridad sola no basta. La caridad es una gran virtud, parte  integrante de la virtud más importante de todas, el amor. Nunca puede minimizarse. Pero la caridad no es necesariamente justicia. Yo puedo ser una persona maravillosamente caritativa, bondadosa, moral y generosa en  mi propia vida, y todavía estar aprovechándome injustamente de un sistema histórico, social, político y económico que me está premiando indebidamente mientras está oprimiendo y robando a otros. Las cosas que obtengo honestamente por medio de mi duro trabajo y con las que soy muy generoso en cuanto a compartir con otros, pueden ser al mismo tiempo el producto de un sistema que es injusto con otras personas. Preocuparse por las “viudas, huérfanos y forasteros” me exige no sólo bondad personal y caridad, sino que me exige también tener el valor para percibir cómo mi honesta riqueza puede ser también parcialmente el producto de un sistema deshonesto. ¿Quién pierde mientras yo gano?

Finalmente: El mantra de los profetas y las enseñanzas de Jesús sobre el Juicio Final deberían ser un reto para escudriñar constantemente mi conciencia con preguntas como éstas: ¿Estoy  alcanzando realmente a los pobres? ¿Tengo en mi vida “huérfanos, viudas y forasteros o extranjeros” reales, de carne y hueso? Mi compromiso con los pobres ¿es algo solamente teórico, un ideal que yo abrazo, pero algo que nunca impacta realmente a los pobres? Es fácil servir de boquilla a este ideal y es aún más fácil dejarlo escrito en mi currículo de vida de forma que aparezco como bueno ante los demás y me siento bien conmigo mismo. Sin embargo, como Ruth Burrows pregunta: ¿Nuestra retórica sobre los pobres, les ayuda realmente a ellos o simplemente nos ayuda a nosotros a sentirnos mejor con respecto a nosotros mismos?

Admito que estas preguntas no son fáciles, y que habríamos de ir despacio en responderlas. A veces lo único que podemos hacer es admitir nuestra propia impotencia. Recuerdo que una vez asistí a una conferencia, pronunciada por el famoso teólogo Gustavo Gutiérrez, en la que, después de su disertación, se levantó un hombre y, con dolorosa honestidad, compartió sinceramente sobre su propia impotencia en alcanzar a los pobres: ¿Qué puede hacer una persona frente a todas las cuestiones globales de injusticia que nos asedian en nuestro mundo?

Gutiérrez reconoció la complejidad de la pregunta y simpatizó con la impotencia de aquel hombre, pero entonces añadió: “Como mínimo, asegúrate de tener siempre al menos una persona pobre concreta en tu vida, a la que estés atendiendo de una manera especial. Esto asegurará que tu compromiso siempre tenga al menos alguna persona concreta de carne y hueso!”

Una sola carta de recomendación de los pobres es mejor que no tener ninguna recomendación en absoluto.