No se lo que me saldrá, pero no quiero dejar pasar más tiempo para responder a la petición de Ciudad Redonda y contar algo de mi experiencia sacerdotal en este año dedicado al sacerdocio que ha sido muy especial para mí, por cumplirse mis 25 primeros años como misionero presbítero.
Nunca se me hado bien escribir, y menos ahora que sigo naufragando entre nuevos idiomas (el tetum recién aprendido y el bahasa indonesio, aún en proceso).
Mi sacerdocio ha sido un sacerdocio misionero, en tres continentes distintos y con una mayor dedicación a los jóvenes y campesinos. En ellos he encontrado renovados motivos para creer y esperar, y sin duda han fortalecido mi vida espiritual.
Me han aceptado plenamente con mis limitaciones y defectos. Tanto en mis excesos juveniles (acompañados de la natural autosuficiencia y energía) como en las limitaciones de la madurez, donde empiezan a asomar las torpezas.
Tanto los respetuosos y laboriosos campesinos como los entusiastas jóvenes me han ido educando en una fe responsable, equilibrada y eclesial, creativa y fiel, tenaz y renovada. Sinceramente creo que ha sido todo un privilegio acompañar a familias, jóvenes y adultos a integrar su fe, en contextos tan diferentes como Latinoamérica, Europa y Asia.
Cada Eucaristía, en estos 25 años, ha tenido un tono vital diferente, una “carga” distinta, desde la energía de la comunidad creyente en el mismo Señor Resucitado. Mi corazón se ha llenado de multitud de rostros y nombres, de los que es imposible acordarse, pero que se encuentran en el único Señor.
Nunca me ha sentido sólo, pues va conmigo El que me envía y me siento acompañado, arropado, recibido y contestado por la comunidad claretiana con la que convivo y la comunidad cristiana a la que sirvo. Es cierto que mis experiencias han sido muy gratificantes, por lo que no puedo más que dar gracias a Quién ha recibido mi disponibilidad a ser enviado.
He sido testigo de lo que puede hacer la fe. Del proceso de liberación que desencadena una buena confesión, de la fuerza transformativa de una comunidad que celebra su fe, de la gracia que llena de alegría y esperanza a quien la recibe.
Gentes sencillas que han acogido la fe, personas creyentes que han creído en el Amor, jóvenes capaces de luchar contra toda esperanza, han convalidado mi fe recibida desde mi niñez y refrendada personalmente en mi propio proceso formativo.
Sí, me siento servidor y testigo de la fe, en mi carácter de persona misionera creyente y ministro de la Eucaristía, centro de la vida de cada misionero y de la misma Iglesia.