Cuanto más cambian las cosas, más permanecen igual. Este axioma tiene algo de verdad aplicado nuestra comprensión del suicidio. A pesar de todos los avances en la comprensión del suicidio, todavía hay toda una gran cantidad de estigmas en torno al suicida, uno de los cuales se relaciona con el cómo escribimos el obituario de un ser querido que muere de esta manera. Cuando tenemos que escribir un obituario no somos capaces de escribir la palabra “suicidio”: Murió por sus propias manos. Todavía buscamos eufemismos: Murió sorpresivamente. Su repentina muerte trajo una gran tristeza.
El suicidio, en muchas ocasiones, quizá en la mayoría, es el resultado de una enfermedad, el equivalente emocional y psicológico a un golpe, a un ataque o a un ataque cardiaco. Si esto es verdad, ¿por qué entonces, cuando un ser querido se suicida, no debiéramos evitar de escribir la palabra suicidio en su obituario?
Nos entristece comunicar el fallecimiento de J.D. quien murió tras un largo y valiente enfrentamiento con un cáncer emocional. Jane, como sabes, nació con una sensibilidad torturadora, un regalo y un dolor con el que ella lidió desde su temprana juventud. A veces encontró la paz y el alivio, pero nunca fue capaz de librarse de un cierto caos interior parcialmente escondido para los que le rodeaban y que la medicina no podía curar, consejeros que no podían silenciar, y nuestro afecto y solicitud eran incapaces del calmar adecuadamente. Al final, a pesar de su coraje y nuestros mejores esfuerzos por ayudarla, la enfermedad era incurable. Su temperamento era al mismo tiempo bendición y perdición. Era una persona amable, no dada al egoísmo y a la insana autoafirmación, siempre ansiosa por no herir a otros o demandar demasiado espacio para sí misma. Pero esta autoexpurgación era parte de su enfermedad también. Ninguna cantidad de coraje fue capaz de apartar definitivamente esta rudimentaria constricción que de alguna le privaba de su total libertad. Al final, murió en contra de su voluntad; pero su vida, vivida con tal sensibilidad, fue un precioso regalo para todos los que la conocieron inclusive cuando en ocasiones produjo ansiedad y corazones rotos en aquellos en torno a ella. Dada la triste circunstancia de su muerte, ella, con su extraordinaria sensibilidad, sería la última persona que querría que nos sintiéramos culpables y cuestionarnos a nosotros mismos sobre lo que pudiéramos haber hecho para prevenir su muerte. Cuando una enfermedad es terminal, ni siquiera todo el amor y el cuidado del mundo pueden curar. Pero ella murió rodeada por nuestro amor incluso si nos sentimos frustrados porque nuestro amor no pudo hacer nada por ella. Ella vive ahora, aun en medio de nuestro amor y afecto, y, si Dios quiere, en una paz y seguridad que tanto extrañó ella en su vida. En lugar de flores, por favor, hagan donaciones a la Asociación de Salud Mental.
O quizás, en otra situación, pudiéramos leer algo como esto:
Con tristeza os anunciamos el fallecimiento de J.D. que murió repentimente de un ataque emocional de corazón. Su muerte ha supuesto un fuerte golpe para los más cercanos a él pues no tenían razón para sospechar que él sufría de un elevado y peligroso colesterol emocional o que padecía algún tipo de enfermedad congénita de corazón que no se había manifestado claramente y no había sido diagnosticado médica o psicológicamente. A la vista de esto, comprensiblemente, nos cuestionamos a nosotros mismos sobre el porqué no estuvimos más alerta o atentos a su persona y a su salud y por qué no nos dimos cuenta de la manifestación de algún síntoma de su situación. Algunas veces una enfermedad potencialmente fatal puede estar al acecho bajo la superficie y permanece sin manifestación hasta que sea demasiado tarde. Así es la naturaleza, a menudo, de los ataques mortales de corazón. Mientras su muerte no deja sintiendo toda su crudeza, luchando por comprender, perdidos a la hora de explicar cómo ha sucedido esto, y la necesidad de resistir la tentación de proyectar una cierta ira sobre él por mantener su enfermedad en secreto, podemos también comprender que gran parte de esta enfermedad estaba escondida para él mismo también, y la anatomía de esta particular clase de muerte tiene en sí misma una concreta patología perniciosa que demanda de sus víctimas precisamente este propensión a ocultarse de los más cercanos. Y esto reclama una explicación: la vida de cada persona es un misterio, que no siempre podemos comprender desde fuera. Por otra parte, los ataques de corazón emocionales, como sus equivalentes biológicos, no son queridos y suceden en contra de la voluntad de sus víctimas. J. fue un alma gentil que nunca deseó mal a nadie y trató de no dañar a nadie. Pero, sin duda, pidió por nuestro continuo amor y afecto, y especialmente por nuestra comprensión. En lugar de flores, por favor, hagan donaciones a la Asociación de Salud Mental.
Es duro perder a los seres queridos a causa del suicidio, pero no debiéramos también perder la verdad y el calor de su misterio y su memoria.