Un sitio para los amigos

    La vida sin amigos se puede convertir en un desierto. La amistad es árbol de compañía, sinfonía de las mejores melodías, abrigo y puerto en la tormenta, asiento y cielo, parábola y huella, hogar y sosiego, luz y brillo, brisa y aliento, camino y crecimiento, confrontación y encuentro, regalo y providencia, sueño y reino, patria y misterio, llanto y risa, paz y paseo, bendición y encanto, azul y niña.

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.¡Cuántos amigos hace la misión! Cada una de las pequeñas misiones estuvo jalonada con un buen número de manos amigas, nobles, gratuitas, entregadas, abiertas de par en par. Un mismo espíritu se fue encargando de ir creando esos lazos fuertes de amistad sentida y bien vivida. Sin ellas no hubiera sido posible todo cuánto vimos nacer y crecer. La interminable letanía de tantas manos anónimas y menos anónimas llevaron la misión a buen puerto.

Quiero dejar constancia de un gran amigo, Ángel Murga (Gelo, para los amigos), sacerdote de la diócesis de Santander al que invité junto con Suso, sacerdote de la diócesis de Mondoñedo- Ferrol, a participar en la “Santa Misión”. Gelo, ya ha paso la línea de los cincuenta, es de una pieza, sensible, inocente, austero, muy austero. Ve la realidad con mirada evangélica. Llama la atención su delgadez y fortaleza de espíritu, su amor grande a todas las personas y la limpieza de su virginal corazón. Hospitalario, de fácil acceso, sonriente. Su mano, como su casa, está siempre abierta a todos, especialmente a los que peor lo pasan. En su mesa siempre se puede encontrar un sitio para los amigos, un sitio tan grande como el monasterio en el que vive con otras hermanas y hermanos con un mismo proyecto de vida y misión. Es fácil hacer de su casa tu misma casa, orar con amplio horizonte, con infinita confianza, descansar después de tantas batallas y reponer fuerzas al calor de la lumbre y de las ardorosas palabras amigas. Gusta de estar solo y en compañía, se deja llevar mucho por el Espíritu que hace de él un sacerdote especial, entrañable, sencillo, puro. Hace honor al nombre que lleva siendo el “ángel de la guarda” de los numerosos pueblos que se le han encomendado por los valles y montañas santanderinas. Es presencia, consuelo, alivio, esperanza y confianza para todos estos habitantes. Habla con benevolencia. Es humilde, alegre, leal. Con él, uno siente que Dios está cerca. Con él, las distancias y las durezas tienden a desaparecer. Con él, los sentimientos se sienten, no se reprimen; la fe crece. Ama su celibato, descubierto con asombro y vivido como don, con gracia y libertad de espíritu. Es un alma transparente y providente. Sabe liberar tensiones, deshacer nudos, afinar el oído, escuchar al otro, llegar al fondo, mostrar un amor siempre mayor, dar participación a todos, trabajar en equipo. Vive con radicalidad su opción por el evangelio y atrae por la calidad de sus ejemplos y testimonios de vida.

Gelo y yo, nos conocemos hace más de una década. Nos vemos dos o tres veces al año para renovar y refrescar nuestra amistad, compartiendo luchas, preocupaciones, ilusiones, amistades comunes, tareas pastorales,…

Llegó el momento tan soñado y deseado por él al poder participar en esta aventura misionera por tierras hondureñas. Sintiéndose enviado por su obispo y respaldado por su comunidad, emprendió un largo y cansado vuelo hasta llegar al aeropuerto de S. Pedro Sula. Muy pronto nos vimos y nos pusimos a compartir lo realizado hasta ahora en la misión y lo que a él se le encomendaba. La proximidad del territorio para misionar nos permitió estar lo suficientemente cerca para reunirnos en algunas ocasiones, programar juntos las actividades misioneras de cada semana, visitar el hogar de las religiosas hijas de la caridad de la Madre Teresa, y también disfrutar de algún buen baño por las playas de Tela.

Visitado por el “dengue”, no pudo concluir la misión como él hubiese deseado. Tuvo que aguantar la fiebre y el cansancio de su cuerpo en la cama desde donde siguió orando por la misión en dos últimos días. Regresó a España todavía sin la suficiente salud, empapado de religiosidad popular, impresionado por tanta violencia irracional y tanta pobreza humana, admirado de la madurez de un laicado que asume el compromiso de construir su comunidad parroquial y sus pequeñas comunidades eclesiales, dolido por tantas heridas compartidas con un gran número de personas, cansado de tantas interminables escuchas, contento por tanta fraternidad alcanzada, gozoso de haber tenido la oportunidad de participar en la misión y sorprendido por la grandeza de una creación admirable, sobrecogedora y variada.

Quiero dejar también constancia de un buen número de nombres amigos; Norma, José Antonio, Moncho, Medardo, Karla, Raúl, Víctor, María, Wendy, Gabriel, Pedro, Andri, Glenda, Johanna, Alejandro… Ellos y ellas fueron dejando una huella misionera en mi camino. Hicieron fácil lo difícil. Sus palabras y consejos, sus colaboraciones y ayudas, su casa y su tiempo, sus plegarias y atenciones, fueron constantes y se convirtieron en el mejor equipaje de cada día. A algunos de ellos me atreví a pedirles un testimonio de vida y misión al hilo de la actividad que estábamos realizando. No hubo oposición. Hicieron el esfuerzo de poner sobre el papel sus impresiones, experiencias, recuerdos, pensamientos, interrogantes… Todos ellos con un denominador común: la fe y la amistad.

Diferentes edades y diferentes circunstancias se unieron para agrupar el pequeño número de los relatos que a continuación vamos a poder leer y disfrutar. Escritos unos desde el lecho del dolor; otros desde la acción misionera con los hombres y mujeres de los “bordos”; otros desde la animación realizada en tantas comunidades, desde el retorno a la iglesia de la que algunos se habían separado, desde la vivencia de la política, de la familia, del centro de salud o de la escuela. ¡Cuánta misión compartida! ¡Cuánto bien repartido!

Es justo y necesario acercarse a ellos sin prejuicios, con el mismo ardor con que fueron escritos. Es fundamental no especular, tampoco razonar mucho y menos aún hacer juicios de valor. Te aconsejo, amigo lector, que sólo te dejes llevar por ellos, por su fondo y forma. No importa las faltas de ortografía; lo que realmente importa es la verdad de sus vidas y de sus hechos. Llevan el sello de la verdad y de la fe a flor de piel, a golpe de compromiso, a ritmo de evangelio. Te insto a que los hagas tuyos; y, si puedes, a que ores con ellos haciéndolos plegaria, susurro, grito, alabanza, adoración, súplica, contemplación… lo que el Espíritu te inspire. Después, si quieres, me escribes y me lo cuentas. Así agrandaremos el círculo de la amistad y haremos una sola familia.

Junto a los testimonios irán apareciendo algunas viñetas del dibujante Banegas. Sus críticos dibujos saben captar y plasmar la realidad social, laboral, religiosa, económica, cultural…del país. Os digo que, cada vez que tuve ocasión de asomarme al periódico, lo primero que buscaba eran estas viñetas para ver la noticia mejor dibujada del día. La pequeña selección que ahora os brindo nos permitirá otro momento de distensión, sonrisas, reflexión, belleza. Nos hará pensar y sentir, reír y compartir.