Una Invitación desde Dentro de la Navidad

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Peleamos demasiado acerca de Navidad, discutiendo sobre su significado.

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.Para algunos, la Navidad es para los niños, una fiesta en la que su gozo y frescura infantiles desafían nuestro cinismo; una fiesta en la que precisamente los sentimientos que con frecuencia desdeñamos como adultos tienen que suavizar y ablandar nuestros corazones. El Avaro (“Scrooge”, clásico personaje popular de una corta novela navideña de Charles Dickens) se convierte como persona por la inocencia de los niños.

Para otros, Navidad es lo contrario: Más bien insistimos que la Navidad es una fiesta de adultos, algo que los niños en el fondo no entienden, algo que celebra el más sublime misterio intelectual de todos los tiempos. Dios se hace hombre para traer justicia a la tierra.

Y por eso algunos de nosotros enviamos saludos navideños incitando al gozo, a la celebración, a los regalos, a las luces y a los alegres villancicos; mientras otros enviamos saludos más duros que dicen: “¡Que la paz de Cristo te perturbe!”

¿Qué es Navidad? ¿Consistirá en endurecidos pastores y en reyes ambiciosos de poder, que al fin doblan sus rodillas y sus corazones ante un niño desvalido e impotente, o en un desafío duro y no-negociable para limpiar nuestras vidas resabiadas y egocéntricas y para construir algo de justicia en este mundo?

Navidad es todo eso y más. Como un diamante girando al sol, brilla ella con muchos destellos. La Navidad consiste en el reto monumental de reformar nuestras vidas, nuestras vidas adultas, y de convertirnos en hombres y mujeres que luchan por la justicia; pero también consiste la Navidad en un Niño que nace y se acuesta sobre la paja, inocente y desvalido, cuya vulnerabilidad es a la vez invitación y juicio de Dios. La Navidad consiste también, como alguna vez afirmó Kart Rahner, en que Dios nos da permiso para ser felices. Así pues, Navidad consiste tanto en algo en lo que nos deleitamos ingenuamente, como en una paz que habría de perturbarnos; algo pensado tanto para niños como para adultos.

Lo que hace la Navidad es invitarnos a todos, a niños y a adultos por igual, a suavizar y ablandar nuestros corazones ante el pesebre. Que la vulnerabilidad manifestada en la forma del nacimiento de Jesús nos devuelva retroactivamente a un tiempo antes del endurecimiento de nuestro corazón, a una situación en la que se supere la falsa sofisticación, el cinismo, la amargura, la herida, el egoísmo y la avaricia. Navidad tiene como fin irrenunciable no sólo renovar nuestra fe y esperanza, sino también renovar nuestra inocencia.

El educador americano Allan Bloom, escribiendo desde una perspectiva puramente secular, proyecta luz sobre esto en una historieta que él comparte en su famoso libro “The Closing of the American Mind” (“El Cierre de la Mentalidad Americana”). Allí nos cuenta cómo, cuando siendo joven asistió a las primeras clases de la universidad, un profesor introdujo su curso de esta manera. Mirando a sus jóvenes estudiantes, de 19 y 20 años, el profesor dijo: “Vosotros venís de vuestro pueblecito o pequeña ciudad, ambiente parroquial, y yo os voy a sumergir y bañar en la gran verdad – y os voy a liberar”. Bloom, aun a sus 19 años, no se impresionó. Escribe que ese profesor le recordaba a un muchachito que, cuando tenía siete años, le informó solemnemente que no existían ni Santa Claus, ni los Reyes Magos ni el Conejito Pascual. Pero, añade Bloom, “él no me estaba sumergiendo en ninguna gran verdad: estaba simplemente haciendo el fanfarrón”.

Bloom comenta que lo que aprendió de aquel profesor para siempre fue a enseñar en la dirección opuesta. Él, Bloom, comenzaría sus clases diciendo algo así: “Vosotros habéis venido aquí después de experimentar tantas cosas en la vida. ¡Habéis descubierto y visto tanto de la vida que voy a intentar enseñaros cómo creer de nuevo en Santa Claus, en los Reyes Magos y en el Conejito Pascual – y entonces quizás tengáis de nuevo la oportunidad de ser felices!”

Esta historia, bien matizada, encarna una de las invitaciones profundas de la Navidad. El pesebre navideño nos invita a regresar a nuestra inocencia, aunque no a la pre-sofisticada ingenuidad de un niño, sino a la post-sofisticada y post-cínica alegría e inocencia de un adulto auténticamente maduro. La Navidad, efectivamente, nos invita a regresar a la segunda-ingenuidad -en una situación y con una actitud de vuelta del liberalismo, de la amargura, de la llaga y herida, de la dureza e insensibilidad…

Uno de mis profesores en Lovaina solía señalar este sencillo eslogan: Si le preguntas a una niña ingenua si cree en Santa Claus, en los Reyes Magos y en el Conejito Pascual, responderá que sí. Si preguntas a alguna niña lista si cree en lo mismo, responderá que no. Pero si preguntas a una niña más inteligente aún si cree en Santa Claus, en los Reyes Magos y en el Conejito Pascual, se sonreirá con picardía y entonces… responderá que sí.

La Navidad nos lleva a realidades mucho más profundas que Santa Claus, y el nacimiento de Jesús no es un simple cuento encantador de hadas que tenga como fin enternecer el corazón. Por este acontecimiento, nada menos que medimos el tiempo y la historia. La Navidad nos presenta a Dios que nace física e históricamente en este nuestro mundo y, entre otras muchas cosas, nos enseña algunas lecciones asombrosas considerando la forma en que el misterio aconteció.

Como deja bien claro casi toda nuestra iconografía en torno a la Navidad: Dios nace, no como una superestrella cuyo poder terrenal, su belleza y su fuerza nos hace parecer pequeños. No. Dios nace tan frágil e impotente, tan vulnerable, como niño totalmente desvalido, que nos mira silenciosamente, justo cuando volvemos a mirarle, y él nos juzga de la misma forma que la vulnerabilidad juzga siempre al falso poder, la transparencia juzga a la mentira, la generosidad juzga al egoísmo, la inocencia juzga a la sofisticación excesiva; y… un niño, de una forma amable, indefensa y encantadora, suscita y despierta en nuestro interior lo mejor en nosotros.

La Navidad tiene que llevarnos de nuevo al pesebre, de forma que nuestros corazones puedan sentir aquella frescura y novedad que quiere hacernos comenzar a vivir de nuevo.