Hay una frase de Leonard Cohen muy citada que sugiere que el lugar donde nos rompemos es también el lugar donde empieza nuestra redención: en todo hay grietas, así es como entra la luz.
Es verdad; una herida importante es, con frecuencia, el lugar por donde la sabiduría se cuela hacia el interior de nuestras vidas, y la debilidad, que a menudo nos domina, puede hacernos ser conscientes de nuestra necesidad de gracia. Sin embargo, esa es sólo la mitad de la ecuación. Los fallos, al mismo tiempo que nos hacen humildes, también pueden hacer que permanezcamos en la mediocridad y en la falta de alegría. Juan de la Cruz nos ofrece esta imagen a través de una explicación:
Si una pequeña grieta en una jarra no se repara, el daño sera suficiente para que todo el líquido se derrame… Como consecuencia, una imperfección lleva a otra, y estas dos a muchas más. Con dificultad vas a encontrar a una persona que siendo negligente en vencer un apetito, no tenga muchos más que nacen de la misma flaqueza e imperfección que tiene en aquel. Dichas personas, consecuentemente, están siempre vacilantes a lo largo del camino. Hemos sido testigos de cómo muchas personas, a quienes Dios les ha favorecido con un gran progreso en el desapego y la libertad, pierden la felicidad y la estabilidad en sus ejercicios espirituales, y terminan perdiendolo todo, sencillamente porque empezaron a condescender en algún ligero apego a la conversación y a la amistad bajo la apariencia del bien. Todo esto sucede porque no ponen límite a su satisfacción inmediata y a su placer sensible, y se abstienen a sí mismos de Dios en soledad. (Ascenso al Monte Carmelo, Libro I, Capitulo 11).
Aunque este pasaje fue escrito más específicamente para monjes y monjas contemplativos, y como una advertencia en contra de “un apego a la conversación y a la amistad”, lo cual nos suena raro e insano, una parte de nosotros entiende exactamente lo que está diciendo: Nuestras adicciones, nuestras infidelidades, y cualquiera de nuestras faltas, invariablemente empiezan en ese punto al que San Juan de la Cruz señala, es decir, en una cierta satisfacción o placer inmediato, en un cierto coqueteo o juego con el fuego, el cual, aunque no es en sí pecaminoso, eventualmente nos puede llevar a un atolladero emocional y moral que nos roba la paz y la felicidad, y peor que todo esto, nos fuerza a esconder cosas, a mentir, y a ser menos sanos y transparentes.
Y aunque el fallo no sea grande, de alguna manera sirve para bloquearnos en el camino a un crecimiento más profundo y a una felicidad más auténtica. Juan tiene un axioma el cual dice que no importa si al final un pájaro esta atado al suelo por una pesada cadena ó por un fino cordón – éste no puede volar en ninguno de los casos. Por lo tanto, San Juan de la Cruz nos advierte con fuerza contra el estar cómodos con nuestras debilidades ó adicciones, racionalizando que éste o aquel fallo no tan grave, que nosotros somos fundamentalmente buenas personas a pesar de nuestras debilidades. Ya sea que estemos atados por una pesada cadena ó por un délgado hilo, de cualquier manera, no podemos volar.
Si nos sentimos cómodos con nuestras faltas, nos vamos a empobrecer de otra manera: nos va a robar nuestra verdadera felicidad. El filósofo Francés, Leon Bloy, sugiere que en definitiva solo hay una verdadera tristeza humana, ¡el no ser un santo! Esto puede sonar demasiado piadoso o moralizante, sin embargo, como en el citado texto de Juan de la Cruz, hay una parte de nosotros que entiende exactamente lo que Bloy esta diciendo. Nuestras adicciones, nuestras infidelidades, y nuestros apegos poco saludables, pueden brindarnos algo de placer (aunque, muy pronto, ese placer se convierte en compulsión) y ésto nunca nos trae felicidad. Puede haber mucho placer en nuestras vidas y sin embargo nuestros corazones estár tristes y nuestras conciencias cargadas.
La verdadera felicidad va más allá del placer, y puede co-existir con la renuncia y el dolor. Depende más bien de la honestidad, la transparencia, y la gratitud, las señas verdaderas de la santidad. Si somos honestos con nosotros mismos al juzgar nuestra experiencia, sabemos que esto es verdad. Si cualquiera de nosotros se pregunta a sí mismo: ¿Cuándo he sido verdaderamente más feliz en mi vida? La respuesta honesta invariablemente va a ser: Yo se sido más feliz y he estado más en paz cuando he sido fiel, honesto, completamente transparente, cuando todos los bienes estaban sobre la mesa, y yo no tenía nada que esconder, incluso siendo imperfecto.
Nadie es perfecto, sin embargo, nunca debemos vivir cómodos con nuestras faltas y racionalizarlas porque al fin y al cabo no son tan graves ó porque las podamos mantener escondidas. Si una pequeña grieta en nuestra jarra se queda sin reparar, el daño va a ser suficiente para causar que todo el líquido se derrame. El resultado final no va a ser que nos convirtamos en malas personas. No. Vamos a permanecer como somos, buenos y estables en nuestra mediocridad. Sin embargo, la grandeza se nos va a escapar y vamos a cargar siempre con la tristeza adulta de no ser santos.
Ron Rolheiser. OMI