Una afinidad improbable

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.Uno de los santos favoritos de Dorothy Day fue Teresa de Lisieux, Teresa Martin, la santa a la que llamamos “la florecilla”. A primera vista, esto podría parecer una extraña afinidad. Dorothy Day fue la mayor activista para la justicia, protestando en las calles, siendo arrestada, yendo a prisión e iniciando una comunidad y un periódico, el Catholic Worker (Obrero católico), al servicio de los pobres. Teresa de Lisieux fue una monja contemplativa, oculta en un oscuro convento de una pequeña ciudad de Francia. A propósito, durante su vida entera, excepto por un breve viaje para visitar Roma con su familia y parroquia, nunca salió de su pequeña ciudad; y, a su edad, probablemente era conocida por menos de doscientas personas. Además, en sus  escritos, uno encuentra muy poco que pudiera ser considerado explícitamente profético sobre justicia social. Escribió, como mística que era, con un enfoque sobre la vida interior y sobre nuestra intimidad personal con Jesús. Esto no resulta exactamente el objeto de las protestas en las calles. Así que ¿por qué Dorothy Day, cuya vida parece tan diferente, tuvo una afinidad con esta joven retirada del mundo?

A Dorothy Day la cautivó la espiritualidad de Teresa porque la entendió más allá de su equivocada interpretación popular. Entre todos los santos conocidos, Teresa de Lisieux sobresale como una de los santos más populares de todos los tiempos y como una de los santos más incomprendidos de todos los tiempos, y su popularidad es parte del problema. La devoción popular ha incrustado a su persona y su espiritualidad en una piedad excesivamente simplista que generalmente sirve para esconder su verdadera profundidad. Teresa llamó a su espiritualidad “el caminito”. La piedad popular, fundamentalmente, piensa de su “caminito”  como una espiritualidad que nos invita a vivir una vida pacífica, humilde, sencilla y anónima, en  la que hacemos todo, especialmente las humildes tareas pequeñas que nos piden, con fidelidad y dulzura, modestia, ternura, agradecidos a Dios únicamente por estar a su servicio. Aunque hay mucha verdad en ese modo de comprenderlo, se echa de menos algo de la profundidad de la persona y la espiritualidad de Teresa.

Para entender el “caminito” de Teresa y su conexión con la justicia en favor de los pobres, necesitamos entender ciertas cosas de su vida que ayudaron a constelar la visión que se situaba detrás de su “caminito”.

Teresa de Lisieux tuvo una niñez muy compleja. Por una parte, su vida estuvo impactada por una profunda tristeza, especialmente la muerte de su madre cuando Teresa tenía cuatro años, y varios episodios de depresión clínica, a causa de los cuales estuvo a punto de morir. Su infancia no resultó un camino de rosas. Por otra parte, tuvo una niñez excepcionalmente agraciada. Creció en una familia de santos que la amaban profundamente y le honraban  (y frecuentemente fotografiaban) cada uno de sus gozos y dolores. Era también una joven bella, atractiva y agraciada, con una cordialidad y sensibilidad que desarmaban. Su familia y todos los que estaban a su alrededor la consideraban especial y preciosa. Era muy amada; pero esto no contribuyó a malcriarla. Nunca podemos ser malcriados por ser demasiado amados, sino por  ser amados de manera errónea. Su familia la amaba de manera pura, y el resultado fue una joven que abrió su corazón y persona al mundo de un modo excepcional.

Además, mientras maduraba, empezó a darse cuenta de algo. Observó que, cuando era niña, cada lágrima suya era tenida en cuenta, valorada y honrada; pero que este no era el caso de muchas otras personas. Reconoció que incontables personas sufren pesares e injusticias, padecen abusos, son humilladas, viven en la vergüenza y derraman lágrimas de las que nadie se da cuenta ni se preocupa. Su dolor no se ve, ni se honra, ni se valora. Desde esta perspectiva, articuló esta metáfora fundamental que apuntala su “caminito”.

Sus palabras: Un domingo, mirando un cuadro de Nuestro Señor en la Cruz, me impresionó la sangre que brotaba de una de sus divinas manos. Sentí una punzada de gran pesar al tiempo que consideraba que esta sangre estaba cayendo al suelo sin nadie que se apresurara a recogerla. Estaba dispuesta a permanecer en espíritu al pie de la Cruz y recibir su rocío. … No quiero que esta preciosa sangre se pierda. Emplearé mi vida recogiéndola por el bien de las almas.

De esto deducimos que su “caminito” no es cuestión de una piedad privatizada, sino de caer en la cuenta y responder al dolor y las lágrimas de nuestro mundo. Metafóricamente, es cuestión de caer en la cuenta y “recoger” la sangre que está goteando del sufriente rostro de Cristo, que actualmente está padeciendo en nuestro mundo en los rostros de los pobres, los rostros de los que están sangrando y derramando lágrimas a causa de pesares, injusticias, pobreza, falta de amor y falta de ser considerados valiosos.

Dorothy Day anduvo por las calles de los pobres cayendo en la cuenta de su sangre, secando sus lágrimas, intentando recogerlas a su manera. Teresa hizo lo mismo místicamente, muy dentro del cuerpo de Cristo. No es extraño que Dorothy Day la escogiera como su santa patrona.