Un violinista en el metro

Ensayo sociológico

Recientemente he leído una historia interpelante que viene de Occidente y que me sirve para alertar a mis lectores. He aquí la historia un poco sintetizada:

«Un día invernal, a hora punta, un violinista se situó a la entrada de una estación de Metro de Washington y se puso a tocar su violín. Durante cincuenta minutos los precipitados viajeros no paraban mientes en seis piezas de Bach que emitían las cuerdas del afinado violín. Se calcula que pasaron miles en esa hora y fueron muy pocos los que frenaban el paso, escuchaban unos segundos y algunos dejaban caer alguna moneda en el sombrero. Los que controlaban la experiencia pudieron contabilizar que sólo unos seis pararon unos minutos y una mujer agradeció al músico su interpretación. Pero no hubo aplausos y menos alguien que pidiera un bis. En el fondo del sombrero se recogieron 32 dólares.

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.El violinista que accedió a la experiencia que quiso hacer y filmar el periódico The Washington Post se llama Joshua Bell, uno de los mejores del mundo. Dos días antes de su presencia en el Metro, había llenado un Teatro de Boston con melómanos que –el que menos- había pagado cien dólares por asistir al concierto del afamado músico. Tanto en el teatro como en el Metro había ejecutado las mismas seis piezas de Bach y usado el mismo violín Stradivarius, valorado en tres millones y medio de dólares.

La idea del periódico era realizar un ensayo sociológico sobre el comportamiento de las personas. Comprobaron que el personal puede pasar junto a bellezas o acontecimientos sublime sin captarlos. Si se llevan otras preocupaciones en la cabeza (en este caso las prisas por llegar al trabajo o a alguna actividad), están prácticamente incapacitados para percibir lo que sucede alrededor. Y con frecuencia esta incapacidad agravada por tópicos: “Estos pobres músicos fracasados tienen que recurrir a estas estaciones de metro para sacar un pequeño sueldo”».

Esta historia me sonó a una señal de alarma. ¿Cuántas veces habré pasado de largo sin captar maravillas? ¿Será oportuno que un altavoz avise unos metros antes de llegar a la estación suburbana y grite: ¡Estén al tanto!, el músico no es un pobretón, su violín vale tres millones y medio de dólares y ayer llenó el teatro con gente que pagó más de cien dólares por la entrada?

La grande del carisma (o el país de las maravillas)

Daría un salto, olvidándome de la artrosis, si supiera encandilar al menos a algunos lectores, como supo hacerlo Lewis Carroll, a incontables niños para volar con su imaginación corriendo detrás de un Conejo Blanco y quedar entusiasmados con un maravilloso país en el que se aventuraba una inquieta niña llamada Alicia.
En artículos anteriores he intentado explicar que los llamados a la Vida Religiosa son llamados a seguir a Jesús de cerca y a configurarse con el proyecto existencial que quiso vivir al poner su tienda de campaña entre los humanos, y así entrar en una país desconocido lleno de maravillas y también de responsabilidades Lo expresa Juan Pablo II sin rodeos:

«A lo largo de los siglos nunca han faltado hombres y mujeres que, dóciles a la llamada del Padre y a la moción del Espíritu, han elegido este camino de especial seguimiento de Cristo» (VC 1). «Todos somos conscientes de la riqueza que para la comunidad eclesial constituye el don de la Vida Consagrada en la variedad de sus carismas» (VC 2).

Quiero entender que ese “todos” expresa un deseo del Papa.

El seguimiento de Cristo configurando la vida con su proyecto de vida en virginidad, pobreza y obediencia, es lo que en teología llaman “Carisma genérico”. Intentaré ahora hablar del carisma específico. Sólo un preámbulo pues el espacio no da para más. Continuará en próximos artículos.

Conocer el país que se esconde tras la palabra “Carisma”

Con perdón de la R.A.E, si me lo concede, tengo que advertir que la definición que ofrece el diccionario es incompleta y deja en la penumbra el significado primario. Define así:”Don gratuito que Dios concede con abundancia a una criatura”. Y no explicita que ese don es concedido para el bien y el servicio de los hermanos. En cristiano decimos: “Para construir Iglesia”. Este sello de autenticidad aleja del sentido en lenguaje corriente que achaca la posesión del carisma a un político o un actor que, principalmente, administran su carisma para su propia gloria o intereses particulares..

Posible decepción

Tengo el complejo que sufrió Bell en el Metro. Se sintió decepcionado porque no supo atrapar la atención de los viandantes que pasaban delante sin hacerle caso.

Si nadie reacciona antes estos artículos y dedica unos minutos a conocer más y mejor las maravillas de la Vida Consagrada, quedaré decepcionado. Pero seguiré haciendo sonar mi pobre violín, para que “todos” conozcan lo que son y significan en la Iglesia sus hermanos religiosos. Aunque está claro que mi violín no es un Stradivarius.